Voy a comenzar con una afirmación que quizá quede matizada a lo largo del comentario. Estamos ante un relato en el que no hay amor entre los protagonistas. Sin embargo, lo que parece bellamente construido es el lugar preciso para el amor.
Destacaría algunos elementos heterogéneos, por un lado la sabiduría, el lugar del amor, el ocaso y la muerte, y por otro lado el goce, la procacidad y la zafiedad. Están mezclados en el texto como lo están diferentes líquidos en una emulsión. Me parece necesario un pequeño trabajo de pensamiento para disociarlos y entender, por un lado, cuál es el lugar del amor como posibilidad de humanización de la vida o, por el contrario, cuál es el lugar de infantilización patética de esa misma vida.
Hay una primera diferenciación que resulta muy ilustrativa. Mientras que a Billy Sánchez podemos tomarlo como una expresión clara, inequívoca, es decir, una forma de posicionarse ante el otro a través de la pura satisfacción, a Nena Daconte, en cambio, podemos tomarla como una revelación, como una mostración de algo que no está directamente a la vista y que tiene que ver con cualidades específicas del ser. Resulta fácil delimitar la figura del Billy Sánchez como figura concreta, en contraste con Nena Daconte, quien se desliza más hacia el terreno de la alegoría.
En este sentido, creo que Nena Daconte, encarnando la sabiduría, la belleza, el lugar del amor y el ocaso, nos permite entender lo que sería una vida humanizada por el amor. En ese sentido, ella representa a “La mujer”, así con mayúscula, como el lugar de perfeccionamiento y acogimiento de lo humano. Porque no hay nada más humano que encarnar la herida que sangra siempre, imprescindible para el amor, esa herida por la que el hombre, Billy Sánchez, no se siente convocado, herida que no es capaz de mirar, sólo se siente concernido por la potencia fantasmal de su turgencia fálica, muy bien expresada en el ataque de los vestuarios, y por el brillo de los objetos aparentes, imponentes y seductores, como el coche, o el abrigo de piel, ese lujo donde sí es capaz de ver la mancha de sangre, pero sólo para borrarla. “Conmovedor” resulta verlo limpiar esa sangre, cuando antes no era capaz de ver el trapo encharcado en esa misma sangre.
El hecho de no sentirse convocado por la herida, y derivar la mirada hacia lo suntuoso, no sólo afecta a Billy Sánchez. Significativa resulta la frase:
“Pero nadie advirtió que el dedo empezaba a sangrar. La atención de todos derivó después hacia el coche nuevo”
Esto quizá pueda incitar a pensar que vivimos en un mundo masculino, que nada se quiere saber de lo femenino, y eso no es sin consecuencias, pues la mirada se dirige hacia el artificio, hacia la potencia, pero se deja de lado un lugar más humano para establecer unos lazos diferentes que tengan que ver más con el amor que con lo suntuoso y con el poder.
La alegoría
Desde estos principios, y una vez disociados esos elementos heterogéneos, podríamos contemplar este relato de García Márquez desde cierta distancia, como si mirásemos un cuadro alegórico. Nena Daconte estaría representada en un primer plano, como alegoría de la sabiduría, de la belleza, del amor y del Ocaso. Ella nos miraría, insisto, como un lugar, como una idea, “La mujer”, tocada por elementos relativos a la finitud de lo humano, a la finitud de la belleza, a la precariedad del amor, tocada por el ocaso, por la muerte, y todo ello a través de un simbolismo muy reconocido como es la rosa –belleza y amor— y su espina –la herida incesante, el ocaso y la muerte. Evocamos así, en Nena Daconte, por un lado, cierta santidad, y por otro, reflexiones muy precisas sobre la esencia de lo humano. Y una vez contemplado el cuadro desde cierta distancia, nos acercamos para observar esas escenas mundanas situadas en un segundo plano, Billy Sánchez ante el cuerpo virgen y desnudo de Nena Daconte, protagonizando aquél una escena nada sutil, zafia, tragicómica y caricaturesca incluso, pero muy representativa del pobre hombre, exclusivamente preocupado por el lujo, por su potencia sexual, y por ello mismo, incapaz de sentirse convocado por el amor.
El amor y el ocaso
Si en el relato de García Márquez encontramos un amor articulado a lo finito y al ocaso, podemos decir que en muchos lugares de la literatura aparece esta articulación, también en relación con la belleza. Entre ellos voy a destacar tres que me parece que entran en relación con el relato que nos ocupa.
