sábado, 25 de mayo de 2013

Austerlitz, de W. G. Sebald. Comentario de Rosa López

Voy a contar una anécdota que me ocurrió, hace tiempo, en uno de mis viajes desde la estación de Chamartín en Madrid a la de Austerlitz en París. Para mí era una estación rara, siempre estaba en obras. La anécdota me ocurrió en el primero de los viajes que hice. Tomé el tren, dormí en uno de esos compartimentos de cuatro camas, y tuve una pesadilla horrible, espantosa, consistente en que el tren entraba a la estación de Auschwitz, y cuando bajaba del tren, unos policías distribuían a hombres y mujeres hacia lugares distintos. Esa  fue la pesadilla. Quiero decir que todos llevamos en la memoria individual, esa memoria colectiva que ha producido en nosotros un terrible agujero después del cual ya no se puede hablar igual. Y, desafortunadamente, escuchamos a nuestros políticos, en la actualidad, utilizar el término “nazismo puro” para hablar de los escraches. Es no tener la menor noción de lo que ha supuesto ese nefasto episodio de la humanidad en la vergonzosa historia de Europa. Lo que hace el sueño es realizar una metáfora, cambiar un significante por otro, Austerlitz por Auschwitz. Está en la misma novela. En realidad, todo el tiempo se trata de Auschwitz; la multitud de estaciones a las que entran los trenes son, finalmente, esa imagen que todos tenemos de los trenes entrando dentro del campo de concentración. Es la invisible presencia de los campos de concentración. Se habla de todas las estaciones, pero justamente, no de Auschwitz. El protagonista dice que la estación de Austerlitz le resulta de las más misteriosas y siniestras, y dice que pareciera el escenario de un crimen no espiado. ¿De qué está hablando?

El libro acontece entre los años 1967 y 1998. Dos personajes se encuentran, un alemán que no soporta Alemania y un judío que no sabe ni quién es. Y se encuentran en “el salón de los pasos perdidos”, porque viajan sin ton ni son. Los dos estudian mucho, pero no saben qué es lo que les mueve. Pero no lo saben ellos ni lo sabemos nadie, porque todos estamos embarcados en la vida sin saber quién lleva el timón. Entre el 67 y el 98 trascurre su relación, y no encontramos nada relativo a esos treinta años, como por ejemplo en el 68 el mayo francés. Todo parece una retroacción hacia Auschwitz.

La novela me parece impresionante como reconstrucción histórica de un sujeto que vivía en una fortaleza. Al respecto, resulta hermosa la alegoría de las fortalezas, es muy freudiana. Freud habla de capas de cebolla, aquí se habla de una ciudad sitiada por murallas sucesivas. Pero el sujeto está detrás de todo eso, un sujeto que no quiere saber quién es, o que hace un desplazamiento, pues en lugar de investigar su historia, investiga la de la arquitectura europea, o bien es profesor, pero se fija en los divinos, ínfimos y evocadores detalles que lo derivan hacia el recuerdo de la madre.

Pero Austerlitz no quiere saber nada. Es un sujeto fortificado hasta que le vienen los ataques que él denomina histéricos, se siente mal, se marea, se desvanece, le entran las nauseas. Ahí demuestra, como él dice, que una ciudad fortalecida puede ser fácilmente atacada si las armas son las adecuadas. Y el retorno de lo reprimido tiene toda la potencia de las armas adecuadas. Un sujeto puede estar negando toda su vida, no queriendo saber nada de su historia, no queriendo investigar, pero de pronto viene un recuerdo, o sale al paso algo, en la vida, que trae la verdad. Es lo que le ocurre a Austerlitz. 

Y para finalizar quiero comentar algo relativo a las cuestiones que aparecen del lado de los objetos, lo llamaría los divinos detalles. Contienen mucha verdad los comentarios que hacen referencia a que la novela, en principio, es abrumadora, pero claro, si hacemos una lectura retroactiva, de eso que en principio abrumaba, se extrae un gran jugo, porque empiezan a verse los divinos detalles. Cuando muere la mujer que le acoge, una mujer que no hace de madre jamás, y por la cual no siente ningún afecto, su cuerpo está ataviado con el traje de bodas, también encontramos el detalle de los guantes con las perlitas nacaradas, o de malaquita. Esos detalles le traen las lágrimas a los ojos, por qué, porque en el fondo son los guantes de Vera, la chica que le cuidaba. Y así, toda la novela está llena de divinos detalles, es impresionante en este sentido. 

Rosa López

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