La infancia de Dickens
Se contextualizó mínimamente la infancia de Dickens, la pobreza económica de sus padres, su posición autodidacta y su inclinación a proyectar en sus obras las miserias de los niños como marca de su escritura. Se mencionaron sus trabajos en una zapatería y en los periódicos. Y también se señaló el hecho de tuvo que hacerse cargo, desde muy joven, de las deudas de su padre arruinado, lo cual es una forma de hacerse cargo de la culpa del padre.
Dickens y Poe
Partiendo de que el cuento fue tomado como una exquisitez literaria, no pasó desapercibida la gran similitud entre este cuento de Dickens y El corazón delator de Edgard Alan Poe. El de Dickens, sin embargo, es anterior en el tiempo, publicado alrededor de 1840, mientras que el cuento de Poe fue publicado en The Pioneer en enero de 1843.
El hermano
María José Martínez planteó que el protagonista sentía un desprecio por sí mismo al verse inferior al hermano. Expresamente manifiesta que ve mejor al hermano, éste proyectaría la superioridad de la belleza moral sobre la física, precisamente lo que el protagonista no encuentra en sí mismo. Ese sería el motivo de su desprecio, y no se le ocurre que pueda imitar al hermano, no toma esos datos de su familia, no es digno ni siquiera de eso. El hermano, de esa manera, le recordaría lo que sintió de niño hacia él.
Articulación del odio y del amor
Rosa López evocó la teoría freudiana para dilucidar la cuestión de si era primero el odio o el amor. Si bien, en principio, para Freud lo primero era el amor, pronto se dio cuenta de que, por el contrario, el germen inicial en los estratos más elementales de la constitución subjetiva, tenía que ver con el odio. Es decir, el yo se defendería, en esos primeros estratos, de todo aquello que le puede resultar amenazante: el mundo exterior. En los primeros estadíos de la formación subjetiva, el mundo se divide entre el yo y el exterior, y es ahí donde surgiría el odio hacia ese exterior.
Pero el amor se encabalga muy rápidamente y se estructuran las dos categorías, se conjugan, de tal manera que son indisociables en casi todos los seres humanos. Freud tenía una concepción del ser humano que podía tener algo de pesimista, pero, en realidad, el ser humano es capaz de lo más bajo y de lo más sublime.
A veces se llegan a situaciones como la del protagonista de este cuento, algo que tiene que ver con la enfermedad mental, con algo de lo que no se inscribió en la subjetividad. Porque para que lo amenazante del mundo exterior deje de serlo, tienen que producirse una serie de circunstancia para que la relación con el otro no sea adversa y hostil, sino que se pueda establecer y necesitar de ella.
Antonio Hernández evocó a Jean Paul Sartre en El infierno son los demás –L'enfer, c'est les autres—, porque en relación al odio, el otro nos quita un espacio, nos borra de alguna manera de la existencia, al menos en parte, nos quita sitio. Es lo que observamos en la cotidianeidad de las vidas, en la conducción de todos los días, en el momento de estar en una cola de supermercado. La frase “Perdone, no le había visto”, indicaría bien a las claras de lo que se trata, en este contexto: no existimos para el Otro.
Pero lo significativo es que, a la vez que ocurre esto, la vía del amor y de la identificación nos permite estar juntos. El otro, a la vez, es el que confirma la existencia propia.
Dada la imposibilidad de separar odio y amor y que nos esforzamos para ser capaces de amar, ¿habría algún tipo de proporcionalidad y de reversibilidad entre el amor y el odio?
