jueves, 15 de mayo de 2014

Esperanza Molleda abre la tertulia sobre el relato de Bioy Casares En memoria de Paulina

En primer lugar quiero agradecer a Gustavo Dessal, a Miguel Ángel Alonso y a Alberto Estévez la invitación a introducir la tertulia de esta tarde. A ellos que me une una simpatía especial que yo llamaría cariño. Con Miguel Ángel y  Alberto, cariño hecho de compañerismo y de trabajo codo a codo en la Escuela, como  miembros de la misma generación que somos. Y con Gustavo Dessal, cariño nacido del agradecimiento por la generosidad y por la confianza con la que me he sentido tratada por él desde que llegué a la Escuela.

Antes de aceptar su invitación, leí el texto completo del relato, aunque la primera frase (además del cariño del que acabo de hablarles) ya me decantó hacia el sí. “Siempre quise a Paulina”, empieza el relato de Bioy Casares. “Bien, me dije, una historia de amor con sorpresa, esto es lo mío”. En mi veta femenina está el ser una forofa del amor, de las historias de amor, y en mi veta todavía un poco histérica está el ser una forofa de las historias de amor con truco, con fallos, con dificultades.

Empezaré con una afirmación contundente. Para mí  “EN MEMORIA DE PAULINA”  trata de cómo las historias de amor se transforman en cuentos de terror. ¿Es un relato fantástico? No lo creo. Creo, en cambio, que la fabulación fantástica de Bioy Casares le permite traspasar las reglas del realismo para mostrarnos con mayor agudeza y contraste esa experiencia, no poco habitual, en la que las historias de amor particulares se ven transformadas en un instante en cuentos de terror, en la que los consciente y lo inconsciente, lo real y lo fantaseado suelen mezclarse en la psique del afectado de tal forma que resultan difícil ser tamizadas.

El relato de Bioy Casares presenta dos historias de amor convertidas en cuentos de horror, una, la del narrador con Paulina; otra, la de Paulina con Julio Montero. Una, contada con detalle, la otra adivinada por la contundencia de los hechos. Ambas fracasadas. Fracasadas de mala manera, quiero decir, porque fracasar, lo que se dice fracasar, todas las historias de amor fracasan, se frustran en algún punto, no tienen el éxito que el fervor inicial de los amantes espera, aunque algunas, por suerte, fracasan de una manera menos mala que estas…

Es precisamente este punto de fracaso de mayor o menor calado que existe en cada historia de amor el que nos lleva a experimentar el horror que Bioy describe en este cuento, que nos lleva a sorprendernos cuando en una historia de amor en la que estamos inmerso, en la que parece, imaginamos, queremos imaginar  que todo va bien, de repente, ¡zas,! la distancia, el desconocimiento, la extrañeza,  los celos, el miedo, la traición, el rechazo, el abandono, la frialdad, la incapacidad de comprender que se ha colado entre los dos amantes. Es el horror del encuentro con el “no hay relación sexual” que el deseo, el enamoramiento, el amor correspondido querían hacernos olvidar.

Los seres humanos no sabemos qué hacer con esta imposibilidad que Lacan definió como “la inexistencia de la relación sexual”, nos cuesta aceptar esta limitación del amor, nos cuesta aceptar la soledad  sustancial de nuestra existencia, nos resistimos ante el profundo desamparo que anida en nuestro interior y nos lanzamos unos en brazos de otros, ciegos, sin querer ver este punto negro y antes que aceptarlo, elucubramos con el lenguaje y con la imaginación todo tipo de explicaciones.

