Este cuento fue publicado por El País cuando lo escribió García Márquez, hace ya 36 años aproximadamente. Recuerdo que lo leí en España en esos momentos. Os cuento una pequeña anécdota de mi vida. Cuando yo era pequeña, mi madre me leía poesía, me la explicaba, y yo la aprendía de memoria. Recito los versos de un poema que recuerdo, que en su momento me conmovió. Es Rene sully-prudhomme:
Este poema me trasmitió la idea de que había algo imperceptible, algo que se puede comparar con un pinchazo que no deja seña, pero que, sin embargo, puede causar un dolor o una pérdida irreparable. Cuando leí este cuento en El País, me produjo mucha emoción, porque me recordó el poema que acabo de leer. Es como si hubiese encontrado esos versos transformados en un relato.
Por lo tanto, lo primero que me suscitó este relato es que hay algo irremediable, una pérdida, un dolor. Pérdida que es irremediable para todos. Se puede hacer distintas cosas con ella. Por ejemplo, transformarla en la causa de búsqueda de otra cosa, o puede permanecer como un dolor, como una herida abierta, que no cierra y duele.
Muchas veces, cuando se produce el encuentro con el amor, éste tiene la posibilidad de cerrar heridas, pero otras veces el amor conecta con esa herida abierta, y el amor mismo se torna una herida dolorosa. Creo que es esto lo que cuenta García Márquez de una manera maravillosa. Porque en el relato, Nena Daconte parece dueña de sí, pero, evidentemente, padecía una herida, un dolor, y por esa herida invisible en el encuentro con el amor, se le fue la vida.
El relato me recordó, además, el poema de Miguel Hernández, llegó con tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida…
Graciela Sobral
El búcaro en que muere esa flor pura,
un golpe de abanico lo quebró;
y tan ligera fue la rozadura,
que ni el más leve ruido se advirtió.
Pero la breve, imperceptible grieta,
con marcha lenta y precisión fatal,
prosiguiendo tenaz su obra secreta
rodó el circuito del cristal.
El agua fue cayendo gota a gota,
y la espléndida flor marchita veis;
aunque nadie lo sabe ni lo nota,
roto el búcaro está: ¡no lo toquéis!
Así, a veces, la mano más querida
nos roza sutilmente el corazón,
y lenta se abre su secreta herida,
y se mustia la flor de su ilusión.
todos lo juzgan sano, entero, fuerte;
mas la oculta lesión creciendo va.
Nadie su mal desconocido advierte;
pero no lo toquéis: ¡roto está ya!
Este poema me trasmitió la idea de que había algo imperceptible, algo que se puede comparar con un pinchazo que no deja seña, pero que, sin embargo, puede causar un dolor o una pérdida irreparable. Cuando leí este cuento en El País, me produjo mucha emoción, porque me recordó el poema que acabo de leer. Es como si hubiese encontrado esos versos transformados en un relato.
Por lo tanto, lo primero que me suscitó este relato es que hay algo irremediable, una pérdida, un dolor. Pérdida que es irremediable para todos. Se puede hacer distintas cosas con ella. Por ejemplo, transformarla en la causa de búsqueda de otra cosa, o puede permanecer como un dolor, como una herida abierta, que no cierra y duele.
Muchas veces, cuando se produce el encuentro con el amor, éste tiene la posibilidad de cerrar heridas, pero otras veces el amor conecta con esa herida abierta, y el amor mismo se torna una herida dolorosa. Creo que es esto lo que cuenta García Márquez de una manera maravillosa. Porque en el relato, Nena Daconte parece dueña de sí, pero, evidentemente, padecía una herida, un dolor, y por esa herida invisible en el encuentro con el amor, se le fue la vida.
El relato me recordó, además, el poema de Miguel Hernández, llegó con tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida…
Graciela Sobral
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