jueves, 22 de mayo de 2014

Oscar Caneda abre la tertulia 53 sobre El muchacho que escribía poesía, de Yukio Mishima.

Si bien el cuento podría no ser autobiográfico, sí es autorreferencial. La voz del narrador evita la primera persona,  lo hace en tercera, pero siempre se ubica en el punto de vista del protagonista; habla desde su subjetividad. Y, como veremos, hay coincidencias en el contexto de la época en que ambos, autor y personaje, vivieron.

Durante una enfermedad, escribió en una semana una serie de poemas cuando ya se sentía entusiasmado porque le era sencillo escribir varios al día. Ya da cuenta de su narcisismo y de su arrogancia juvenil como de su inexperiencia.

"Una semana: Antología". Recortó un óvalo en la cubierta de su cuaderno para destacar la palabra "poemas" en la primera página. Abajo, escribió en inglés: "12th. 18th: May, 1940".

Titula “Una semana: Antología” 

¿Era necesario destacar la palabra “poemas” en la portada?

“Abajo escribió en inglés…”

En la adolescencia del escritor, Japón estaba a pocos años de la occidentalización de su cultura, en esa generación aún estaba presente lo ancestral en su historia familiar. Esa alusión al idioma inglés en un bajo de página, alude a la tensión que le producía la coexistencia de ambas culturas.

“Sus poemas empezaban a llamar la atención de los estudiantes de los últimos años. "La algarabía es por mis 15 años". Pero el muchacho confiaba en su genio. Empezó a ser atrevido cuando hablaba con los mayores. Quería dejar de decir "es posible", tenía que decir siempre "sí".”

Su baja autoestima, a la cual hace referencia en otro párrafo al indicar que se siente físicamente feo, es aliviada por la mirada que, de sus poemas, le hacen sus compañeros mayores. Justifica ese entusiasmo por su corta edad, pero se deja ver su incipiente atrevimiento: comienza a dejar “de decir es posible, para decir siempre “sí”.

Nos dice que estaba anémico de tanto masturbarse, y aclara “su fealdad no había empezado a molestarle”, sin embargo en la siguiente frase destaca que la poesía estaba en otro sitio diferente a sus sensaciones “físicas de asco”. Era “algo aparte de todo”.  Vive la poesía como algo externo a él, que no lo compromete, como si estuviese afuera de la vida. De ahí que produzca metáforas sobre el mundo exterior, en todo objeto que pueda transformar en lo que para él es “bello”. Su falta de vivencias lo hacen  contemplativo; la carencia de conocimientos lo lleva a estudiar el diccionario para rescatar palabras.  Escribía palabras “sin emoción”. No le gustaba escrutar su mundo interior ni el mundo exterior, se limitaba a escribir sobre aquellos objetos que le permitieran tener la ilusión de felicidad; así lo sentía, y así lo decía:

 Rechazaba fríamente los objetos reales pero extraños que no podía transformar: "No hay poesía en eso". 

Con el acceso al Club Literario acude al Diccionario de la Literatura Universal, donde se hallan las biografías de los escritores. Él no las leía, se limitaba a contemplar las fotos de los poetas. Los que más le llamaban la atención eran los que lucían más jóvenes y “bellos” Se sentía atraído por el suicidio de los poetas románticos, salvaguardándose en su corta edad. Veía a la muerte como una ilusión demasiado lejana, de modo que la muerte era otra de sus contemplaciones. Más adelante, su monitor le dice:

“- Hay dos tipos: Schilla y Goethe. Sabe quién es Schilla, ¿no es cierto?”
“- ¿Quiere decir Schiller?”
“- Sí. No trate nunca de convertirse en un Schilla. Sea un Goethe”.

A primera vista nos informa que él no había leído a ninguno de ellos, de hecho en el cuento se deja entrever que poco y nada ha leído. Y hay algo curioso: el juego con la fonética. El monitor le dice Schilla, refiriéndose a Schiller. En la fonética inglesa la terminación “er” se suele pronunciar con un fonema, mezcla de “a” y “e”, pero un extranjero de esa lengua se inclina más por la “a”; de modo que aquí tenemos otro dato de la tensión entre las culturas, en este caso a través de la lengua. El joven no ha asimilado aún el idioma inglés, y pronuncia Schiller tal cual está escrito.  Además, los escritores que llaman su atención pertenecen a la cultura occidental. Y el monitor le está diciendo que abandone su postura romántica por algo más comprometido con su propio ser.

