lunes, 16 de enero de 2012

¿Dónde está la sangre de lo real? Comentario de Ignacio Castro sobre El rastro de tu sangre en la nieve

Confieso que este relato es la única cosa que he leído de García Márquez. Supongo que es un gran pecado, pero es así. Y dudo que vuelva a leer otra cosa completa. Quiero decir lo siguiente. Es un texto maravillosamente bien escrito, tan bien escrito que se puede ahorrar prácticamente el contar nada. Con esto no me refiero tanto al hecho de que no haya efectos especiales, muertos, grandes dramas, no me refiero al hecho de que la cáscara de la historia sea bastante sutil o fútil, o banal, sino al hecho de que me pareció un texto hecho por un buen periodista, muy listo, que escribe muy bien, pero en el cual no ocurre nada. Y no ocurre nada en el sentido de que todo está preparado para que, sobre un fondo social más o menos irreal, más o menos dibujado y preciso, haya una especie de fantasía difícilmente verosímil, en la cual, por cierto, los personajes son tan encantadores como perfectamente opacos. Nada hay de la subjetividad, nada se pone en juego del orden del sujeto.

Es decir, todo es muy bonito, todo está muy bien escrito, París, la nieve, las gotas de sangre, el nombre de ella, el nombre de él, matón tímido, todo encantador, pero uno acaba y se pregunta si, realmente, esto es García Márquez. Confirmo las intuiciones que me llevaban a no leerlo. Tenía una especie de ambigüedad moral y ética en relación con García Márquez, y claro, el cuento es tan carente de contenido, tan carente de sustancia, y de nada que contar, excepto el uso y abuso manierista de la literatura, que confieso mi perplejidad, y quería que, en cierto modo, me desmintierais esta lectura que he hecho con calma, subrayando y tomado notas.

Yo no discutiría que este texto, llevado al cine, diese lugar a una película encantadora. Pero creo que falla radicalmente la sangre de lo real en el relato. En este sentido, no veo para nada la irrupción de un orden parecido al inconsciente. El realismo mágico es superponer a una realidad aceptada, plagada de manera realista, superponer una contingencia, superponer una magia, un accidente fatal, una deriva del sentido que va a conseguir que la narración no sea aburrida. Si no fuese por el fondo de nieve, esa gota de sangre no tendría importancia. Pero hay muchos comentarios que valdrían lo mismo para Bambi –y no estoy hablando en broma.

A mí, este texto me recuerda a la literatura de los setenta. Recuerden la fascinación de Antonioni, Pasolini, Visconti, su pasión por la burguesía y sus pequeñas gotas de sangre. Me he sentido casi marxista leyendo este cuento. Cartagena de Indias, París… Es, en cierto modo, un cuento de hadas bastante más aburrido que los que nos recreaban en la infancia, sólo los pequeños accidentes forzados consiguen que haya algo, publicable en un periódico, pero la estructura de lo real resulta intocada, que es, justamente, lo que ocurre en la literatura. El primer cuento que leímos aquí este año, de Carson McCullers –que tampoco es el no va más del siglo XXI— sin embargo, tenía algo de esta inquietud que trastorna lo real. Aquí hay un trasfondo de realidad perfectamente periodístico, sociológico, perfectamente dibujado, y un uso abusivo de los guiños literarios. Os recuerdo que es Rilke quien muere por el pinchazo de una rosa. Es, realmente, literatura hecha con literatura. Pues no, gracias. Yo lo acabé de leer por compromiso de decir algo y por si acaso ocurría el milagro, y por no decir jamás he leído nada de él. Pero ya digo, el resultado ha sido, no decepcionante, sino pasmoso. Si no fuera por la nieve, proyectada con un aparato de efectos especiales, la gota de sangre no era nada. Y lo pero de todo es que el cuento está bien hecho, García Márquez tiene oficio, evidentemente. Y tiene frases estupendas, pero es literatura hecha con literatura, falta el drama de lo real, el trauma de lo real, y, estamos ante una construcción bien hecha, admirablemente bien hecha, incluso asombrosa por su fluidez, pero claro, uno se queda exactamente igual que como estaba al principio, que es lo peor que le puede pasar a uno, sobre todo cuando no está contento consigo mismo.

Ignacio Castro

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