martes, 15 de noviembre de 2011

Confesión encontrada en una prisión en la época de Carlos II; comentario de Mª José Martínez

Haciendo lo que era frecuenteen nuestros escritores del XVI, Carlos Dickens nos traslada una confesión encontradapor azar en una de las prisiones de la época de Carlos II de Inglaterra. Deesta forma se ocultaban los autores de miradas y lecturas indiscretas, y así escomo Dickens nos cuenta los recuerdos que afloran a la mente de un condenado amuerte que nos dice, que ya desde niño tuvo “una naturaleza desconfiada,reservada y hosca”, y que tenía envidia de su hermano por ser “generoso, decorazón abierto, de mejor aspecto físico, más satisfecho de la vida y engeneral, amado”. Todo ventajas.


Y con esta declaración entramos en el tema, porque esta apreciación sobre su hermano ya es sintomática. Y salvo lo de estas dos líneas del relato, no se nos vuelve a hablar de su infancia, ni de la relación con su hermano cuando eran niños, salvo el hecho posterior de que lo dos se casaran con dos hermanas lo que sirvió para apartarlos más, pues su cuñada conocías sus rencores secretos.¡Qué miedo tiene que dar una cosa así!


Y precisamente porque seexcluye cualquier otro dato sobre él, el relato nos está diciendo que el sujetose encontró desde niño con su subjetividad bien construida y bien servida, comosi esta le fuese dada sin que nada mediara en su hechura, como si apareciera porarte de magia. Vemos, pues, que el autor no participa de ningún tipo deNaturalismo que nos explique la construcción del sujeto, sino que estáinstalado en un oscuro Romanticismo, de donde nace una predeterminación que destinaal protagonista eficazmente a la muerte. Así es que nuestro hombre, sujetopasivo de resultado malvado, sólo escuchó las com­paraciones que hacían entreél y su hermano, y por eso es que se sufre a si mismo en tanto que, de ciertamanera, justifica el odio que sentía.


¿Es la falta de palabras queconstruyen al sujeto, la génesis de este odio?


Eso es lo que nos dice Dickens alcontarnos cómo el pensamiento del protagonista circula por vías extraviadas eincomprensibles que lo llevarán acometer un horrible crimen.


La historia contada pareceestar retrasada en el tiempo. Se asemeja a una película muda de terror, cuandoel protagonista apuñala al niño que lo intuye detrás, cuando mira a sualrededor con los ojos espantados, cuando lo entierra y cuando luego vigilapara que nadie encuentre su cuerpo. Nuestro hombre parece ser un desconfiado delos bienes ajenos que tal vez nunca se vio digno de ellos, y cuando él tieneque ser bueno, cuando ha de cuidar de su sobrino, no sabe hacerlo. Y vuelve aver en sus ojos la desconfianza que él mismo proyectaba sobre su cuñada cuandonos dice que ella lo adivinaba y lo despreciaba “instintivamente”. Con estaexpresión, el protagonista piensa realmente en algo propio que él proyectasobre su cuñada, pero que para él no ha tenido explicación ni génesis alguna, osea, que el autor no nos explica la formación de la subjetividad. Tal vez loque Dickens, gran estudioso de la subjetividad, quiere decirnos, es que él aveces no ve esa construcción, que no la hay, porque a veces se ha encontradocon personas inmersas desde siempre en una terrible predisposición, casiinnata, a la que él llama instintiva.


Obsesivo puro, el protagonistanos comenta que la venganza y la muerte del niño la había imaginado fácil, dadasu fragilidad, casi igual a como luego la realizó; y añade como justificación,que la herencia de su hermano no le venía nada mal. Estos dos aspectos ligadosentre sí, nos hablan ahora de algo práctico, de un plan que lo favorece, puesno sólo se trata de odio, sino de un odio al que se luego se le busca unautilidad.


Manía persecutoria, ruindadmoral y un odio atrincherado en su alma que toma cuerpo y se materializa en laidea de matar, porque toda tentación necesita de materia que la sustente. Y elniño cae en la trampa y él se ve en sus ojos como un fantasma. Es curioso comoDickens, que tuvo que enfrentarse a la vida sin tener cerca a su padre, nosdice que el protagonista ve ojos por todas partes y también que Dios lo mira através de una luciérnaga, “con un ojo de fuego que suplicaba a las estrellasque lo mirasen”.


Estrellas como lágrimas, digo yo. Poética descripción de la culpa cuando el hecho está consumado. El protagonista no pudo apartar de sí aquella idea y hubo de matar para descansar, porque aquella idea lo perseguía. De la idea de matar al acto de matar no hubo espacio, no hubo razonamiento alguno, ni nada de aquello de lo que hubiera sido capaz una subjetividad más rica, una subjetividad habitada por un ser humando construido con dudas, desde luego, pero un ser humano que pensase, que desease, que se cuestionase a sí mismo y a su entorno, que se hubiera planteado algo en la vida sin dar por buena esa determinación que él dice que le habitaba, o sea que tomase las riendas de su propia construcción, tan necesaria como ineludible, pero hecha no con intuiciones sino con palabras, con las mismas palabras que en este relato Dickens, muy acertadamente nos quiso escatimar.


Mª José Martínez Sánchez

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