Conoce a R, presidente del Club Literario, quien no hacía reparos en ser “amigo” de un joven menor; él lo atribuía a que R lo consideraba genial, y como –creía-, R era un genio, entre genios no hay edades. Comienzan a tener una relación epistolar; ha de haber sido ideal para el muchacho ya que, una vez más, no pondría el cuerpo. R es un poeta anónimo, apenas ha editado un libro y de manera privada, pero el muchacho lo cree genial, no tanto por su valoración sino porque antes  R le da valor al muchacho. Si para él soy un genio, para mí él lo es. El autor subraya esa anonimidad nombrándolo con una inicial, en el cuento no llega a tener nombre. Es decir: existe en la mirada del muchacho, como los objetos que podía “transformar”.  No era consciente de la carencia que le hacía escribir, lo vinculaba a su “genio”, quizás como un modo de no querer asumir su falta, de no querer verse a sí mismo.

“… Sus poemas no nacían de la necesidad. Le venían naturalmente; aunque tratara de negarlos, los poemas mismos movían su mano y lo obligaban a escribir. La necesidad implicaba una carencia, algo que no podía concebir en sí mismo. Reducía, en primer lugar, las fuentes de su poesía a la palabra "genio", y no podía creer que hubiera en él una carencia de la que no fuera consciente. Y aunque lo fuera, prefería llamarlo "genio" y no carencia”.

Un juego de béisbol de sus compañeros le refleja algo de lo que es incapaz: compadecerse, llorar, sentir. Sólo en la contemplación encontraba el motivo de su poesía. Esta revelación le hace abandonar el tema “naturaleza” por el del “amor”. Algo que jamás vivió pero que ahora trataría de abordar con la única herramienta que aprendió en el diccionario: las palabras. En ellas encontraba todo lo que necesitaba, las resignificaba al modo que le era propicio; en ellas encontraba el dolor, la amistad, el horror… todo estaba allí, pero siempre fuera de él. Las palabras no eran las que significaban experiencia, sólo signos que le hacían imaginar distintas emociones. Sin sentirlas. No había conflicto entre el mundo exterior y su pensamiento; como si la cultura le rozara su genialidad y su candor, sin alterarlo.

Asimismo, daba  a las palabras un sentido universal, tal vez intentando borrar la frontera de las dos culturas que le producían tensión, sin ser consciente de ello.

“Le hubiera sido fácil recurrir a la imaginación. Pero el muchacho dudaba en hacerlo. La imaginación necesita una clase de identificación en la que el ser se duele con el dolor de los demás. El muchacho, en su frialdad, no sentía nunca el dolor de los demás. Sin sentir el menor dolor se susurraba: "Eso es dolor, es algo que conozco”.

Cuando R lo invita a tener una charla y le confiesa su enamoramiento con una mujer casada, el muchacho cree tener la oportunidad de ser testigo de lo que estar enamorado. Lejos de su intuición, le parece algo ya leído, ya conocido por él. Además lo ve como algo banal, mediocre, alejado de la poesía. Para R la mujer era muy bella; para la mujer R era hermoso, tanto que le elogió su frente y sus cejas. Esto es algo que no entendía el muchacho: ¿Cómo podía ver algo hermoso en una frente tan fea? Además con esas cejas gruesas y juntas. Tan lejos de la experiencia estaba...

“En ese momento el muchacho tuvo la revelación de algo. Había visto la ridícula impureza que siempre se entremete en nuestra conciencia del amor o de la vida, esa ridícula impureza sin la cual no podemos sobrevivir ni en ésta ni en aquel: es decir, la convicción de que el ser cejijuntos nos hace bellos”.
“El muchacho pensó que también él, quizás, de un modo más intelectual, estaba abriéndose camino en la vida gracias a una convicción parecida. Algo en ese pensamiento lo hizo estremecerse”.

Era inconsciente de que, por su narcisismo e imposibilidad de sentir, le hacía falta vivir para hallar las preguntas adecuadas.

El final del cuento, es intenso y significativo: escucha un golpe de un bate a una pelota de béisbol. Recordemos que el juego de béisbol de sus compañeros le había hecho vislumbrar lo más cercano a un sentimiento, aunque ajeno a él. Este golpe y los gritos de sus compañeros, entonces, le dieron, “por primera vez en su vida” la revelación de que algún día dejará de escribir poesía. Con claridad nos explicita que para el muchacho la poesía está fuera de los conflictos e impurezas que definen la vida. Por eso al intuir que en el futuro él deberá, sin remedio, vivir, ya no escribirá poesía.

“El muchacho se mordió los labios y sonrió. El día se estaba oscureciendo. Oyó los gritos que llegaban desde donde practicaba el Club de Béisbol. Percibió un eco lúcido cuando una pelota golpeada por bate fue lanzada hacia el cielo. "Algún día, tal vez, yo también deje de escribir poesía", pensó el muchacho por primera vez en su vida. Pero todavía le quedaba por descubrir que nunca había sido poeta”.

Y la última frase del cuento, el narrador se aleja del protagonista y, con su propia voz, dice:

“Pero todavía le quedaba por descubrir que nunca había sido poeta”

Óscar Caneda

No hay comentarios: