Creo que no podemos
infravalorar al protagonista Hervé Joncour. Efectivamente, parece un cobarde,
un tipo que asiste a la vida pero que no la vive. Es cada uno de nosotros, es
el neurótico, es el hombre que vive vacilante. Es verdad que no es un héroe, pero
tampoco es que no tenga peso en la narración. Ésta gira en torno a sus identificaciones
y a la manera en que se sitúa frente al deseo de los otros. Primero se hace
militar según el deseo del padre, luego se adapta al deseo de Baldabiou, un
personaje muy interesante, un hombre con un deseo decidido, un visionario que pone
sobre la mesa del alcalde –padre de Hervé, bastante tonto— un objeto rarísimo.
Es muy interesante el diálogo, cuando el alcalde le dice que eso son cosas de
mujeres, y Baldabiou dice que no, que son cosas de hombres: es dinero.
La novela la leí
cuando se publicó, me gustó muchísimo y me produjo un impacto muy notable. Me
gusta el estilo de frases concisas y capítulos cortos y tajantes. Por otro lado
encontramos la repetición. Y la repetición es parte de nuestra vida. Porque los
seres humanos somos verdaderos discos rayados. El inconsciente nos lleva a
repetir y repetir. Una vida se puede contar por los acontecimientos
extraordinarios y por los ciclos repetitivos. Y me parece que las dos cosas quedan
bien señaladas en la novela.
Los psicoanalistas,
desde Freud en adelante, somos tributarios de los poetas. Es decir, lo que
sabemos sobre el sujeto, lo que decimos sobre sus deseos, sobre su dolor de
existir, sobre su sufrimiento, etc., lo dicen muchísimo mejor los poetas. Y Liter-a-tulia es, precisamente, un
homenaje a eso. Porque los poetas captan la subjetividad con una finura, elegancia
y concisión, mientras que los psicoanalistas necesitamos páginas y páginas, diagramas,
historias, etc. De pronto, Baricco lo explica en pocas palabras.
Estoy de acuerdo con el
comentario de Silvia. Me parece que hay una historia de amor y nostalgia del
objeto perdido, un objeto que nunca se llegó a tener. Valga la contradicción. Porque
Seda no hace, sino, ilustrar que en
el ser humano el objeto del deseo es algo que se perdió de antemano, desde
siempre, estructuralmente. Y el deseo es eso, un deseo incesante de
reencontrarse con un objeto que nunca se tuvo. Por tanto, el deseo es
eternamente y estructuralmente insatisfecho. No se puede satisfacer porque
nunca se va a encontrar el objeto adecuado. Es decir, nunca lo hallado será
igual a lo deseado. Esto nos condena a que el deseo, por definición, permanezca
insatisfecho.
Pero el amor hace que
podamos seguir ligados a otra persona aunque el deseo haya disminuido. Lo que
dicen los poetas con una sencillez increíble, los psicoanalistas dedicamos
seminario tras seminario. Y es que los dos grandes objetos del deseo en el ser
hablante son la voz y la mirada. Y podría leerse esta historia como la división,
en el varón, del objeto amoroso. Esta cuestión es clásica en la sexualidad
masculina. Al objeto erótico se le tiende a dividir entre la mujer amada –corriente
de ternura— y la mujer de deseo sexual. Freud lo interpretó como la división
entre la madre idealizada y la puta degradada. Pero el cierto del autor Baricco
es plantear este desdoblamiento en otras coordenadas. La mujer de la voz, Helène,
con una voz bellísima, y la mujer de la mirada, que era muda. Además sin
nombre. Conocemos los demás nombres de todos los personajes, todos están
puestos en la historia menos el de la mujer de los ojos no orientales. Y la
mujer de la mirada tiene estatuto de objeto. Empieza siendo el signo del poder,
el único signo del poder de Hara Kei. No llevaba joyas, nada más que una túnica
oscura. Mujer de la mirada.