En su ensayo La literatura y el mal, y a propósito del comentario que Georges Bataille hace sobre Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, dice lo siguiente:
“Emily Brontë tuvo un conocimiento angustioso de la pasión: ese conocimientos que no sólo une el amor con la claridad, sino también con la violencia y la muerte –porque la muerte es aparentemente la verdad del amor—. Del mismo modo que el amor es la verdad de la muerte”
Por otro lado, vuelvo a recordar, como ya hice en otra tertulia, uno de los versos que me parecen más ilustrativos de la verdad artística. Lo que en este verso vale sobre la belleza, me parece aplicable también al amor:
“Lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible” (Rilke. Elegía I. Elegías de Duino).
En este sentido, el cuento de García Márquez, El rastro de tu sangre en la nieve, vendría a situarnos en esa frontera delicada que se inscribe entre una vida humanizada por la belleza y el amor, por un lado, y por otro lo real. Digo frontera delicada porque, siempre se muestra en su precariedad para señalarnos, precisamente, que la belleza y el amor van íntimamente unidos al ocaso, a la muerte. Es inevitable. “Lo bello no es más que el comienzo de lo terrible”.
Más explícito en la articulación del amor con el ocaso me parece el texto de Nietzsche, Así habló Zaratustra. Podría decirse que en el cuento de García Márquez, así como en lo de Nietzsche, se pone en juego un torrente de pasión amorosa. El amor hacia el Otro tiene que ver, exactamente, con la sabiduría, esa madurez adquirida en el tiempo de una soledad necesaria que, finalmente, siente la imperiosa necesidad de bajar a las tinieblas del ser humano para entregarla al otro. Es la pasión de amor. Podemos decir que, en el caso de Nena Daconte, ese torrente de pasión que busca amar, se ve defraudado en un primer momento, sólo en el final, cuando se hace presente la muerte para Billy Sánchez, se diluye la zafiedad y asoma el amor.
Nietzsche nos da la clave. La sabiduría, la madurez, han de sumirse en las tinieblas, en la oscuridad para ser entregada al otro como posibilidad para la humanización. El amor adquiere la forma de una entrega. En el relato de García Márquez, las tinieblas, la oscuridad, el lugar mundano está ocupado por todos aquellos que no pueden ver la herida. Es ahí donde la sabiduría de Nena Daconte se ofrece como sosiego para la ignorancia y para la brutalidad.
Un ejemplo de ese sosiego se ofrece en la escena de los vestuarios, las palabras de Nena Daconte, conocedora de los cómicos juegos de poder en los que se mueve el hombre, tocan el ser de Billy Sánchez, para sosegarlo y paralizar su brutalidad. Aunque lo dramático del cuento es que todo se ve defraudado, salvo en su momento final.
Si seguimos a Nietzsche, en Así habló Zaratustra podemos leer:
“Voluntad de amar significa estar dispuesto, incluso, a morir”.
Esta frase nos remite, nuevamente, al contraste entre Nena Daconte y Billy Sánchez, permitiéndonos contemplar ciertos elementos tragicómicos de la vida, sobre todo en lo que al hombre hace referencia. Si Nena Daconte, como “La mujer”, deja su tierra para amar –podemos pensar que en ella no existe ninguna nostalgia de la familia—, para gozar de su espíritu, de su soledad y de su libertad y entregarla al otro, frente a esta alegoría del amor y del ocaso, encontramos la comicidad de lo imaginario, que no acepta jamás la muerte, sino que se instala en los elementos cómicos de la potencia sexual, la comparación con la potencia del otro, y es también la comicidad de la infantilidad, la nostalgia, aquí sí, la evocación y el regreso del hombre a la mamá y a la familia como resguardo iluso contra el ocaso de la vida.
Lo cierto es que, en el centro de lo humano, velado por todos los lujos y goces precarios, sangra una herida eterna que nos consume. El relato nos enseña que la herida solicita el amor, no para detener, cosa imposible, sino para aliviar el dolor del ocaso.
Sólo al final del relato, y ante tanto infortunio, se puede leer:
“Por primera vez desde su nacimiento pensó en la realidad de la muerte”
Cuando al comienzo decía que era un relato en el que no había amor, quizá habría que matizar que éste sólo surge al final, cuando Billy Sánchez acepta la realidad de la muerte, acepta que en sí mismo también hay una herida que sangra siempre. El problema es que en el amor es necesario el otro, precisamente para entregarle esa herida. Quizá ahora Billy Sánchez pueda entender el amor, quizá pueda amar, pero Nena Daconte está muerta, ha de procurar otro ser, es decir, otra herida.
