jueves, 18 de febrero de 2010

Comentario de Graciela Kasanetz sobre el libro Tierras de Poniente, de J.M. Coetzee

Quería hacer un comentario sobre dos intervenciones que se han hecho, lo que ha tomado Miguel y el tema del cuerpo que mencionó Alberto.

Creo que en este libro están expuestos varios cuerpos, el cuerpo social norteamericano, el cuerpo de este sujeto y los cuerpos de aquellos que él no considera sujetos, y que son, para el cuerpo social norteamericano, un cáncer que hay que eliminar, los vietnamitas.

En psicoanálisis hablamos que no es lo mismo ser un cuerpo que tener un cuerpo. Que se llega a tener un cuerpo en el mejor de los casos, y que se parte siempre de un organismo. Y que de los actos –no del comportamiento, eso que nos quieren hacer creer que son comportamientos, incluso este sujeto se ampara en sus comportamientos no tomando ninguno de sus comportamientos como un acto—, de los actos es responsable un sujeto. Y hay una diferencia ética abismal entre el comportamiento, del que se ocupa la psicología cognitiva y la psiquiatría centrada en los fármacos, y los actos que son actos de sujetos humanos, por tanto éticos, y sobre los que cada uno tiene responsabilidad. Sobre el tema del cuerpo, hay que decir que este sujeto no llega a tener un cuerpo.

Sin embargo, hay una cuestión que no quisiera que quedara en paralelo. Y es que la psicosis, la locura, puede arrasar muchas cosas, pero la locura no arrebata per se, la vertiente ética de un sujeto. Hay locos que, aun cometiendo el mismo tipo de acto, o parecido, sin embargo siguen reclamando la humanidad de su acto, la responsabilidad sobre él. Recuerdo, tal vez debe ser algo que se repite mucho, a Althusser. Era un psicótico que mató a su esposa y se le exoneró jurídicamente de responsabilidad, y él, en el libro El porvenir es largo, reivindica el derecho a ser responsable de su acto. Porque si le quitan la responsabilidad de su acto, le quitan su humanidad.

Por todo esto, como todos los libros de Coetzee, este del que hoy hablamos me parece un libro extraordinario. El segundo ensayo del libro abunda en la misma línea, en no asumir en absoluto la responsabilidad del acto. Me ha sorprendido la madurez de este texto, no lo veo menos maduro que sus textos siguientes. Y creo que es una crítica que, igual que El porqué de la guerra de Freud, tiene hoy la misma actualidad en otros conflictos provocados por potencias dominantes, que en última instancia siguen siendo económicas, sobre pueblos enteros arrasando la cualidad humana de los integrantes de esos pueblos. Podemos pensar hoy mismo en Haití.

Me parece, entonces, un relato extraordinario.

Y tampoco puedo compartir ninguna simpatía por el personaje. Porque este personaje no considera que el otro tenga más existencia que la de ser culpable de los actos que él mismo realiza. Y en esto léanse sus padres, léase su jefe, léase su mismo hijo, su mujer. Creo que no es un personaje con el que yo pueda simpatizar ni sentir la más mínima ternura. Porque respecto a la locura, para mí, que me dedico al psicoanálisis y a la clínica, hay muchos psicóticos con una posición ética realmente de responsabilidad de sus actos, aun cuando no sean dueños de ellos, aun cuando una voz les haya ordenado determinada cosa, no dejan de reconocer que el otro es un semejante. En ese punto me parece magistral el relato.

Graciela Kasanetz

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