También parece
interesante pensar que la mirada es un objeto de deseo enigmático que no
equivale a la visión. Con la visión nos entretenemos el día entero, nos
engatusamos. La visión pertenece al campo de lo imaginario. La mirada, sin
embargo, es inquietante, enigmática, algo que nos interpela como sujetos de una
manera diferente al imaginario habitual que supone el campo de la visión. En
ese sentido, Japón es para Hervé el encuentro con la mirada en el campo de lo
invisible.
Esta contradicción que
a nosotros nos cuesta entrar en los seminarios de Lacan, Baricco la suelta de
esta manera. ¿Qué es Japón?: Lo invisible. Y, a la vez, el lugar donde se
encuentra con la mirada como un objeto que le interpela. Y ahí el sujeto Hervé
cambia. Hay un acontecimiento. Hervé, el típico neurótico obsesivo que asiste a
la vida sin vivirla, después de esta mirada ya no es el mismo, pasa por una
experiencia que lo transforma. Ahí se hace cargo de su propio deseo. Su empresa
ya no consiste en ir sosteniéndose en el deseo de los demás, sino en el suyo
propio.
Podríamos decir que Hervé
no es tan cobarde. Es un hombre que viaja incesantemente, pero viaja según el
deseo del Otro, sin arriesgar su propio deseo, aunque los viajes en sí mismo
conlleven peligrosas incomodidades. Pero viaja según el deseo del otro. Hasta
que empieza a hacer su viaje. Quizá no debamos ser tan exigentes con Hervé. Hay
que pensar que llegan a ponerle una pistola en la cabeza, además de contemplar
al niño muerto. No podemos exigir tanto a un ser humano, no podemos exigirle
que ponga en riesgo su vida. Es una historia de amor con un nivel de tragedia.
¿Qué cambió en la vida
a Hervé?, ¿qué hizo que, a partir de determinado momento, fuese él quien comenzara
a vivir la vida como su propia empresa? Esos ojos orientales, esa mirada
desconcertante. Interesante es que diga que se sintió mirado aún cuando no había
abierto los párpados. Ahí es donde quiere destacar la mirada en un plano
distinto a la visión. Por supuesto, mujer inalcanzable, paradigma del deseo
como lo imposible de satisfacer, lleno de obstáculos, lo enigmático, etc.
Defendiendo el estilo
de Baricco, algo que a mí me gusta, y es que si las cosas se pueden decir en
tres palabras en lugar de trescientas, y te atraviesan, particularmente me
satisface. Y os quería traer una frase en la que este hombre, Baricco, consigue
sintetizar una época, la de la narración, en treinta y una palabras.
“Era 1861. Flaubert estaba escribiendo Salammbô, la luz eléctrica era
todavía una hipótesis y Abraham Lincoln, al otro lado del océano, estaba
combatiendo en una guerra cuyo final no vería”.
Me quito el sombrero.
Sitúa trama que se va a desarrollar en treinta y una palabras captando el
espíritu de la época. Me impresionó.
Y un tema importante. En
esta historia no hay infidelidad. El deseo por esa mujer no resta nada del amor
de Joncour por Helène. Ésta no es una mujer a la que le han sido infiel. Y tiene
una enorme sabiduría cuando, finalmente, hace que el marido se libere de las palabras
en las que quedó prisionero: “ven, si no
me muero”. Ella escribe otra serie de palabras que van a liberar a Hervé de
la prisión en la que había quedado. Es un gesto de amor espectacular. Y
Joncour, antes de partir hacia uno de sus viajes, le dice que la amará siempre.
En este sentido, no
puede restarse ni un ápice de amor por Helène. La historia de amor es la
historia de Hervé y Helène, en reciprocidad. Y luego está el tema del deseo,
extraño y errático. El deseo siempre es excéntrico, no pega con el sujeto. Todo
me parece muy interesante. Es
interesantísimo. No creo que tengamos que ver en Helène una mujer sometida. Y al
final cada uno ha de organizar su huerto como pueda.
Rosa López
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