lunes, 29 de diciembre de 2014

Hamlet, de Shakespeare. Apertura de la tertulia 57 a cargo de Gustavo Tambascio

La importancia y vigencia permanente de Hamlet nos asombran de manera peculiar, aparte de la calidad extraordinaria de Shakespeare y de sus escrituras. Nos preguntamos qué pasa con Hamlet, por qué transcurren los siglos y se sigue escribiendo y hablando infinitamente sobre Hamlet. Aquí, los especialistas hablarán de lo que dijeron los grandes del psicoanálisis, Freud y Lacan. Yo me hago eco de una cuestión que, de alguna forma, recoge Lacan de unos escritos de Ernest Jones. Dice allí que lo único que podemos decir a ciencia cierta es que Hamlet produce en el actor, en los actores que lo representan, en el público, en la gente que lo lee, y como digo, en la experiencia misma de representación, un indefinible sentimiento, no sé si de malestar, pero es algo muy particular que hace que no se parezca a ninguna otra obra.

Nos interrogamos permanentemente acerca de lo que pasa con este héroe, del cual se saben los lugares comunes. Es un hombre que duda, un hombre que vacila, lo cual se ha dicho infinitas veces. Pero hay numerosas historias de gente que tiene dudas, como diríais los analistas, obsesivos que se sitúan en la procrastinación. ¿Pero qué hay de inefable en Hamlet?, ¿qué hay de extraordinario en Hamlet?

Desde el punto de vista de la estructura teatral, vamos a comenzar preguntándonos qué es Hamlet en su primera lectura, dónde calificaríamos a Hamlet. Podemos pensar que Hamlet es una tragedia de venganza, punto, ya que el móvil principal de la obra es la venganza. Ahora bien, el tema de la venganza en el teatro es muy antiguo, pues nace con el teatro mismo. La venganza por excelencia del teatro clásico es la que toma Orestes contra su madre Clitemnestra y contra el amante de ésta, Egisto, alentado por su hermana Electra. Por tanto, el tema de la venganza es muy antiguo. Está en la gran literatura y en los albores del teatro para, luego, reaparecer en Roma. Es decir, no podemos volver a hablar de venganza a lo largo de 1500 años por el sencillo motivo de que el teatro desaparece del mapa. El último gran teatro que se hace, antes que aparezca el teatro isabelino en Inglaterra y el siglo de oro en España, es la tragedia romana de Séneca, echa sobre el molde de los grandes, Esquilo, Sófocles, Eurípides, etc.

Por lo tanto, el tema de que alguien quiera ejecutar una venganza, y que ésta se dirija contra una persona de su propia sangre, no es una novedad, por cuánto Orestes mató a la madre. Algo peor que eso no puede haber. Y por supuesto, si nos remontamos a la historia de los Átridas y de los Tantálidas, ellos cometieron atrocidades y se mataron unos a otros. Esta maldición es interrumpida, en la tragedia clásica, por Ifigenia en Táurida cuando decide no obedecer al oráculo y salvar a su hermano. Es una cosa que señala Goethe como el paso a la modernidad, pues Ifigenia rompe con el sino, con el poderío del sino inevitable en la tragedia, el héroe trágico llevado por el sino.

Ahora, el propio Shakespeare tiene unas cuantas tragedias de venganza. Una en particular me resulta fascinante, Tito Andrónico. Es una brutalidad. Tito Andrónico contiene una bestialidad incalificable. Ahí se matan unos a otros, se descuartizan y se sirven en bandeja. Se descuartizan los hijos del enemigo y se los sirven a la madre en una empanada, en un pastel, tal como sucediera en el famoso festín de los antecesores de los Átridas. Tito Andrónico es una brutalidad.

Entonces, ¿es el tema de la venganza lo que caracteriza a Hamlet? No.

Vamos a volver a un lugar común: Hamlet duda, Hamlet vacila. La pregunta que nos hacemos a lo largo de los siglos es ¿por qué duda Hamlet? Convenimos en que vengarse y matar a alguien no es algo que se haga todos los días, pero estamos dentro de las convenciones de un teatro que no ahorraba la sangre. El teatro de Shakespeare es muy sangriento, como lo es el teatro isabelino y la famosa tragedia española, contemporánea de Hamlet. Tragedia de venganza y teatro muy sangriento. Pero este hombre aparece y comienza a decir cosas que, lo menos que podemos comentar de ellas es que son enigmáticas, que no son normales. Lo primero que dice cuando aparece: than kin, and less than kind, “cercano o de la familia”, son palabras que, para un protagonista, son muy raras, extrañas.

Como recordaréis, hay una primera y famosísima escena en la que aparece el fantasma sin hablar y los soldados comentan. Luego aparecen el padrastro de Hamlet –su tío Claudio—, su madre Gertrudis y Hamlet vestido de negro luto. Han pasado dos meses desde la muerte del padre. El padrastro hace un discurso conciliatorio diciendo, lloramos con un ojo, reímos con el otro, estamos en las bodas, estamos en el duelo, tratando de enmendar lo que va a ser germen principal de la incomodidad que se extiende por toda la obra, y de la que no se apercibe la gente más que poco a poco. La madre le plantea que siempre “parece” seguir de luto. Hamlet se enfurece y dice “yo no parezco”, “yo estoy de luto”. No lleva vestiduras de terciopelo negro ni llora por apariencia. “Estoy de luto por dentro”, “no estoy de luto por fuera”. Estas palabras no se habían dicho nunca en el teatro, que yo sepa, no soy historiógrafo. Empieza, entonces, un discurso de interioridad que en el teatro es completamente inusitado.

Hamlet es un personaje curioso y peculiar. Dice todo el tiempo cosas de una inteligencia y un vuelo extraordinario y, a la vez, disparates solemnes. Se hace pasar por loco, y por momentos pareciera estarlo. Actúa de forma tan peculiar que deja desconcertados a todos los personajes de la obra, que no saben qué le pasa. Sólo hay un personaje que lo sabe, y ese personaje tiene la peculiaridad extrañísima de estar muerto. Es el padre, que después habla con él para decirle que su tío lo envenenó mientras dormía poniéndole un veneno en la oreja, y le pedirá venganza. Hamlet se lo cuenta a Horacio y, poco a poco, se va desarrollando lo que todo el mundo percibe como malestar, ese algo podrido que hay en Dinamarca.

Evidentemente, hay una interpretación política de Hamlet. Pero no vamos a entrar en ello. El poder está corrompido, usurpado, u la obra termina con la entrada de Fortinbras, extranjero que se apodera del trono de Dinamarca. También se podría leer como la caída de un país. Pero es una lectura política de Hamlet que no nos lleva muy lejos. En Rusia, Kózintsev hizo un Hamlet fantástico en el año 1965. Fue interpretado, sotto voce, y posteriormente, como el malestar de los intelectuales en el estalinismo y en el post-estalinismo. Es decir, se le pueden dar todas las lecturas que se quiera.

Fundamentalmente, nos interesa Hamlet en la medida en que está en el centro de la obra y todos hablan y se ocupan de él. A tal punto que, en pleno Romanticismo inglés, Sir Walter Scott escribió una obra peculiar, un Hamlet sin Hamlet. Éste no aparece mientras todos los personajes de la obra hablan de él. Y hay que decir que no solamente Hamlet tiene esa potencia, los otros personajes son fantásticos.

Polonio, personaje al que Hamlet mata accidentalmente pensando que es el rey, es una especie de consejero, medio burlón. Personaje fantástico que habla como Cantinflas. Se enreda hasta el punto que la reina le dice, cursilerías, ve al grano. Es como cuando habla Cantinflas y termina los juicios mareando al juez. Parecido a cuando El burgués gentilhombre Monsieur Jourdain dice: Señora, yo tengo el honor de tener el gran honor de dirigirme a su honorabilidad, y el otro dice: basta. Polonio es un personaje extraordinario, se ocupa todo el tiempo de Hamlet y sostiene que está loco porque está enamorado de su hija, la cual lo abandonó por consejo suyo.