- “Estás cambiada.
- Sí- respondió-. ¡Como nos conocemos! No necesito hablar para que sepas lo que siento.
Nos miramos en los ojos, en un éxtasis de beatitud.
-         Gracias- contesté.
Nada me conmovía tanto como la admisión, por parte de Paulina, de la entrañable conformidad de nuestras almas. Confiadamente me abandoné a ese halago. No sé cuando me pregunté (incrédulamente) si las palabras de Paulina ocultarían otro sentido. Antes de que yo considerara esta posibilidad, Paulina emprendió una confusa explicación. Oí de pronto:
-         En primera tarde ya estábamos perdidamente enamorados.
Me pregunté quiénes estaban enamorados. Paulina continuó.
-         Es muy celoso. No se opone a nuestra amistad, pero le juré que, por un tiempo, no te vería.
Yo esperaba aún la imposible aclaración que me tranquilizara. No sabía si Paulina hablaba en broma o en serio. No sabía  qué expresión había en mi rostro. No sabía  lo desgarradora que era mi congoja. Paulina agregó:
-         Me voy, Julio está esperándome. No subió para no molestarnos.
-         ¿Quién?- pregunté.
En seguida temí – como si nada hubiera ocurrido- que Paulina descubriera que yo era un impostor y que nuestras almas no estaban tan juntas.
Paulina contestó con naturalidad:
-         Julio Montero (…)
Después me encontré solo. Todo era absurdo. No había una persona más incompatible con Paulina (y conmigo) que Montero. ¿O me equivocaba? Si Paulina quería a ese hombre, tal vez nunca se había parecido a mí. Una abjuración no me bastó; descubrí que muchas veces yo había entrevisto la espantosa verdad”. 

Con estas líneas, Bioy Casares nos muestra esa delgada línea con la que se pasa de la historia de amor al cuento de terror.

Bioy Casares recorre a través de estas dos historias de amor entretejidas por la persona de Paulina, dos estilos distintos de enfrentarse a la “no relación sexual”. El estilo del narrador y el estilo de Montero. Y a través de los dos estilos, encontramos algunas estrategias  de engañarnos en el amor, de cegarnos ante lo imposible de una relación plena entre hombre y mujer, muchas de las cuales no nos resultarán extrañas, si volvemos con humildad nuestra mirada a las historias de amor que hemos vivido.

El estilo del narrador nos dibuja un amor de finas líneas, de frescura infantil, de craso idealismo: ella es mi gemela, ella es mi modelo, nuestras almas están unidas. En él, la mujer es un objeto idealizado, ajeno a toda carnalidad, ajeno a toda imperfección. El hombre crea y recrea en su imaginación, se regodea en los pensamientos y en las palabras que definen este amor ideal. Este amor se ve puesto en evidencia por la rudeza viril de Julio Montero.

El estilo de Julio Montero se adivina hecho de pasión, de terrenalidad, de incapacidad para poner freno al encuentro entre los cuerpos, forjado más por los hechos que por las palabras. Un amor que, en su exceso, encuentra un límite en los celos hacia ese entendimiento amistoso y templado que existía entre el narrador y Paulina.

El narrador piensa que Montero fue el causante de su fracaso con Paulina. Montero pensó que era el narrador el responsable de su fracaso con Paulina. Y Paulina pensó que lo que no le daba el narrador y que encontraba en Montero era lo que le faltaba. Al final, ellos solos con sus recuerdos y ella, muerta.

Cuanto menos margen dejamos para la brecha oscura que existe en toda historia de amor, más se convierte la historia de amor en un cuento de terror en el que es necesario  encontrar un culpable.

¿Habría habido una posibilidad de continuar su historia de amor si el narrador hubiese podido exponer su amor ideal por Paulina al encuentro de los cuerpos? ¿Habría habido una posibilidad de continuar su historia de amor si  Montero hubiera podido aceptar que no estaba en sus manos dar a Paulina la delicadeza que le ofrecía el narrador? ¿Habría habido una posibilidad  de continuar con vida para Paulina si hubiera podido renunciar a uno de los dos?
No sabemos, pero intuimos que cualquiera de estas historias de amor que hubiera continuado, hubiera sido una historia de amor fracasada. Pero una historia de amor fracasada de una mejor manera, porque toda historia que continúa entre un hombre y una mujer a pesar de la “maldición” de la imposibilidad de la relación sexual, a pesar de las inhibiciones, de los fantasmas, de los miedos de cada uno de los partenaires es una historia que apuesta por lo posible y no se hace morir por lo imposible. Aunque, por desgracia, como el psicoanálisis nos enseña, nos es cuestión de buena voluntad que las historias de amor fracasen de mejor o peor manera, ya que lo más insondable de cada sujeto se pone en juego en el encuentro amoroso. 

Esperanza Molleda

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