martes, 17 de enero de 2012

Comentario de Alberto Estévez sobre el cuento de García Márquez, "El Rastro de tu Sangre en la Nieve"

A vueltas con el amor de nuevo, estamos aquí en este segundo asalto si vale decir, para el que hemos elegido el relato de García Márquez, un cuento clásico que esperamos pueda iluminarnos sobre el tema del amor, y quizá sobre alguna que otra cuestión más.

El psicoanálisis, que es una práctica y una experiencia que tiene como eje el amor, utiliza una definición, entre otras, para explicar de qué se trata cuando hablamos de amor, y es ésta la definición a la que primeramente recurre un psicoanalista cuando es convocado para explicar qué está en juego para un sujeto cuando el amor lo alcanza. ¿Qué es el amor? ¿De qué se trata cuando hablamos de amar? Bien, veremos si es posible acercarnos a este gran misterio: amar es dar lo que no se tiene.

Imaginarán que los grandes misterios no se resuelven en una frase de 6 palabras, pero este enunciado, no obstante, permite ordenar la cuestión que nos reúne hoy, y también orienta decididamente el magnífico relato que nos ocupa. Una primera aproximación a este enunciado que acabo de darles pudiéramos hacerla negativizando la frase, porque si el enigma permanece casi tan vivo como antes de transmitírsela, probemos a proponer lo que no es el amor, y entonces si decimos que en el amor se da lo que no se tiene, cuando se da lo que se tiene no se trata necesariamente de amor. Pero, ¿cómo se hace para dar lo que uno no tiene, si no lo tiene cómo puede darlo?

Una posibilidad, si estamos transitando estos temas, si hablamos de no tener, podemos tomar cierta distancia con el tener, con lo que pertenece al mundo de los objetos, al menos de algunos objetos; los automóviles, los visones, las joyas, pueden ser muy tentadores, pueden incluso hablar del grado de generosidad de alguien, pero no necesariamente son signo de amor, porque si se trata de amor debemos salir del registro de lo que se tiene, de lo que se atesora, de lo que podemos apropiarnos, y pensar en otros términos. Pagar con dinero resulta mucho más fácil que manejarse con lo que uno no tiene, con lo que a uno le falta, y esta falta resulta determinante para que reflexionemos.

García Márquez nos muestra magistralmente en el registro de la ficción literaria cómo esa falta se encarna en el centro de la pareja y más allá, la falta como núcleo del relato. Una falta que en forma de pequeña herida sangrante resulta imposible de obturar, no hay tapón que consiga detener esa hemorragia, casi podemos decir que al contrario, cuanto mayor es el empeño por cerrarla lo antes posible, mayores también serán las consecuencias que la herida alcance interesando cada vez más la vida del sujeto, hasta el extremo que nos muestra el relato; consumirla absolutamente.

“Lo hice adrede –dijo- para que se fijaran en mi anillo” Esta es la frase que ella pronuncia cuando delante de las autoridades recibe el ramo de magníficas rosas y se pincha levemente con una de ellas, y aquí el autor sabe muy bien jugar con las piezas que le ofrece el relato, porque coloca  los objetos como tapones de esta herida, esa es su dimensión verdadera; la mención del anillo, respecto del cual podemos decir que la magnitud de los brillantes consigue esconder lo que acaba de suceder, y una distracción más, esta vez el coche platinado nos hace girar la cabeza en otra dirección, que en realidad es apartar la mirada de aquello que angustia, que nos resulta intolerable, una marca de real imposible de soportar.

Puede confirmarse con una lectura atenta que la herida que provoca el pinchazo con la espina de la rosa no es en ningún caso la fulgurante aparición de esta dimensión de lo real que habría permanecido oculta hasta ese momento de la narración, más bien todo lo contrario, el enamoramiento comienza con el trauma, el de los dedos de él estrellándose contra la pared, pero además tenemos descrita la podredumbre de la bahía, el olor pestilente, el sonido del sapo, animal especialmente repugnante, elementos en suma que rodean este amor desde sus inicios, y Gª Márquez los aprovecha para mostrarnos el poder del amor, más allá de la enajenación de sus protagonistas que permanecen al margen de esta realidad, su poder en el sentido que consigue conjurar en ellos dos el efecto de todos estos elementos desagradables. Es ahí donde esa tumba del jardín de la casa, que ha perdido el nombre se convierte en lápida anónima, que podría ser la de cualquiera, quién sabe si incluso, como fatalmente se confirmará, no estará esperando a algún vivo, y la gota de agua golpeando sobre la losa encuentra su eco en la gota de sangre manchando la nieve, marca inexorable del paso de lo efímero.

Podemos pensarlo en términos de equivalencia: gota de agua que golpea la tumba, gota de sangre que tiñe la nieve, lo cual nos conduce directamente a indagar en el título, ella es la autora, el rastro de mi sangre en la nieve dice bromeando, que puede ser pensado como un llamado al Otro, porque un rastro es una señal, un signo para ser interpretado, un indicio. Ella es la autora porque podemos dar fe de que al menos en ella esta dimensión del Otro está presente, como dimensión simbólica, hay un orden, un código que podrá ser descifrado por quien lo encuentre, al igual que las notas escritas en un pentagrama pueden ser interpretadas, ella podrá dejar un rastro que alguien pueda seguir y comprobar así cuán encarnizado puede llegar a ser un amor.

Antes de terminar podríamos recordar nuestro primer encuentro sobre el amor, cuando iniciamos este curso, y planteábamos en el relato de McCullers el esquema de su teoría amorosa; si algo nos mostró aquella reunión es que resulta en vano utilizar la razón para tratar de explicarnos la elección amorosa de cada cual, algunos no entendían que aquel enano ruin pudiera ser objeto del amor de nadie; en el relato de hoy, hay algo que tienta de nuevo nuestros prejuicios. Que esta niña angelical, que viene del encierro de un internado centroeuropeo, virgen, sea capaz de lanzar un desafío como el de la escena de la caseta a un macarra cadenero, ¿cómo se explica? Pareciera extraño además que ella le abra las piernas incansablemente a este tipo, cuando hasta entonces ese gesto sólo se producía para alojar el sexo, perdón, el saxofón. Un muchacho, más bien un niño desvalido, con un sentimiento de desamparo tal que no entiende ni él mismo cómo ha podido vivir sin el amor y la protección de su Nena, este hijo del desamor.

Este cuento, entonces, también sirve para recordar que hay muchos tipos de heridas; aquellas de las que sanamos, están también esas que acarreamos durante un tiempo hasta que dejan de dar signos de su presencia, quizá porque el beneficioso tratamiento de un deseo prendido en Eros consiguió desinfectarlas, y luego están las otras, aquellas que desde el mismo momento en que se producen, deciden acompañarnos, y seguirán con nosotros a lo largo del resto de nuestras vidas.

Alberto Estévez

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