jueves, 15 de diciembre de 2011

El Nadador de John Cheever. Un viaje exterior e interior. Por Graciela Sobral

Me gustó la matización que se hizo en el comentario de Alberto Estévez sobre la diferenciación entre locura con mayúscula o con minúscula. Porque no estamos ante una locura con mayúscula, sino ante una locura con minúscula.

Y como sé que hay una película sobre este cuento, quiero decir que yo lo filmaría como una ciencia-ficción subjetiva. Porque el de Neddy es un viaje en un tiempo interior y en uno exterior. En el tiempo exterior es el Otro el que va diciendo quién es. Porque el relato parece una fantasía en la que no se puede establecer cuál es la realidad, qué realidad tienen los personajes, si están vivos, si están muertos, si están delirando. Un hombre emprende un viaje que no se sabe qué tipo de viaje es

Pero hay otro viaje dentro de ese viaje. A mitad de camino ese viaje cambia y Neddy se encuentra con otro paisaje, un vaciamiento. Si primero hay una fiesta donde es acogido, donde lo tratan bien, luego comienza una especie de decadencia, de vaciamiento, cuyo paradigma sería la piscina vacía. Es un paisaje que parece más propio de su verdadera vida, el que da una idea más fiel de Neddy.

Es por tanto un viaje con un corte evidente, un corte que le muestra su soledad. Y creo que es un hombre que no quiere saber de su propio horror, pero se encamina en la búsqueda de ese horror para, finalmente, encontrarlo. En realidad, Neddy no recorre piscinas. En las piscinas caseras se recorre el trayecto en diez brazadas, sin embargo su viaje es extenuante. Es como que estuviese recorriendo otro tipo de distancias, no la que hay entre un borde y otro de la piscina. Neddy está haciendo un viaje interior para encontrarse con su vacío. Me evoca el Retrato de Dorian Gray. Sale de un mundo fantástico, divino, apolíneo, y se encuentra con la destrucción total. Es como en El retrato, ese rostro destruido, donde no queda nada.

Graciela Sobral

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