En este contexto, Gustavo Dessal consideró que en el combate entre odio y amor, la única manera de poder resolver algo del odio es a base de que el amor pueda triunfar. Esta cuestión estaría muy bien planteada en la filosofía de Levinas, discípulo de Heidegger. Hay, en ese filósofo, una preocupación por convertir la relación con el otro en signo de lo que acoge, de lo que recibe. Si el otro tiene como prototipo un carácter hostil que experimentamos todos los días como lo que se llama complejo de intrusión, estamos ante algo que va más allá de la envidia, más allá de la rivalidad, porque el otro es un cuerpo extraño en nuestro espacio, que llega extendiéndose hasta los límites propios de la superficie de nuestro cuerpo. Y en Levinas, como decimos, hay una preocupación por convertir la relación con el otro en signo de lo que me acoge, de lo que me recibe. Lo cual muestra que para la filosofía la cuestión que tratamos sobre el odio, también es un problema. Es una manera de verificar, desde otras orientaciones, que nos gusta pensar que hay una tendencia natural hacia el amor.
En resumen, en la articulación del amor y el odio todo se proyecta en el campo de lo que llamamos la civilización, la cultura, la educación, la humanización de las relaciones, el complejo proceso mediante el cual uno consigue que la criatura humana se defienda de ese sentimiento que pretende aplastar rápidamente al otro. Es claro que si las personas avanzan en el territorio del amor, eso favorece que el odio, al menos, se pueda atemperar
Por su parte, Ana Castaño señaló que hay otra lógica que puede traerse a colación en relación al odio y al amor. Sería la lógica de no todo amor, no todo odio. El odio toca al ser, el amor al semblante. Y se podría, dentro de esos planos, conseguir cierto equilibrio. Es decir, es bueno que uno sepa de su odio para que éste no sorprenda al sujeto y pueda tener un control sobre él.
Rosa López, además de insistir en el señalamiento de que el odio es ineliminable, habló del amor como formación reactiva en el caso de los obsesivos. En ellos, muchas veces observamos que están llenos de odio, pero lo convierten todo en un carácter amable y generoso, de lo más bondadoso. Formación reactiva porque es un uso de los semblantes del amor que no es contrario al odio. Ese odio estaría encapsulado como una fiera que, en cuanto el sujeto pierda esa defensa, sale a la palestra. De lo que se trataría es de encontrar un amor que fuese más allá del semblante y acepte el ser del otro. Porque el amor es engañoso, mientras que el odio es el sentimiento más lúcido que hay porque saca del otro lo que éste no quiere enseñar. Si se puede amar, aún con esa parte del otro, la cosa irá mejor.
Lo siniestro
La mirada reaparece en este apartado de la tertulia. Si bien se podría pensar en el alivio que pudiera haber advenido con motivo de la muerte de la cuñada, por el contrario, la mirada reaparece como algo siniestro, es decir, en el seno de su propio hogar mirándolo todo el día. Lo que era festejado, en realidad produjo una vuelta de tuerca y se torna como presencia constante que conduce al acto. Y como ocurre en muchas películas, se usa a un niño para encarnar lo siniestro.
El asesinato del niño
Se trae a colación la frase de la confesión en la que el protagonista habla de un hombre hecho y derecho matando a un niño. En realidad, no sería un hombre hecho y derecho matando a un niño, a veces, el asesino es como un niño que se siente indefenso, desamparado y en peligro frente a la imagen de la criatura.
Hay una palabra clave. Se dice a sí mismo cobarde, concretamente:
“Yo el cobarde mato al de la sangre viril y valiente”.
O sea, la sangre viril y valiente estaba en el niño. Es decir, sólo cuando esa sangre se prolonga en un ser débil, aquel cobarde que nunca se hubiera atrevido con la madre, sí se atreve con el niño.
Habría que pensar que si no llega a existir el niño, quizá no se cometiese el asesinato, porque hay algo que está contenido, algo que está delimitado en esa envidia, en esos celos y en ese odio, pero lo que estaba contenido se desparrama en la debilidad del niño. Su posición de debilidad es la que posibilitaría el acto criminal, algo que el protagonista no podía afrontar anteriormente con la madre ni con el hermano.
