sábado, 25 de mayo de 2013

Austerlitz, de W. G. Sebald. Comentario de Silvia

Como todos los grandes libros, Austerlitz dispara nuestras asociaciones y evocaciones de manera impresionante. Una de las primeras evocaciones fue el arqueólogo de las siete ciudades de Troya, Schliemann, porque la memoria de Europa y la de Austerlitz son como siete ciudades de Troya, una debajo de otra.

También me recordó un documental, pasado por Canal +, sobre Roman Polanski. En él, por primera vez, habla de su historia a raíz del juicio en Suiza. Un periodista, amigo suyo, le propone una entrevista en la que cuente lo que sucedió realmente en su vida. Y cuenta algo que me pareció increíble. Y es que de pequeño tuvo que ir a vivir al gueto, del cual se van llevando a la gente de forma aleatoria, sin saber por qué. Su hermana se había fugado y se marchó a París.  

Roman Polanski había nacido en París, y sus padres tuvieron la mala idea de volver a Cracovia justo antes de que empezara la guerra. En el gueto, el padre se da cuenta de que en cualquier momento pueden desaparecer todos. Como digo, la hermana logra escapar a París, mientras que a la madre la prenden, la llevan, y nunca más aparece. Y el padre da dinero a unos campesinos para que, si alguna vez es hecho prisionero, se hagan cargo de su hijo. De esta manera logra que éste se salve, pues efectivamente al padre lo hacen prisionero.

Un día, Roman Polanski, se da cuenta de que han cogido al padre, se va a vivir con los campesinos, y cuenta que todos esos años, de forma permanente, estuvo esperando que llegara su familia. Cada persona que veía a lo lejos, cada sombra que veía, pensaba que podría ser su padre. En cuanto a su madre, él ya sabía que no iba a volver. Pero lo increíble es que, por razones que no vienen a cuento, su padre sobrevive al campo de concentración. Sin embargo, no lo vuelve a ver durante mucho tiempo.

Y cuando va a la fiesta de un amigo, éste le dice que pase a saludar a su padre, que hace mucho que no lo ve. Sube a verlo y, en ese momento, la mujer con la que el padre se había casado, le dice que el padre lleva varios días sin comer, encerrado en su habitación llorando, que nadie sabe qué le pasa. Polanski llama a la puerta, se presenta, pide que lo deje entrar, y el padre lo deja entrar. Cuando le pregunta qué le ha pasado, por qué todo ese llanto, el padre responde que cuando estaba en el campo de concentración, un día que se llevaron a todos los niños del campo. Toda la gente alrededor de él lloraba, se tiraba al suelo, se mesaban los cabellos, daban gritos espantosos. Y él fue el único que se quedó de pie, sin llorar, sin decir nada, porque sabía que su hijo estaba salvado con los campesinos.

Pero, qué fue lo que despertó el recuerdo en este hombre que no había llorado nunca, que nunca había hablado del campo de concentración. Ocurrió que había encendido la radio y escuchado una canción que los argentinos de nuestra edad recordamos: Oh mi papá. Resulta que es la canción que habían puesto en el campo de concentración ese día en que se llevaron a los niños para gasearlos.

Contaba este ejemplo porque la novela, efectivamente, dispara una gran cantidad de asociaciones. Otra cosa de la cual me acordé es que el historiador Tony Judt, un  historiador de la última parte del siglo XX, dice que está fascinado por las estaciones de ferrocarril. Le parecen la obra arquitectónica mejor diseñada, porque han sobrevivido un siglo. Es decir, las mismas estaciones que se hicieron a finales del XIX, o principios del XX, siguen funcionando hasta ahora. Dice que no muchas construcciones arquitectónicas logran mantenerse de esta manera. Esta asociación me vino, precisamente, por la importancia que tienen las estaciones para Austerlitz.   

Quiero decir, para finalizar, que el libro está escrito en el 2001. Si mal no recuerdo, en ese año surge el Euro. La sensación que me deja la novela es la de una gran crítica, o una actitud muy alerta de Sebald en relación a la historia europea. Es otra de las cuestiones que me sugiere el libro. 

Silvia

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