jueves, 22 de mayo de 2014

El muchacho que escribía poesía, de Yukio Mishima. Comentario de Fernando

El relato de Mishima me ha gustado, pero también me ha decepcionado. La primera impresión es la de haber leído un cuento muy estructurado, de párrafos muy cortos, cada uno aludiendo a conceptos muy concretos que, en conjunto, pierden el sentido de continuidad. Si se van leyendo uno a uno, se acaba en una cierta confusión sobre el personaje.

Entonces, he tratado de comprender al personaje, un muchacho de 15 años. Por supuesto que tiene arrogancia. ¿Qué chico de 15 años no tiene arrogancia? Independientemente de las culturas, todos los chavales de 15 años, salvo problema, son arrogantes, se creen que van a conquistar el mundo, tienen todo por delante. Por otro lado, hay que comprender a este personaje en su aspecto sociológico. Proviene de una cultura muy marcada por su abuela, que procedía de una familia aristocrática. Era uno de sus principios y ascendencias. Por otro lado, provenía de una clase de gobernantes, de funcionarios, una clase media normal. Es más, su abuelo parece que fue un gobernador corrupto muy denigrado por la sociedad.

Todo esto hace que se trasplante en el entorno de un Colegio de Pares de la alta burguesía. Y se encontraba en una situación verdaderamente conflictiva. Pero hay que decir que esto le ocurre al propio autor, Mishima, y lo vuelca en el personaje del muchacho. En este sentido, el cuento es autobiográfico. Por lo tanto, sociológicamente se encuentra en un entorno que no acaba de ser de par con los pares. Encuentra un referente en ese amigo, hasta que se da cuenta que no es el tutor que esperaba cuando todavía estaba en un punto de inocencia.

Pero existe otro trasfondo muy particular, y es que no asume su homosexualidad hasta muy tarde. Y esto crea un conflicto, aunque él no sea consciente. Y aunque no lo explicita claramente, se ve el no apreció que tiene hacia el sistema de emparejarse. Buscar un sustituto, y ese sustituto no lo encuentra en la poesía, sino en las palabras. La poesía, para él, es el máximo exponente de las palabras, y por eso, en su arrogancia. Él es un buscador de palabras, busca las palabras en el diccionario, encuentra su satisfacción y felicidad en las palabras.

Luego encontramos un trasfondo psicológico muy fuertes, concretado en un vacío existencial. No sé si fue por eso que Margarite Yourcenar escribió sobre Mishima y su visión del vacío. Es el vacío existencial que respiraba este muchacho en todas las situaciones por las que iba pasando su fealdad, su no asunción de la homosexualidad, su falta de encaje sociológico en el lugar en el que estaba. A partir de ese vacío, luego se volcó en la literatura, mucho después, bastante después, porque entre medias intentó complacer a su padre, por ejemplo, con la abogacía. Fue posteriormente, bastante después, cuando acabó la guerra, que se dio cuenta de la caída de todos los paradigmas que había recibido de su abuela, de los samuráis, de estos principios inquebrantables de la cultura japonesa. Además, él no había ido a la guerra, por su propia voluntad y porque había hecho trampa. Esto fue muy duro para él durante mucho tiempo. Y tenemos también el culto al cuerpo. 

Fernando

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