La culpa y el castigo
Graciela Amorín destacó algo que en el cuento resulta inverosímil. El hecho de que alguien mate a un niño y lo entierre en el jardín, un lugar donde sin duda lo van a descubrir tan pronto. Pareciera como que, junto al crimen, buscase el castigo inmediato. Organiza el crimen asegurando que el castigo llegue pronto, porque la culpa está articulada al mismo sentimiento del odio.
Al respecto, Rosa López añadió una reflexión en relación a los pasajes al acto que, desafortunadamente, estamos viendo continuamente en las noticias, hombres que matan a sus mujeres y luego, o bien se suicidan inmediatamente, o se dejan coger, se entregan. Es ahí precisamente donde se marcaría una frontera muy lábil entre homicidio y suicidio. Mueres matando o matas muriendo, las dos cosas no se pueden disociar. Entonces, lo que parece inverosímil se muestra así con una lógica implacable.
María José Martínez planteó que aquí residía la fuerza del problema. El protagonista estaría tomado por un determinismo. Quisiera no cometer el asesinato, pero se ve impelido a llevarlo a cabo. Por eso desea que se descubra. Sería la forma de quedarse tranquilo, de sentir alivio, de poder descansar, que lo descubran para poder cumplir la pena.
Rosa López situó al protagonista inmerso en un sufrimiento difícil de dimensionar desde posiciones de sujetos más o menos cuerdos. Es un sufrimiento, una locura imposible de soporta. De ahí que el propio enfermo trate de curarse de la enfermedad intentando erradicar ese goce extraño como sea. Y, ciertamente, se sabe que el castigo viene muy bien en algunos casos de psicosis, porque pacifica a algunos sujetos que, por fin, consiguen un poco de calma en una vida difícil de soportar.
Finalmente, en este apartado se volvió a evocar a Edgard Alan Poe, de quien se dijo que en muchos de sus cuentos organiza los crímenes escondiendo el cadáver de forma sofisticada, pero cuando viene la policía a investigar, él se las arregla para que se descubra el crimen, para delatarse.
Se contextualizó mínimamente la infancia de Dickens, la pobreza económica de sus padres, su posición autodidacta y su inclinación a proyectar en sus obras las miserias de los niños como marca de su escritura. Se mencionaron sus trabajos en una zapatería y en los periódicos. Y también se señaló el hecho de tuvo que hacerse cargo, desde muy joven, de las deudas de su padre arruinado, lo cual es una forma de hacerse cargo de la culpa del padre.
Dickens y Poe
Partiendo de que el cuento fue tomado como una exquisitez literaria, no pasó desapercibida la gran similitud entre este cuento de Dickens y El corazón delator de Edgard Alan Poe. El de Dickens, sin embargo, es anterior en el tiempo, publicado alrededor de 1840, mientras que el cuento de Poe fue publicado en The Pioneer en enero de 1843.
El hermano
María José Martínez planteó que el protagonista sentía un desprecio por sí mismo al verse inferior al hermano. Expresamente manifiesta que ve mejor al hermano, éste proyectaría la superioridad de la belleza moral sobre la física, precisamente lo que el protagonista no encuentra en sí mismo. Ese sería el motivo de su desprecio, y no se le ocurre que pueda imitar al hermano, no toma esos datos de su familia, no es digno ni siquiera de eso. El hermano, de esa manera, le recordaría lo que sintió de niño hacia él.
Articulación del odio y del amor
Rosa López evocó la teoría freudiana para dilucidar la cuestión de si era primero el odio o el amor. Si bien, en principio, para Freud lo primero era el amor, pronto se dio cuenta de que, por el contrario, el germen inicial en los estratos más elementales de la constitución subjetiva, tenía que ver con el odio. Es decir, el yo se defendería, en esos primeros estratos, de todo aquello que le puede resultar amenazante: el mundo exterior. En los primeros estadíos de la formación subjetiva, el mundo se divide entre el yo y el exterior, y es ahí donde surgiría el odio hacia ese exterior.
Pero el amor se encabalga muy rápidamente y se estructuran las dos categorías, se conjugan, de tal manera que son indisociables en casi todos los seres humanos. Freud tenía una concepción del ser humano que podía tener algo de pesimista, pero, en realidad, el ser humano es capaz de lo más bajo y de lo más sublime.
A veces se llegan a situaciones como la del protagonista de este cuento, algo que tiene que ver con la enfermedad mental, con algo de lo que no se inscribió en la subjetividad. Porque para que lo amenazante del mundo exterior deje de serlo, tienen que producirse una serie de circunstancia para que la relación con el otro no sea adversa y hostil, sino que se pueda establecer y necesitar de ella.
Antonio Hernández evocó a Jean Paul Sartre en El infierno son los demás –L'enfer, c'est les autres—, porque en relación al odio, el otro nos quita un espacio, nos borra de alguna manera de la existencia, al menos en parte, nos quita sitio. Es lo que observamos en la cotidianeidad de las vidas, en la conducción de todos los días, en el momento de estar en una cola de supermercado. La frase “Perdone, no le había visto”, indicaría bien a las claras de lo que se trata, en este contexto: no existimos para el Otro.
Pero lo significativo es que, a la vez que ocurre esto, la vía del amor y de la identificación nos permite estar juntos. El otro, a la vez, es el que confirma la existencia propia.
Dada la imposibilidad de separar odio y amor y que nos esforzamos para ser capaces de amar, ¿habría algún tipo de proporcionalidad y de reversibilidad entre el amor y el odio?
En este contexto, Gustavo Dessal consideró que en el combate entre odio y amor, la única manera de poder resolver algo del odio es a base de que el amor pueda triunfar. Esta cuestión estaría muy bien planteada en la filosofía de Levinas, discípulo de Heidegger. Hay, en ese filósofo, una preocupación por convertir la relación con el otro en signo de lo que acoge, de lo que recibe. Si el otro tiene como prototipo un carácter hostil que experimentamos todos los días como lo que se llama complejo de intrusión, estamos ante algo que va más allá de la envidia, más allá de la rivalidad, porque el otro es un cuerpo extraño en nuestro espacio, que llega extendiéndose hasta los límites propios de la superficie de nuestro cuerpo. Y en Levinas, como decimos, hay una preocupación por convertir la relación con el otro en signo de lo que me acoge, de lo que me recibe. Lo cual muestra que para la filosofía la cuestión que tratamos sobre el odio, también es un problema. Es una manera de verificar, desde otras orientaciones, que nos gusta pensar que hay una tendencia natural hacia el amor.
En resumen, en la articulación del amor y el odio todo se proyecta en el campo de lo que llamamos la civilización, la cultura, la educación, la humanización de las relaciones, el complejo proceso mediante el cual uno consigue que la criatura humana se defienda de ese sentimiento que pretende aplastar rápidamente al otro. Es claro que si las personas avanzan en el territorio del amor, eso favorece que el odio, al menos, se pueda atemperar
Por su parte, Ana Castaño señaló que hay otra lógica que puede traerse a colación en relación al odio y al amor. Sería la lógica de no todo amor, no todo odio. El odio toca al ser, el amor al semblante. Y se podría, dentro de esos planos, conseguir cierto equilibrio. Es decir, es bueno que uno sepa de su odio para que éste no sorprenda al sujeto y pueda tener un control sobre él.
Rosa López, además de insistir en el señalamiento de que el odio es ineliminable, habló del amor como formación reactiva en el caso de los obsesivos. En ellos, muchas veces observamos que están llenos de odio, pero lo convierten todo en un carácter amable y generoso, de lo más bondadoso. Formación reactiva porque es un uso de los semblantes del amor que no es contrario al odio. Ese odio estaría encapsulado como una fiera que, en cuanto el sujeto pierda esa defensa, sale a la palestra. De lo que se trataría es de encontrar un amor que fuese más allá del semblante y acepte el ser del otro. Porque el amor es engañoso, mientras que el odio es el sentimiento más lúcido que hay porque saca del otro lo que éste no quiere enseñar. Si se puede amar, aún con esa parte del otro, la cosa irá mejor.