Destacaría algunos elementos heterogéneos, por un lado la sabiduría, el lugar del amor, el ocaso y la muerte, y por otro lado el goce, la procacidad y la zafiedad. Están mezclados en el texto como lo están diferentes líquidos en una emulsión. Me parece necesario un pequeño trabajo de pensamiento para disociarlos y entender, por un lado, cuál es el lugar del amor como posibilidad de humanización de la vida o, por el contrario, cuál es el lugar de infantilización patética de esa misma vida.
Hay una primera diferenciación que resulta muy ilustrativa. Mientras que a Billy Sánchez podemos tomarlo como una expresión clara, inequívoca, es decir, una forma de posicionarse ante el otro a través de la pura satisfacción, a Nena Daconte, en cambio, podemos tomarla como una revelación, como una mostración de algo que no está directamente a la vista y que tiene que ver con cualidades específicas del ser. Resulta fácil delimitar la figura del Billy Sánchez como figura concreta, en contraste con Nena Daconte, quien se desliza más hacia el terreno de la alegoría.
En este sentido, creo que Nena Daconte, encarnando la sabiduría, la belleza, el lugar del amor y el ocaso, nos permite entender lo que sería una vida humanizada por el amor. En ese sentido, ella representa a “La mujer”, así con mayúscula, como el lugar de perfeccionamiento y acogimiento de lo humano. Porque no hay nada más humano que encarnar la herida que sangra siempre, imprescindible para el amor, esa herida por la que el hombre, Billy Sánchez, no se siente convocado, herida que no es capaz de mirar, sólo se siente concernido por la potencia fantasmal de su turgencia fálica, muy bien expresada en el ataque de los vestuarios, y por el brillo de los objetos aparentes, imponentes y seductores, como el coche, o el abrigo de piel, ese lujo donde sí es capaz de ver la mancha de sangre, pero sólo para borrarla. “Conmovedor” resulta verlo limpiar esa sangre, cuando antes no era capaz de ver el trapo encharcado en esa misma sangre.
El hecho de no sentirse convocado por la herida, y derivar la mirada hacia lo suntuoso, no sólo afecta a Billy Sánchez. Significativa resulta la frase:
“Pero nadie advirtió que el dedo empezaba a sangrar. La atención de todos derivó después hacia el coche nuevo”
Esto quizá pueda incitar a pensar que vivimos en un mundo masculino, que nada se quiere saber de lo femenino, y eso no es sin consecuencias, pues la mirada se dirige hacia el artificio, hacia la potencia, pero se deja de lado un lugar más humano para establecer unos lazos diferentes que tengan que ver más con el amor que con lo suntuoso y con el poder.
La alegoría
Desde estos principios, y una vez disociados esos elementos heterogéneos, podríamos contemplar este relato de García Márquez desde cierta distancia, como si mirásemos un cuadro alegórico. Nena Daconte estaría representada en un primer plano, como alegoría de la sabiduría, de la belleza, del amor y del Ocaso. Ella nos miraría, insisto, como un lugar, como una idea, “La mujer”, tocada por elementos relativos a la finitud de lo humano, a la finitud de la belleza, a la precariedad del amor, tocada por el ocaso, por la muerte, y todo ello a través de un simbolismo muy reconocido como es la rosa –belleza y amor— y su espina –la herida incesante, el ocaso y la muerte. Evocamos así, en Nena Daconte, por un lado, cierta santidad, y por otro, reflexiones muy precisas sobre la esencia de lo humano. Y una vez contemplado el cuadro desde cierta distancia, nos acercamos para observar esas escenas mundanas situadas en un segundo plano, Billy Sánchez ante el cuerpo virgen y desnudo de Nena Daconte, protagonizando aquél una escena nada sutil, zafia, tragicómica y caricaturesca incluso, pero muy representativa del pobre hombre, exclusivamente preocupado por el lujo, por su potencia sexual, y por ello mismo, incapaz de sentirse convocado por el amor.
El amor y el ocaso
Si en el relato de García Márquez encontramos un amor articulado a lo finito y al ocaso, podemos decir que en muchos lugares de la literatura aparece esta articulación, también en relación con la belleza. Entre ellos voy a destacar tres que me parece que entran en relación con el relato que nos ocupa.
