sábado, 25 de mayo de 2013

Austerlitz, de W. G. Sebald. Comentario de Gustavo Dessal

Me ha gustado mucho la presentación de Miriam Chorne, realmente la comparto. Tengo la impresión de que la novela está dividida claramente en dos partes. La técnica de escritura, que en este caso se apoya fundamentalmente en la metonimia, es decir, ese deslizamiento de una cosa a otra, en realidad va transportando, sin que nos demos cuenta, una metáfora sublime. Escribe sobre algo, pero está tratando de otra cosa. Esa técnica, si la tuviéramos que transportar al terreno fundamental de la subjetividad, la definiría como la relación que los seres humanos tenemos con los recuerdos.

Las personas que no pertenecen al campo del psicoanálisis podrán entender perfectamente la siguiente cuestión. Freud consideraba que el recuerdo es siempre encubridor, que todo lo que recordamos conscientemente está al servicio de ocultar otra cosa. Y cuando una persona evoca sus recuerdos, éstos intentan, efectivamente, decir algo que está olvidado y que no puede ser traído a la memoria consciente.

En un momento de la novela se produce un giro inesperado. Entonces nos damos cuenta, retroactivamente, que toda esa multiplicidad de recuerdos, efectivamente, está destinada, en primer lugar, a que Austerlitz pueda sostener una historia. Él es un hombre que se ha quedado sin historia, y se construye una rodeándose de una multiplicidad de evocaciones y recuerdos que ocultan lo que, en determinado momento, va a emerger, algo que lo golpea y nos produce un efecto sorprendente.

En la segunda parte, cuando comenzamos a percibir la metáfora escondida en aquello que se presentó en la primera parte, es cuando la lectura cobra un sentido fuerte. Me tomé el trabajo de hacer un ejercicio, aunque necesitaría mucho tiempo para hacerlo bien. Pero me atrevería a afirmar lo siguiente: casi todas las frases de la primera parte encuentran en la segunda el desarrollo de lo que en un comienzo era tan solo una anunciación, una alusión, un índice.

Voy a poner un ejemplo. En la primera parte hay una escena en la que aparece un funcionario al que Austerlitz le hace una pregunta, un funcionario que se presenta "con la puntualidad de un tren alemán". Esa frase sobre la puntualidad de un tren alemán parece un simple detalle descriptivo, pero tiene una potencia narrativa impresionante. Porque en esas pocas palabras está contenida la cuestión de los trenes, el papel de Alemania, la burocracia, etc.

También he pensado sobre la cuestión de la subjetividad y la memoria de Europa, presentes a lo largo de toda la novela. Por ejemplo, en el momento en que se produce el reencuentro en Praga con la señora que lo había cuidado de pequeño, ella pronuncia unas palabras en las que se pregunta sobre qué cimientos está construido nuestro mundo. Y hacia el final del libro nos cuenta que la biblioteca, la nueva Biblioteca Nacional, se construye sobre un terreno en el cual había un depósito donde se guardaban, clasificados minuciosamente, alemanamente, todos los objetos que se habían robado a los judíos franceses. Es decir, otra vez la cuestión de los cimientos. En la página 33 habla de la estación de Amberes, y el libro acaba con el incendio de la estación de Lucerna.

Es decir, todo se va articulando de una manera impresionante. Y al mismo tiempo, la primera parte es toda una extraña descripción. Las cosas ocupan un lugar importantísimo en la novela, así como los animales. Ninguna descripción es azarosa. Despliega la gran  racionalidad clasificatoria que caracteriza a la Ilustración. Es la descripción de los distintos tipos de polillas, de florecillas, los distintos tipos de pajarillos que existen. Es decir, todo, efectivamente, sigue la lógica de ese estallido clasificatorio que constituye el proyecto de la racionalidad clasificatoria de la Ilustración. Y ese proyecto desemboca en el surgimiento de algo que no es un accidente en el proceso de racionalización, sino todo lo contrario, el proyecto de racionalidad científico-técnico-burocrático.

 Un detalle muy logrado. Los objetos, insisto, tienen un papel importante en la manera de construir la novela. Y hay uno en particular, fundamental: la mochila. Es lo que al protagonista le da una cierta continuidad en la existencia. La lleva consigo en el tren y se abrazaba a ella. Lo primero que destaca el narrador es que cuando conoce al personaje, esa mochila es inseparable, una parte casi del cuerpo, una prolongación, un apéndice de Austerlitz. No sabemos lo que lleva dentro, pero le da continuidad en el relato, en su existencia. 

Gustavo Dessal

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