Ofelia es un personaje de un patetismo extraordinario. Da para horas enteras de comentario. Un amigo mío, muerto hace unos años, el Barón von Banfield, la última composición que hizo fue un lamento de Ofelia. Me contó que, justamente, lo hizo al lado del lecho de su madre muerta. Despedida de Ofelia que tanto hemos conocido en la pintura pre-rafaelista, la famosa imagen de Ofelia flotando. Es un personaje extraordinario, una mujer objeto del desprecio y de los insultos de Hamlet. Presumimos que hubo un amor de Hamlet hacia Ofelia, pero no lo sabemos. Sabemos que hay unas cartas, pero las cosas que Hamlet le dice a Ofelia son tremendas.

Laertes, hermano de Ofelia, tiene que vengarse de Hamlet y cumple la venganza. No tiene ningún problema, piensa que en Hamlet desequilibró a Ofelia y mató a su padre. Se confabula con el rey y se bate en duelo envenenando la espada para matar a Hamlet. No tiene escrúpulos de ningún tipo.

Horacio, personaje extraordinario que nos lleva al tema de la amistad. Hombre de raigambre griega que recuerda mucho la amistad entre Orestes y Pílades en La Orestíada. Es el confidente, el que muchas veces infunde valor a Orestes y, según qué versión de la Orestíada, quien lleva la mano para que Orestes golpee a Clitemnestra cuándo ella plantea cómo va a dar muerte al pecho que le dio de mamar.

Guildestern y Rosencrantz tienen tanto peso, que hasta existe una obra de teatro famosísima que lleva por títulos sus nombres, es obra de Tom Stoppard. Son dos amigos de Hamlet que, sobornados por el Padre, traicionan a Hamlet. Pero en esta obra de Shakespeare, tiene jerarquía hasta el sepulturero, un personaje genial que dice cosas fantásticas, expresa su filosofía de la vida evocando a la gente que está allí enterrada.

Evidentemente, Claudio es un personaje execrable por excelencia, el hombre sin atenuantes que mató a su hermano y acabó en el lecho de Claudia, la mujer de su hermano, casándose con ella poco dos meses después de la muerte del padre de Hamlet, una cosa que no estaba bien vista.

Quería contarles que, llevado por esta invención de Walter Scott, hice un taller de teatro hace muchos años en el que decidir hacer, no un Hamlet sin Hamlet, sino dar a los actores que participaban del taller, personajes sin decirles quiénes eran. Yo les dije, tu eres una madre que ha quedado viuda, tú eres éste, tú el otro, etc. Poco a poco coma se fue desarrollando este drama. Todos hablan de este personaje al que le sucede algo, que nos tiene a todos como locos. En ese momento yo le digo a uno de los actores que ahora va a aparecer como el hijo que está ausente, el hijo al que esperan.  Pero entonces sucede una cosa muy curiosa. Este chico tiene una crisis y se desmalla. Entonces me cuenta lo siguiente, es una tortilla un cantante estupendo que hace muchos musicales entonces me cuenta lo siguiente. Él es un cantante y un actor estupendo que hizo muchos musicales. Le pregunto que le ha pasado y me cuenta lo siguiente sin saber que se trata de Hamlet. Que lo que está actuando le toca de forma terrible, porque haciendo el servicio militar se enteró de que su padre había muerto, y en ese momento sufrió un ataque descubriéndose que era epiléptico. La madre, una mujer jovencísima y guapísima, se casó al poco tiempo con otro hombre. Este es el poder que tiene Hamlet, el poder que tiene el teatro. Se produce un proceso de identificación que, podríamos decir, catártico.

Hamlet trata de muchas cosas, pero es también una obra acerca del teatro, por cuanto la revelación pública del crimen se hace encargando a un grupo de actores, por parte de Hamlet, que hagan una pantomima y que luego representen la escena. Aquí encontramos cosas extraordinarias. Hamlet da instrucciones de cómo deben actuar. Es una cosa que hasta el día de hoy se considera clásico, cómo debe interpretar un actor. Esto, evidentemente, admite una serie de variantes. Hacia el año 1750 pasa lo siguiente. Se termina una representación de Hamlet, y el jefe de la compañía, que presumo haría el fantasma del rey, dice lo siguiente: “Si este joven sujeto está en lo cierto, entonces yo y todos los demás actores estamos equivocados”. Este hombre, este joven sujeto era Garrick, que se considera el más grande actor del siglo XVIII, hasta que aparece Kim en el siglo XIX y renueva por completo la forma de actuar. Respecto a cómo actuaban, todo son conjeturas, nosotros no lo sabemos.

La cosa llega a tal extremo que, un día, Sarah Bernhardt considera que no es suficiente con todos los papeles que ha hecho, incluso representando con sesenta años Juana de Arco, y decide que va a hacer Hamlet. A partir de allí se instaló una relativa moda, y las actrices desean hacer Hamlet. Yo no he visto el Hamlet de mi amiga Blanca Portillo, y no puedo hacer un juicio. He visto un Hamlet polaco dirigido por Andrew Cecil Bradley, con una actriz estupenda. Hubo teorías demenciales de que Hamlet, en realidad, sería una mujer que se hace pasar por un hombre, y  que todo esto era para conquistar a Horacio. Es una de las miles de especulaciones que se han hecho sobre esto.

Yo quería leer, brevemente, algo que dice Hamlet. Hamlet llama a los actores para preparar lo que van a representar. Escribe un texto para hacer visible lo que pasó entre el tío, el padre y la madre. Escucha a un actor joven actor que, primero, se refiere a Pirítoo detenido, el actor que no es capaz de descargar el mandoble sobre el anciano Príamo, y luego habla de la esposa Hécuba. Y de repente el actor se conmueve y se pone a llorar. Y él dice:

“¿Quién es Hécuba para él, o él para Hécuba,
que le hace llorar? ¿Qué haría si tuviese
el motivo y la llamada al sentimiento
que yo tengo? Ahogar el teatro con sus lágrimas,
atronar con su clamor los oídos del público,
enloquecer al culpable y aterrar al inocente,
pasmar al ignorante y suspender
los sentidos de la vista y el oído. Mas yo,
vil desganado, me arrastro en la apatía
como un soñador, impasible ante mi causa
y sin decir palabra; no, ni por un rey
cuya vida, su bien más preciado,
fue ruinmente aniquilada. ¿Soy un cobarde?
¿Quién me llama infame, me da en la cabeza,
me arranca la barba y me la sopla a la cara,
me tira de la nariz, me acusa de embustero
en cuerpo y alma? ¿Quién?

Esto me parece muy interesante. Estamos en el punto que recurre a la exteriorización del duelo. ¿Qué es lo que hay verdaderamente dentro del duelo? Esto, como ya hemos señalado, es lo primero que dice, “yo no parezco yo lo siento por dentro”. Luego se asombra y admira mucho a los actores. Aquí habla Shakespeare, evidentemente, de su gremio. Y plantea cómo un actor desconocido se conmueve por un personaje de la guerra de Troya de hace 2000 años, mientras él no es capaz de hacer eso y enloquecer, no es capaz de lanzarse como un actor y decirle a la gente lo que ha pasado, que su tío ha matado a su padre y se acuesta con su madre en un lecho incestuoso.

Hay que señalar que cuando termina la representación de los actores, la reina no puede tolerarlo, se va, y el rey se pone como loco. Hay un gran monólogo en que el rey reza o está abjurando de sus pecados y barbaridades. Momento en que Hamlet está a punto de matarlo, pero dice no, que no puedo matarlo porque si está rezando, entonces va a ir al cielo mientras que su padre, que murió sin absolución, está padeciendo por haber muerto  en pecado al no poder arrepentirse. Luego hace una serie de consideraciones que nos llevan a pensar que Hamlet, extrañamente para la época, es un ateo radical. Lo asimilo a cuando Borges dice ¿Quién nos dirá las cosas que sentía Dios, al mirar a su rabino en Praga?”. Es decir, si hay algún hacedor, qué dirá al ver unas criaturas tan monstruosas. No lo dice así exactamente.

Hay una tercera escena en la que Hamlet tiene una intervención más brutal que lleva al desenlace. Después de la escena del cementerio recorriendo las tumbas, ve a Laertes desesperado por la muerte de Ofelia, de quien no sabemos si se cayó recogiendo unas flores, o bien se suicidó. Es una cosa que no está clara. Laertes se tira de repente a la fosa y manifiesta el dolor por la pérdida de su hermana, y Hamlet se pone loco diciendo quién es éste, qué es ese atrevimiento, cómo puede tener alguien este duelo por Ofelia, como alguien puede sentir más dolor que él por esa mujer. En otras palabras: tu pérdida no es igual a la mía.

Por lo tanto, Hamlet es una obra, no sólo sobre el teatro sino también sobre el duelo. Y es una obra en la que se habla mucho sobre la muerte a partir de un momento particular. Hasta ese momento no se nombra, la muerte del rey parece que no debiera nombrarse. Y a partir de un momento se empieza a desencadenar la muerte, la de Polonio, la de Ofelia, el encuentro con los sepultureros, y se empieza a hablar y a especular sobre este tema. Evidentemente, no es una cosa novedosa, pero hay una reflexión singular sobre ese extraño suicidio, y el famoso interrogante que se hace Hamlet sobre si él debe ser o no ser, si debe estar o no estar, si debe estar o no estar vivo.

Es muy curioso. A Hamlet parece que le aterrorizase tanto la muerte, que hace chistes sobre esto. Yo no intervengo sobre la famosa calificación de si Hamlet es un histérico o un obsesivo, pero es un tipo que hace chistes. Y me hace recordar mucho a Woody Allen porque éste, en un documental en el que varios directores de cine hablan sobre la obra de Bergman, dice que la vida es una cosa horrenda porque, si lo único que se puede pensar es que se va a morir, e inevitablemente el único camino al que estamos abocados es ése, si no hacemos unos chistes, si no nos divertimos, cómo lo soportamos. Podría decirse que Hamlet también achica el pánico.

Hamlet tiene un mandato que le ha dado su padre, matar a tío. Por una razón o por otra, no lo puede ejecutar. Digamos que la muerte llega de la forma más absurda, si tenemos en cuenta la razón de la venganza. Para llegar a matar a Claudio encontramos el episodio de la espada envenenada, la copa envenenada la madre, la muerte de Laertes, la muerte del Rey y la muerte del propio Hamlet. Es una carnicería terrorífica para una cosa que los griegos lo hubiesen resuelto sencillamente.

Yo me pregunté muchas veces, hablando con los actores, ¿qué le pasa a Hamlet? No quiero entrar en ningún tipo de teoría. Recordé la anécdota que he contado sobre el actor que se desmayó; pienso también en mí mismo y mi padre muerto cuando yo estaba en una edad temprana. Era un padre muy idealizado por mí. Llegó un momento en que decidí que me vestía todo de negro. Y no era por haber leído Hamlet. Y este amor tan desmedido al padre muerto en desmedro de las mujeres de la casa, qué es. Preguntándome eso con los actores, un día llegué a la sorprendente conclusión de que eso estaba taponando otra cosa. Para vosotros los psicoanalistas es muy evidente, aunque para los lacanianos es una interpretación tal vez errónea de Freud. Pero bueno, Hamlet, dije yo, no puede matar al tío porque en realidad el tío hizo lo que él mismo quería hacer, matar al padre y quedarse con la madre. Lacan dice otra cosa, habla de la madre genital

Necesito contarles esto porque el teatro, cuando es gran teatro, nos afecta de una manera extraordinaria, a los actores y al público. Los griegos decían que la tragedia debe suscitar la compasión y el horror, se produce una catarsis y el público sale purificado. Hay espectáculos que han producido revoluciones. Bélgica se independizó porque, cuando se estrena la obra  La Muette de Portici, que trataba de la ejecución de Masaniello por los españoles en Nápoles, la gente salió indignada del teatro, hicieron un motín y empezó a hacerse una revuelta que terminó con la caída de los franceses en Bélgica.