Lo siniestro
La mirada reaparece en este apartado de la tertulia. Si bien se podría pensar en el alivio que pudiera haber advenido con motivo de la muerte de la cuñada, por el contrario, la mirada reaparece como algo siniestro, es decir, en el seno de su propio hogar mirándolo todo el día. Lo que era festejado, en realidad produjo una vuelta de tuerca y se torna como presencia constante que conduce al acto. Y como ocurre en muchas películas, se usa a un niño para encarnar lo siniestro.
El asesinato del niño
Se trae a colación la frase de la confesión en la que el protagonista habla de un hombre hecho y derecho matando a un niño. En realidad, no sería un hombre hecho y derecho matando a un niño, a veces, el asesino es como un niño que se siente indefenso, desamparado y en peligro frente a la imagen de la criatura.
Hay una palabra clave. Se dice a sí mismo cobarde, concretamente:
“Yo el cobarde mato al de la sangre viril y valiente”.
O sea, la sangre viril y valiente estaba en el niño. Es decir, sólo cuando esa sangre se prolonga en un ser débil, aquel cobarde que nunca se hubiera atrevido con la madre, sí se atreve con el niño.
Habría que pensar que si no llega a existir el niño, quizá no se cometiese el asesinato, porque hay algo que está contenido, algo que está delimitado en esa envidia, en esos celos y en ese odio, pero lo que estaba contenido se desparrama en la debilidad del niño. Su posición de debilidad es la que posibilitaría el acto criminal, algo que el protagonista no podía afrontar anteriormente con la madre ni con el hermano.
La culpa y el castigo
Graciela Amorín destacó algo que en el cuento resulta inverosímil. El hecho de que alguien mate a un niño y lo entierre en el jardín, un lugar donde sin duda lo van a descubrir tan pronto. Pareciera como que, junto al crimen, buscase el castigo inmediato. Organiza el crimen asegurando que el castigo llegue pronto, porque la culpa está articulada al mismo sentimiento del odio.
Al respecto, Rosa López añadió una reflexión en relación a los pasajes al acto que, desafortunadamente, estamos viendo continuamente en las noticias, hombres que matan a sus mujeres y luego, o bien se suicidan inmediatamente, o se dejan coger, se entregan. Es ahí precisamente donde se marcaría una frontera muy lábil entre homicidio y suicidio. Mueres matando o matas muriendo, las dos cosas no se pueden disociar. Entonces, lo que parece inverosímil se muestra así con una lógica implacable.
María José Martínez planteó que aquí residía la fuerza del problema. El protagonista estaría tomado por un determinismo. Quisiera no cometer el asesinato, pero se ve impelido a llevarlo a cabo. Por eso desea que se descubra. Sería la forma de quedarse tranquilo, de sentir alivio, de poder descansar, que lo descubran para poder cumplir la pena.
Rosa López situó al protagonista inmerso en un sufrimiento difícil de dimensionar desde posiciones de sujetos más o menos cuerdos. Es un sufrimiento, una locura imposible de soporta. De ahí que el propio enfermo trate de curarse de la enfermedad intentando erradicar ese goce extraño como sea. Y, ciertamente, se sabe que el castigo viene muy bien en algunos casos de psicosis, porque pacifica a algunos sujetos que, por fin, consiguen un poco de calma en una vida difícil de soportar.
Finalmente, en este apartado se volvió a evocar a Edgard Alan Poe, de quien se dijo que en muchos de sus cuentos organiza los crímenes escondiendo el cadáver de forma sofisticada, pero cuando viene la policía a investigar, él se las arregla para que se descubra el crimen, para delatarse.
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