En primer lugar
quiero agradecer a Gustavo Dessal, a Miguel Ángel Alonso y a Alberto Estévez la
invitación a introducir la tertulia de esta tarde. A ellos que me une una
simpatía especial que yo llamaría cariño. Con Miguel Ángel y Alberto, cariño hecho de compañerismo y de
trabajo codo a codo en la Escuela, como
miembros de la misma generación que somos. Y con Gustavo Dessal, cariño
nacido del agradecimiento por la generosidad y por la confianza con la que me
he sentido tratada por él desde que llegué a la Escuela.
Antes de aceptar su
invitación, leí el texto completo del relato, aunque la primera frase (además
del cariño del que acabo de hablarles) ya me decantó hacia el sí. “Siempre
quise a Paulina”, empieza el relato de Bioy Casares. “Bien, me dije, una
historia de amor con sorpresa, esto es lo mío”. En mi veta femenina está el ser
una forofa del amor, de las historias de amor, y en mi veta todavía un poco
histérica está el ser una forofa de las historias de amor con truco, con fallos,
con dificultades.
Empezaré con una
afirmación contundente. Para mí “EN
MEMORIA DE PAULINA” trata de cómo las
historias de amor se transforman en cuentos de terror. ¿Es un relato
fantástico? No lo creo. Creo, en cambio, que la fabulación fantástica de Bioy
Casares le permite traspasar las reglas del realismo para mostrarnos con mayor
agudeza y contraste esa experiencia, no poco habitual, en la que las historias
de amor particulares se ven transformadas en un instante en cuentos de terror,
en la que los consciente y lo inconsciente, lo real y lo fantaseado suelen
mezclarse en la psique del afectado de tal forma que resultan difícil ser
tamizadas.
El relato de Bioy
Casares presenta dos historias de amor convertidas en cuentos de horror, una,
la del narrador con Paulina; otra, la de Paulina con Julio Montero. Una,
contada con detalle, la otra adivinada por la contundencia de los hechos. Ambas
fracasadas. Fracasadas de mala manera, quiero decir, porque fracasar, lo que se
dice fracasar, todas las historias de amor fracasan, se frustran en algún
punto, no tienen el éxito que el fervor inicial de los amantes espera, aunque
algunas, por suerte, fracasan de una manera menos mala que estas…
Es precisamente
este punto de fracaso de mayor o menor calado que existe en cada historia de
amor el que nos lleva a experimentar el horror que Bioy describe en este
cuento, que nos lleva a sorprendernos cuando en una historia de amor en la que
estamos inmerso, en la que parece, imaginamos, queremos imaginar que todo va bien, de repente, ¡zas,! la
distancia, el desconocimiento, la extrañeza,
los celos, el miedo, la traición, el rechazo, el abandono, la frialdad,
la incapacidad de comprender que se ha colado entre los dos amantes. Es el
horror del encuentro con el “no hay relación sexual” que el deseo, el
enamoramiento, el amor correspondido querían hacernos olvidar.
Los seres humanos
no sabemos qué hacer con esta imposibilidad que Lacan definió como “la
inexistencia de la relación sexual”, nos cuesta aceptar esta limitación del
amor, nos cuesta aceptar la soledad
sustancial de nuestra existencia, nos resistimos ante el profundo
desamparo que anida en nuestro interior y nos lanzamos unos en brazos de otros,
ciegos, sin querer ver este punto negro y antes que aceptarlo, elucubramos con
el lenguaje y con la imaginación todo tipo de explicaciones.
- “Estás cambiada.
- Sí- respondió-. ¡Como nos conocemos! No necesito hablar para que sepas lo
que siento.
Nos miramos en los
ojos, en un éxtasis de beatitud.
-
Gracias- contesté.
Nada me conmovía
tanto como la admisión, por parte de Paulina, de la entrañable conformidad de
nuestras almas. Confiadamente me abandoné a ese halago. No sé cuando me
pregunté (incrédulamente) si las palabras de Paulina ocultarían otro sentido.
Antes de que yo considerara esta posibilidad, Paulina emprendió una confusa
explicación. Oí de pronto:
-
En primera tarde ya estábamos perdidamente enamorados.
Me pregunté quiénes
estaban enamorados. Paulina continuó.
-
Es muy celoso. No se opone a nuestra amistad, pero le juré
que, por un tiempo, no te vería.
Yo esperaba aún la
imposible aclaración que me tranquilizara. No sabía si Paulina hablaba en broma
o en serio. No sabía qué expresión había
en mi rostro. No sabía lo desgarradora
que era mi congoja. Paulina agregó:
-
Me voy, Julio está esperándome. No subió para no
molestarnos.
-
¿Quién?- pregunté.
En seguida temí –
como si nada hubiera ocurrido- que Paulina descubriera que yo era un impostor y
que nuestras almas no estaban tan juntas.
Paulina contestó
con naturalidad:
-
Julio Montero (…)
Después me encontré
solo. Todo era absurdo. No había una persona más incompatible con Paulina (y
conmigo) que Montero. ¿O me equivocaba? Si Paulina quería a ese hombre, tal vez
nunca se había parecido a mí. Una abjuración no me bastó; descubrí que muchas
veces yo había entrevisto la espantosa verdad”.
Con estas líneas,
Bioy Casares nos muestra esa delgada línea con la que se pasa de la historia de
amor al cuento de terror.
Bioy Casares
recorre a través de estas dos historias de amor entretejidas por la persona de
Paulina, dos estilos distintos de enfrentarse a la “no relación sexual”. El
estilo del narrador y el estilo de Montero. Y a través de los dos estilos,
encontramos algunas estrategias de engañarnos
en el amor, de cegarnos ante lo imposible de una relación plena entre hombre y
mujer, muchas de las cuales no nos resultarán extrañas, si volvemos con
humildad nuestra mirada a las historias de amor que hemos vivido.
El estilo del
narrador nos dibuja un amor de finas líneas, de frescura infantil, de craso
idealismo: ella es mi gemela, ella es mi modelo, nuestras almas están unidas.
En él, la mujer es un objeto idealizado, ajeno a toda carnalidad, ajeno a toda
imperfección. El hombre crea y recrea en su imaginación, se regodea en los pensamientos
y en las palabras que definen este amor ideal. Este amor se ve puesto en
evidencia por la rudeza viril de Julio Montero.
El estilo de Julio
Montero se adivina hecho de pasión, de terrenalidad, de incapacidad para poner
freno al encuentro entre los cuerpos, forjado más por los hechos que por las
palabras. Un amor que, en su exceso, encuentra un límite en los celos hacia ese
entendimiento amistoso y templado que existía entre el narrador y Paulina.
El narrador piensa
que Montero fue el causante de su fracaso con Paulina. Montero pensó que era el
narrador el responsable de su fracaso con Paulina. Y Paulina pensó que lo que
no le daba el narrador y que encontraba en Montero era lo que le faltaba. Al
final, ellos solos con sus recuerdos y ella, muerta.
Cuanto menos margen
dejamos para la brecha oscura que existe en toda historia de amor, más se
convierte la historia de amor en un cuento de terror en el que es
necesario encontrar un culpable.
¿Habría habido una
posibilidad de continuar su historia de amor si el narrador hubiese podido
exponer su amor ideal por Paulina al encuentro de los cuerpos? ¿Habría habido
una posibilidad de continuar su historia de amor si Montero hubiera podido aceptar que no estaba
en sus manos dar a Paulina la delicadeza que le ofrecía el narrador? ¿Habría
habido una posibilidad de continuar con
vida para Paulina si hubiera podido renunciar a uno de los dos?
No sabemos, pero
intuimos que cualquiera de estas historias de amor que hubiera continuado,
hubiera sido una historia de amor fracasada. Pero una historia de amor
fracasada de una mejor manera, porque toda historia que continúa entre un
hombre y una mujer a pesar de la “maldición” de la imposibilidad de la relación
sexual, a pesar de las inhibiciones, de los fantasmas, de los miedos de cada
uno de los partenaires es una historia que apuesta por lo posible y no se hace
morir por lo imposible. Aunque, por desgracia, como el psicoanálisis nos
enseña, nos es cuestión de buena voluntad que las historias de amor fracasen de
mejor o peor manera, ya que lo más insondable de cada sujeto se pone en juego
en el encuentro amoroso.
Esperanza Molleda
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