Considero
que Seda, de Alessandro Baricco, es
una obra maestra con un estilo propio muy marcado. Más que a una novela, o a un
cuento, su estructura y su tema la asimila a la poesía. Y como toda poesía que
se precie, lo es de ausencia, de vacío, de falta. Muchos de sus párrafos y de
sus frases las estimo como síntesis de un pensamiento siempre próximo a la verdad,
escrito con palabras y en lugares de carácter alusivo, simbólico, metafórico.
Diría que, más que de imágenes físicas, Seda
es una escritura de evocaciones. Estructura perfecta para sentir que por detrás
de los acontecimientos que se narran, se escribe otra historia que contiene
algo que nos está perturbando continuamente. Y es que no seducen tanto los cuatro
viajes al Japón físico, como lo que se escribe por detrás, el viaje único y
singular de Hervé Joncour hacia la serenidad, ese lugar paradójico donde encuentra,
de forma irremediable, su vacío, su imposibilidad, y la impotencia de la
palabra para encontrar el sentido. Y es que Seda
produce la sensación de tener la nada entre los dedos.
Baricco
alcanza a escribir el soporte insólito de lo humano: el silencio, más
consistente que cualquier otro fundamento tangible que procuremos, ya sea objetivo,
ya la construcción de un saber, ya la elección de un partener amoroso, etc. Todos
los protagonistas tienen asignado su papel dramático alrededor del silencio, el
“mudo” Jean Berbeck, Baldabiou, Madame Blanche, Hara Kei, etc. Y los pasos de
Hervé Joncour parecen caminar en un sueño del que es actor, pero también privilegiado
espectador, configurando una gramática del deseo que siempre lo conduce a la
falta de lógica y de razón, una gramática que nunca encuentra su objeto y que se
topa, de continuo, con la función de la
mancha, esa distorsión en el orden del mundo que atrapa a Joncour para remitirlo
al silencio absoluto, a la falta de respuestas, a la ausencia de palabras, al
lugar vacío de su deseo, es decir, a su falta de objeto.
“No parecía vida” (Pág. 47)
Quizá
no lo parezca, pero lo es. Estamos demasiados acostumbrados al poder de la
imagen y viciados por su pregnancia y aparente solidez. Pero Seda, en su evanescencia, es vida de
verdad. El viaje de Joncour nos lleva al atravesamiento de todos los paisajes
imaginarios para conducirnos hacia un núcleo llamativo, donde la poesía de
Baricco sitúa a una extraña mujer –yo diría incluso La mujer, así con el artículo, y su misterio— mujer muda, cuyos
ojos no son visión, sino mirada, es decir, nuevamente mancha en el cuadro, rostro
de muchacha intangible, indisociable de un poderoso, enigmático y misterioso
Hara Kei, su valedor y protector. Una y otro parecen conformar la metáfora de
un centro humano que ha de permanecer inviolable, a riesgo de destruir toda humanidad.
Pese a su obstinación, Joncour se da cuenta de la imposibilidad de alcanzarlo
porque allí no hay palabras. Ese centro separado del lenguaje es la causa del movimiento
vital de Hervé y causa de su deseo, pero también del deseo del mundo en general.
Y quizá sea el centro donde se escribe la pregunta ¿Qué es La mujer? Añado que, al respecto, todas las mujeres de Seda son sustituciones de esa La mujer.
Recuerdo
ahora la novela de Magda Szabó, La puerta,
leída en esta misma tertulia. Allí, la puerta, que parecía metaforizar la misma
piel de La mujer, resguardaba un
misterioso tesoro. Esa puerta fue abatida por la obstinación de los lugareños
perversos. Rompieron la piel del misterio creyendo que en su interior iban a
encontrar el Agalma, el tesoro, pero sólo
encontraron nada y la consiguiente destrucción.
Seda, por lo tanto, se
escribe como la poesía más inspirada, rechazando toda melancolía: “la desesperación era un exceso que no le
pertenecía”. No borra esa “suerte de
infelicidad” ineludible puesta en el ser de Hervé Joncour, infelicidad que
tan extraña resulta a los que no hicieron su viaje. Y en tercer lugar, es una
poesía inspirada porque una vez alcanzado el límite, pone a los protagonistas en
la tesitura de una elección. En este caso, unos no quieren saber nada de ese
centro tan humano, otros no vuelven a hablar, como Jean Berbeck, pero otros,
como Hervé Joncour, asumen la ausencia, la imposibilidad de comprender, y
construyen un amor, una vida, un parque, que sabe remedos de esa joya
inalcanzable e inviolable. Así es el mismo arte.
“Ni siquiera llegué a oír nunca su voz”;
“es un dolor extraño”; “morir de nostalgia por algo que no vivirás
nunca”
Seda
es, simplemente, verdad.
Miguel Ángel Alonso
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