martes, 4 de noviembre de 2014

Otelo, de Shakespeare. Comentario de Graciela Kasanetz

He releído, después de muchísimos años, esta tragedia de Shakespeare. Pude constatar que sólo me había quedado en el recuerdo la cuestión de la trama pasional entre los personajes, además de la enorme riqueza que contiene en relación a la trama política. Pero al calor de lo que se está hablando, precisaba Luis Teszkiewicz que se trata de una obra teatral. Y eso implica poner en escena tiempos diferentes que se suceden en una cierta incoherencia. Uno trata de determinar, por ejemplo, cuánto tiempo hace que Otelo y Desdémona están casados, y vemos que hay una discrepancia muy grande entre el tiempo de la acción dramática y el tiempo real del casamiento.

En la lectura que yo hice del drama, pensaba en los tiempos lógicos de los que habla Jacques Lacan, el tiempo de ver, el tiempo de comprender, el tiempo de concluir. Ese sería el tiempo del acto. Y hay una precipitación en la obra teatral, y es que falta el tiempo de comprender casi por completo. Hay un tiempo de ver, y todo se precipita en el tiempo de concluir. Los personajes están poseídos por tales enredos, que no consiguen entender lo que está pasando.

Quería decir algo respecto a la mujer. Porque hay un desdoble en cada uno de los personajes, y es curioso que ninguna de las tres mujeres que intervienen en la obra tenga una parte de lo que hace a la mujer, y no a una mujer una por una. Y es que aquí la madre no existe, ni la de Desdémona, ni la de Amelia. Son tres mujeres, en sus distintas facetas, tratando de componer la mujer. La de Yago, degradada, pero la única que sabe de la verdad de Yago; la cortesana enamorada de Casio; y el ideal representado por Desdémona. Pero un ideal tramposo, pues ninguna mujer, ni siquiera Desdémona, está a la altura del ideal. Porque lo que señala Shakespeare, con muchísima pertinencia, es el agujero del hombre, la mujer, encarnado por cada una de las mujeres. Es el agujero negro representado por el mismo Otelo. La elección de Desdémona responde a esta perversidad intrínseca de la mujer, constitutiva de la mujer, que desea algo que ella misma no puede nombrar, pero que está nombrado en el drama en su perversidad, en su impureza, en la negritud de Otelo.

Y también quería decir algo respecto de Yago. Pienso que Yago no es un personaje, sino que Shakespeare condensa  en él una parte de cada uno. En este sentido, es una especie de jeroglífico hecho con distintos trozos de las pasiones humanas. Pienso que están presentes en él todos los personajes y todos los personajes en Yago. El juego que pone en la mesa Shakespeare es el juego que posibilita la verdad, la imposibilidad de decirla toda, la verdad como un medio dicho. Yago encarnaría la aspiración humana de ser dueños de nuestras palabras y de nuestros actos. Por momentos me preguntaba cómo pueden ser tan ingenuos los otros personajes. Precisamente, Yago se vale de otros, sin embargo, a él nadie lo pone en evidencia. Insisto, me parece que encarna esa aspiración de todos los humanos de ser dueños de las palabras y de los actos.

Pero hay una cuestión. Yago pretende ser dueño, aparecer como dueño, pero no como responsable. A Yago se le condena, no por sus actos, sino por aquello por lo que nosotros no tenemos que hacernos responsables ante los demás y constituye nuestra verdad más profunda, a saber, nuestras intenciones. A Yago no se lo condena por las muertes que produce. Por el contrario, a Otelo uno le tiene cierta pena como personaje, sin embargo, el acto que produce es tremendo. Él ha sido arrastrado por una pasión humana, ha sido engañado, y no se le pregunta por sus intenciones, se le va a juzgar por sus actos. Las intenciones de Otelo, llevado por el amor y por los celos, no aparecen en la tragedia como condenables a la misma altura que es condenable toda la trama que urde Yago. Si no se hubieran descubierto sus intenciones, quedaría sin ningún castigo. En este sentido digo que Yago sería el triunfo imposible de este anhelo de todos, poder ser dueños de los actos y de las palabras sin tener que responder de las intenciones.

Graciela Kasanetz

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