Hace muchos años fuimos en Argentina a ver una película que se llamaba Z, de Costa Gavras. Se había corrido el rumor de que iban a prohibir la película. Era la época de la dictablanda de Onganía. Nos escapamos todos del trabajo y fuimos a verla a la sesión de la una y media, porque si la prohibían, la iban a prohibir por la noche. Era en el cine Gran Rex, de cinco mil localidades, y estaba a reventar. Cuando la película terminó, que trataba de un asesinato en el que colaboraba la policía, que trataba de taparlo, la gente identificó esto con el gobierno de Onganía y se pusieron a los gritos. Un compañero nuestro, muerto por la dictadura, se encuentra con un funcionario menor, le dice: “Qué tal licenciado, venís a ver parte de su obra”. Hubo peleas, gente que lloraba, etc. Quiero decir que el teatro tiene este poder extraordinario, y el poder de conmovernos. Y cuando nosotros tenemos la fortuna de hacer una gran obra, un Chéjov por ejemplo, hay algo muy importante que pasa dentro de nosotros.

A propósito del padre, del padre muerto, del fantasma, yo creí ver el fantasma de mi padre. No sabía nada de Hamlet en aquella edad de 12 años. En la desolación más absoluta en la que yo estaba, en un colegio inglés donde empecé siendo el primero de la clase y termine siendo el último porque no tenía cabeza para estudiar, apareció un personaje providencial en mi vida. No recuerdo el nombre, es una cosa que traté de recordar y no puedo hacerlo. Era un profesor de literatura que, en el lugar de hablarnos generalidades sobre lo que fuere, dijo que nos iba a enseñar el monólogo de Hamlet. Y él nos enseñó, punto por punto, este monólogo. Nosotros  podemos llegar a la conclusión de que es un monólogo sobre el suicidio. Es una cosa que ronda en la cabeza de la gente.

También vamos a decir, tomar la decisión de suicidarse no es una cosa fácil, no es una cosa que se hace todos los días. Pero los antiguos tenían por costumbre suicidarse. Séneca se cortó las venas en la bañera cuando cayó en desgracia. En el Julio César de Shakespeare, los generales derrotados piden la espada para arrojarse sobre ella. Era una forma honrosa de morir. Y yo creo que es la primera vez que alguien se hace estas preguntas en este famosísimo monólogo de Hamlet.

Por ejemplo, se suicida Enone, el haya de Fedra en la Fedra de Racine: “La impía Enone... en el mar, por huir de sus pecados, se dio muerte con este trámite”. Y luego se dirige a Teseo y le dice: “He tomado, he hecho correr por mis venas ardientes un veneno que Medea trajo a Atenas. Ya el veneno llegado a mi corazón expirante, lo invade inundándolo de un frío desconocido”. Ella no tiene un monólogo donde dice, me mato, no me mato.

Pero Hamlet está con este tema. Y no hay un problema de religiosidad, esto va más allá. La modernidad es señalada ya por Goethe, dice que Hamlet es un héroe que en lugar de pasar a la acción reflexiona. El héroe quiere una propulsión a actuar permanentemente, va para adelante, y Hamlet no, nos hace esperar cuatro horas larguísimas que dura la obra para que, al final, su padrastro muera de forma casi accidental habiéndose cargado a todo el mundo.


Y qué se pregunta entonces en ese famoso monólogo. Aquí voy a citar a Lacan. Dice lo siguiente, algo que me pareció una genialidad, que Hamlet no se puede representar en otro idioma que no sea inglés. Representar Hamlet en francés es una cosa terrible. Por eso los grandes actores siempre son ingleses. Sea como sea, nunca uno encuentra traducciones satisfactorias de Hamlet. 

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