lunes, 29 de diciembre de 2014

Hamlet, de Shakespeare. Comentario de Miguel Alonso

Siempre me sentí desconcertado, en el Acto I del drama shakesperiano, por la aparición fantasmática del Rey muerto. Y sobre todo porque no es una visión exclusiva de Hamlet, sino también, y primeramente, de los oficiales y soldados, al menos en ese primer acto, no así en el Acto III. ¿Cómo dar cuenta de este fenómeno? Tomaré diferentes vertientes para justificarlo, a saber, consideraciones sobre el duelo y la presencia, también sobre la mitología para, finalmente, abordar la prueba de la realidad.   

Respecto del duelo, decir que se trata de un trabajo simbólico que lleva a cabo la siguiente operación: lo que se pierde en lo real, el ser querido, reaparece en lo simbólico, en la palabra, en el lenguaje. Es también una operación de rescate, pues si el lenguaje se moviliza es para recuperar al sujeto del agujero real que amenaza con tragarlo en un abismo de melancolía. Cualquier ritual funerario consistiría en esas funciones simbólicas concernientes al duelo.

¿Qué observamos en Hamlet? Que los rituales de duelo están devaluados, tanto el del padre de Hamlet como el de Polonio como el de Ofelia, pues no se llevan a cabo ni en su tiempo ni en su espacio ni en su simbolismo lógicos de elaboración. Es decir, lo simbólico no está convocado formalmente para cumplir su función de rescate. Pero el trabajo que no se hace por la palabra en el duelo, se realiza por otro cauce, lo imaginario. Éste se moviliza produciendo, en el caso de Hamlet, la reaparición del padre en forma de espectro fantasmático. Y me parece sintomático que sus apariciones ocurren siempre que el lenguaje está en déficit, siempre que el lenguaje muestra su impotencia reguladora –por ejemplo en el encuentro con la madre en el Acto III— y aparece el padre muerto asociado al campo imaginario de las presencias, de los fantasmas, de las alucinaciones, etc. Ésta sería una primera justificación para la aparición del espectro del padre de Hamlet.

Para añadir pábulo a esta vertiente, voy a tomar una consideración lacaniana acerca de la cuestión de la presencia:

“… la brusca percepción de algo que no es tan fácil de definir, la presencia. (Seminario 1. Los escritos técnicos de Freud, página 72 Jacques Lacan).

La persona que está en duelo, en este caso Hamlet, incluso los cortesanos, se resisten a perder a la persona amada produciendo una actualización de la misma en el espectro. Eso sería la presencia. Pero con una particularidad que nos sitúa de lleno en el terreno del lenguaje, pues esa actualización es subjetivada por Hamlet para cumplir una función. El carácter de presencia será tal por cuanto el espectro se subjetiva en Hamlet, diseñando la acción y produciendo una oscilación del saber y de la verdad. Saber y verdad pasan desde Hamlet como intuición, como saber no sabido, hacia esa otredad que es el fantasma que, además, sabe, y sabe nada menos que la verdad. Verdad y saber dejan de ser una intuición que Hamlet tendría que elaborar con su propio deseo y en un tiempo de comprender, pues la verdad precisa de su propio tiempo, a ser una constatación de saber y de verdad que le vienen del Otro encarnado como presencia. En el mismo texto leemos de boca de Hamlet:

¡Oh!, ya me lo anunciaba el corazón… ¡Mi tío!” 

Se lo anunciaba, lo intuía, era un saber oculto, un saber que, podríamos decir, Hamlet no sabía o medio sabía. La constatación de ese saber, justo en uno de los momentos donde la angustia se le presenta y los ideales vacilan, se revela como saber absoluto. Allí donde el Otro debería de permanecer en silencio para dar lugar al deseo de Hamlet, resulta que aparece como dueño y amo del saber, lo sabe todo, lo trasmite, paralizando el deseo de Hamlet. Diría que ese espectro es una pura extimidad, es decir, una otredad pero, al mismo tiempo, lo más íntimo de Hamlet. Esto añade una singularidad a la cuestión del espectro. Éste se presenta como una instancia de lenguaje imperativa y superyoica. Hamlet queda instrumentalizado por una voz que porta una exigencia, a saber, que nada quede en suspenso, que todo sea escrito, que no queden espacios en blanco en la historia del Rey Hamlet. Algo parecido a lo que le exige Hamlet a Horacio en el final de la obra. Son voces, en definitiva, las que aparecen en este drama, que atosigan y envenenan los oídos, que rompen las jerarquías políticas, que rasgan la carne del mismo Hamlet y rompen sus ideales para proyectarlo, desde la angustia casi melancólica, hacia los desfiladeros de un deseo paralizado por los imperativos de una voz paterna y por la culpa angustiosa del padre ante sus pecados, sin duda, heredados por Hamlet. Y es que, como sabemos, los hijos heredan los pecados y las culpas de los padres.