En su ensayo La literatura y el mal, y a propósito del comentario que Georges Bataille hace sobre Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, dice lo siguiente:
“Emily Brontë tuvo un conocimiento angustioso de la pasión: ese conocimientos que no sólo une el amor con la claridad, sino también con la violencia y la muerte –porque la muerte es aparentemente la verdad del amor—. Del mismo modo que el amor es la verdad de la muerte”
Por otro lado, vuelvo a recordar, como ya hice en otra tertulia, uno de los versos que me parecen más ilustrativos de la verdad artística. Lo que en este verso vale sobre la belleza, me parece aplicable también al amor:
“Lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible” (Rilke. Elegía I. Elegías de Duino).
En este sentido, el cuento de García Márquez, El rastro de tu sangre en la nieve, vendría a situarnos en esa frontera delicada que se inscribe entre una vida humanizada por la belleza y el amor, por un lado, y por otro lo real. Digo frontera delicada porque, siempre se muestra en su precariedad para señalarnos, precisamente, que la belleza y el amor van íntimamente unidos al ocaso, a la muerte. Es inevitable. “Lo bello no es más que el comienzo de lo terrible”.
Más explícito en la articulación del amor con el ocaso me parece el texto de Nietzsche, Así habló Zaratustra. Podría decirse que en el cuento de García Márquez, así como en lo de Nietzsche, se pone en juego un torrente de pasión amorosa. El amor hacia el Otro tiene que ver, exactamente, con la sabiduría, esa madurez adquirida en el tiempo de una soledad necesaria que, finalmente, siente la imperiosa necesidad de bajar a las tinieblas del ser humano para entregarla al otro. Es la pasión de amor. Podemos decir que, en el caso de Nena Daconte, ese torrente de pasión que busca amar, se ve defraudado en un primer momento, sólo en el final, cuando se hace presente la muerte para Billy Sánchez, se diluye la zafiedad y asoma el amor.
Nietzsche nos da la clave. La sabiduría, la madurez, han de sumirse en las tinieblas, en la oscuridad para ser entregada al otro como posibilidad para la humanización. El amor adquiere la forma de una entrega. En el relato de García Márquez, las tinieblas, la oscuridad, el lugar mundano está ocupado por todos aquellos que no pueden ver la herida. Es ahí donde la sabiduría de Nena Daconte se ofrece como sosiego para la ignorancia y para la brutalidad.
Un ejemplo de ese sosiego se ofrece en la escena de los vestuarios, las palabras de Nena Daconte, conocedora de los cómicos juegos de poder en los que se mueve el hombre, tocan el ser de Billy Sánchez, para sosegarlo y paralizar su brutalidad. Aunque lo dramático del cuento es que todo se ve defraudado, salvo en su momento final.
Si seguimos a Nietzsche, en Así habló Zaratustra podemos leer:
“Voluntad de amar significa estar dispuesto, incluso, a morir”.
Esta frase nos remite, nuevamente, al contraste entre Nena Daconte y Billy Sánchez, permitiéndonos contemplar ciertos elementos tragicómicos de la vida, sobre todo en lo que al hombre hace referencia. Si Nena Daconte, como “La mujer”, deja su tierra para amar –podemos pensar que en ella no existe ninguna nostalgia de la familia—, para gozar de su espíritu, de su soledad y de su libertad y entregarla al otro, frente a esta alegoría del amor y del ocaso, encontramos la comicidad de lo imaginario, que no acepta jamás la muerte, sino que se instala en los elementos cómicos de la potencia sexual, la comparación con la potencia del otro, y es también la comicidad de la infantilidad, la nostalgia, aquí sí, la evocación y el regreso del hombre a la mamá y a la familia como resguardo iluso contra el ocaso de la vida.
Lo cierto es que, en el centro de lo humano, velado por todos los lujos y goces precarios, sangra una herida eterna que nos consume. El relato nos enseña que la herida solicita el amor, no para detener, cosa imposible, sino para aliviar el dolor del ocaso.
Sólo al final del relato, y ante tanto infortunio, se puede leer:
“Por primera vez desde su nacimiento pensó en la realidad de la muerte”
Cuando al comienzo decía que era un relato en el que no había amor, quizá habría que matizar que éste sólo surge al final, cuando Billy Sánchez acepta la realidad de la muerte, acepta que en sí mismo también hay una herida que sangra siempre. El problema es que en el amor es necesario el otro, precisamente para entregarle esa herida. Quizá ahora Billy Sánchez pueda entender el amor, quizá pueda amar, pero Nena Daconte está muerta, ha de procurar otro ser, es decir, otra herida.
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