lunes, 29 de diciembre de 2014

Hamlet, de Shakespeare. Comentario de Gustavo Dessal

Me permito intervenir por una cuestión que me ha interesado dentro del planteamiento de Gustavo Tambascio. Para los que somos profanos en materia de mecánica teatral, los recursos que utilizaba Shakespeare (como por ejemplo el hecho de que el personaje de Hamlet introduzca una obra de teatro dentro de la misma obra) son tan asombrosos para la época que me hacen preguntarme hasta qué punto Shakespeare no sólo es hijo de la modernidad, sino que ha contribuido a producirla, a gestar ese cambio de paradigma histórico. Es decir, si Shakespeare no es uno de los más importantes precursores del giro de la modernidad, en el sentido de que es inevitable establecer un enlace entre Shakespeare y Descartes. Si Hamlet es el hombre que duda, Descartes hace de la duda el punto de arranque que conduce a una revolución que cambia la historia de la humanidad.  Hamlet fue estrenada aproximadamente en el año 1600, y el Discurso del método, se publica en 1637. Con esto no quiero afirmar que Descartes haya conocido la obra de Hamlet, habría que investigarlo en su correspondencia tal vez. Lo que quiero preguntarme, simplemente, es si el "discurso interior" de Hamlet, que como lo puso de relieve Gustavo Tambascio constituye algo completamente inédito en la historia de la literatura, no señala una ruptura respecto al destino, ese destino que caracteriza al teatro clásico, establecido desde el principio de las obras y que debía de cumplirse como algo inmutable. Hamlet representa, precisamente, este proceso de ruptura contra el orden establecido. Tambascio lo llamaba el sino. Y a pesar de que la ciencia moderna es en parte deudora de la idea del determinismo absoluto, también inaugura un conocimiento que sólo es posible a partir del momento en que se introduce la perspectiva de un más allá de las verdades eternas. En ese sentido, Hamlet y la inmensa variabilidad de las posiciones subjetivas a lo largo de toda la obra de Shakespeare, me hacen recordar lo que planteaba Harold Bloom en su título: Hamlet, la invención de lo humano, para articularlo con mi pregunta: ¿hasta qué punto Shakespeare no es uno de los fundadores de la modernidad, y no solamente uno de sus frutos más grandiosos?

Por otro lado, Gustavo Tambascio ha señalado algo muy interesante. Hasta cierto punto, Hamlet inaugura, con su acto fallido, el movimiento de la modernidad al mostrar el carácter del deseo, en el sentido de que ese deseo nunca atina, nunca da con su objeto. Siempre hay algo desplazado, fallido. Hamlet representa, en efecto, este carácter completamente nuevo del cual el psicoanálisis es tributario, la emergencia del hombre neurótico en la historia de la humanidad. No es que antes no existiese la neurosis, seguramente debería de existir, pero no es una figura que en la literatura o en el teatro se mostrara. ¿Y qué es el hombre neurótico si no el hombre que, en el fondo, todos nosotros somos, es decir, aquellos que tenemos una relación desviada, pervertida, torcida, problemática, con un deseo que nos arrastra a lo largo de toda la vida y que nunca se puede realizar si no es de una forma parcial y fallida?


Gustavo Dessal

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