Desde una vertiente más amable del lenguaje, el fantasma puede tomar un sentido mitológico. Es obvio que Shakespeare no disponía de las conceptualizaciones que hoy tenemos acerca del lenguaje. Disponía, eso sí, de mitologías y leyendas propias de la época, mitos y leyendas que no son otra cosa que relatos que procuran significar y dar sentido a los abismos insalvables para el conocimiento humano. Por ejemplo, podemos pensar que haya mitos y leyendas que traten de dar cuenta de uno de los afectos más terribles: la angustia. Y en esta escena primera del drama, estamos en un momento de máxima afectación de Hamlet ante la muerte de su padre, estamos ante su pura angustia. Hablaríamos, en nuestros términos, del afecto de angustia imposible de ser significado por el lenguaje. En este sentido, Jean Allouch, en su ensayo Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca evoca a Dover Wilson, un estudioso del teatro renacentista, para hablarnos del sentido luterano de la palabra “afectar” como aparentar:

Algunos demonios afectan la apariencia de amigos o parientes difuntos; así se explicaban los fantasmas entre los protestantes. La vinculación del afecto con la apariencia echa una buena luz sobre la teoría de los afectos…” (Jean Allouch. La erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. P. 215)

La vinculación del afecto con la apariencia, o lo que es lo mismo, la vinculación de la angustia con lo fantasmático, tendría que ver con la puesta en escena del mito en el sentido que lo utilizaría Shakespeare. Es decir, el mito de la apariencia daría cuenta de un afecto, la angustia de Hamlet en relación con la muerte del padre, o quizá la del mismo Shakespeare respecto de su hijo, Hamnet Shakespeare, muerto poco antes de escribir el drama que nos ocupa. De hecho, el mismo dramaturgo llegó a encarnar la representación del espectro. De esta manera, el mito sería una metáfora que nos introduce en la articulación del lenguaje con los afectos dentro del mismo duelo. 

Otro aspecto interesante para justificar la presencia del fantasma en la escena del Acto III entre Hamlet y su madre. Jean Allouch, en Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca, plantea la pregunta siguiente a propósito de la muerte de un ser querido:

¿… el objeto amado ya no existe más?

Quien se encuentra en situación de duelo, con frecuencia, “cree encontrar… caminando por una vereda, o sentado en un auto que pasa… al ser que acaba de morir”. La semejanza entre el fallecido y la aparición se reduciría a algunos rasgos. En este sentido, resulta significativo que en Hamlet se resalten esos rasgos distintivos que identifican al Rey con el fantasma. Esto induce a pensar que el muerto estaría bien vivo, siempre siguiendo el razonamiento de Allouch, aunque la presencia sólo se mantendría un mínimo momento. “Es el momento de una alucinación”, dice Allouch. En el duelo habría, por tanto, una problematización de la realidad. ¿En qué sentido?:

Desde el punto de vista de la realidad, el muerto, lejos de tener el estatuto de inexistente… es un desaparecido… Pero un desaparecido, por definición, es algo que puede reaparecer en cualquier lugar… De modo que nos vemos llevados a pensar que precisamente no habría prueba de la realidad para quien está de duelo.” (Jean Allouch. La erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. P. 71)

¿Qué quiere decir esto? Que la realidad del que está en duelo no constata la muerte, por el contrario, no puede constatarla. Es algo que justificaría la presencia de ese fantasma en el comienzo del drama. Ello es así porque no estaríamos en un escenario que tenga que ver con la realidad. Como dice Allouch:

En el duelo, la realidad ya no le sirve de pantalla a algo real

Por eso el espectro tiene la capacidad de contaminar el oído de Hamlet, porque no estamos en el campo de la realidad. La alucinación toma el lugar del objeto perdido, en la escena del Acto III con la madre, como única posibilidad de sustento para un Hamlet en duelo e impotente ante el deseo incontrolado de la madre. 

Para finalizar, ese personaje que surge después de haber sido arrancado del tronco de la vida, y el mismo Hamlet, con su destino marcado desde ese arrancamiento, hace que resuene en mí ese maravilloso poema de Chicho Sánchez Ferlosio donde podemos escuchar el sonido potente de la universalidad. Expresan perfectamente la dialéctica entre la parálisis de Hamlet y el deseo del padre:

Como flores que nacen de una rama arrancada,
Salen mis versos sabiendo que su suerte está ya echada”.


Miguel Alonso

No hay comentarios: