Como ya hicimos
en un trabajo previo Concha Miguélez y yo, voy a presentar una panorámica que
tratará de ser esclarecedora en relación a la figura de Nora Barnacle y de los
aspectos que permitieron que su relación con Joyce durase toda su vida. Voy a
centrarme en una parte de la relación entre ellos, la relación epistolar
mantenida al comienzo de su relación y, sobre todo, en los únicos períodos de
su vida en los que se separaron, con motivo de los dos viajes realizados por Joyce
a Dublín. Y tomaré algunos aspectos que, incluso, he ido planteando a lo largo
de las intervenciones realizadas durante este curso de verano.
Referencias en
Lacan
Como nos
recordaba Concha, en la página 81 del Seminario
23, Lacan planteaba:
“¿Qué es esta relación de Joyce con Nora? Cosa
curiosa, diré que es una relación sexual, aunque sostenga que no la hay. Pero
es una extraña relación sexual... Para Joyce sólo hay una mujer (…) No
solamente es preciso que le vaya como un guante, sino también que le ajuste [serre]
como un guante. Ella no sirve [sert] absolutamente para nada”.
Lacan no vacila
en afirmar que aquí, en el modo en que Joyce se enguanta con Nora, “hay relación
sexual”, una singular complementariedad donde no habrá lugar para los hijos.
Y lo expresa así en la página 82 del mismo seminario:
“cada vez que se presenta un mocoso es un
drama, no estaba previsto en el programa”.
En una de sus
cartas le dice Joyce a Nora:
“Déjame entrar en tu alma de almas y entonces
seré, de verdad, el poeta de mi raza… Acógeme en el oscuro santuario de tu matriz ¡Protégeme,
querida, del mal!”
Lacan plantea
que para Joyce “sólo hay una mujer”.
Y sigue diciendo:
“Joyce sólo se enguanta con la más viva de
las repugnancias, y es notable que sólo con la mayor de las depreciaciones hace
de Nora la mujer elegida”.
Esa repugnancia
remite al contenido de algunas de las cartas a las que me referiré. Nora tenía
una posición singular respecto a la obra de Joyce: no le gustaba leer sus
textos, o se refería a ellos de forma muy simple planteándole por qué no
escribía libros normales para que la gente corriente pudiera entenderlos.
Ellmann,
biógrafo de Joyce, comenta que éste afirmó:
“La personalidad de Nora es tan especial que
no logro que la mía pueda afectarla, está hecha completamente a prueba de mi”.
Para Godoy, uno
de los autores de la compilación Elaboraciones
lacanianas de la psicosis, por esa
desafectación misma, Nora se constituyó en una tenaz partenaire-sinthome que sostuvo con eficacia el
anudamiento de Joyce.
El encuentro
entre Nora y Jim
Nora había
llegado a Dublín con 20 años, sin conocer a nadie, procedente de Galway. Se
había ido sin despedirse tras una paliza que le había dado su tío y tras varias
pérdidas amorosas importantes en su vida.
El 10 de junio
de 1904 Joyce la vio y la abordó. Su porte y su cabellera rojiza le llamaron la
atención, así como su voz y su nombre, tan ibseniano. Nora le contó a su
hermana que Joyce le había parecido un chico extraño, serio, de aire muy
infantil y que le había recordado a uno de sus novios que había muerto. Se
sentía sola en Dublín y no estaba hecha para la soledad. Era frecuente que su
buen humor se trocase en accesos de melancolía o extrañas afecciones y
dolencias. A veces era objeto de inoportunas atenciones por parte de los
hombres, pero cuando se cruzó con Joyce, educado, bien hablado, simpático y
nada amenazador, aceptó su invitación y se avino a salir una noche con él. Pero
Nora no pudo acudir a la cita y Joyce, que la estuvo esperando, en lugar de
dirigirse al hotel le escribió una carta, la primera, (pg. 67)*, en que hace
referencia a su cabellera y en la que la convoca a otra cita que se deduce que se
produjo el 16 de junio, fecha a la que hace referencia en el Ulises.
Las cartas **
Así comienza
esta comunicación a través de las cartas. A veces se escribían varias veces al
día, dado que había varios repartos de correo a lo largo de la jornada. Ana
Meyer en su artículo Nora, una voz que
hizo acto de escritura, dice que Joyce cortejaba a Nora con las palabras y
exigía otro tanto de ella. Su deseo fue “escribirlo
todo”, dejarlo registrado en la letra. Las fantasías, con preponderancia de
las de adulterio, producían en él la excitación necesaria para poder escribir.
La primera de
las cartas de Joyce a Nora está fechada el 15 de junio de 1904 y la última el
13 de junio de 1920. Reflejan un diálogo amoroso poco común, con el objetivo de
lograr satisfacción sexual e inspirarla en Nora.
La lectura que
Joyce hace de la escritura Nora es reciclada en su propia escritura. A su vez
Nora, al escribir sin puntos ni comas, le hace entrega de esa deficiencia
lingüística que él reacomoda en su beneficio. Esto se puede escuchar claramente
en el monólogo de Molly Bloom, que pudimos ver en las películas proyectadas
durante el curso, Ulises y Bloom.La constante joyceana bascula
entre la pasión y el odio, algo que Lacan parafraseó como:
“… a letter, a litter, una carta, una basura”.
Hay dos periodos
en los que Joyce le escribe a Nora casi a diario y en alguna ocasión dos veces
por día. Estos son los que coinciden con los dos viajes que realiza a Dublín.
En el primero va acompañado de su hijo Giorgio y trascurre desde finales de
julio al 9 de septiembre de 1909. El segundo viaje lo realiza solo y está en
Dublín desde el 18 de octubre hasta
finales de diciembre de 1909.
Las del primer
periodo comienzan con un ataque de celos de Joyce, ataque basado en un
comentario acerca de un supuesto escarceo de Nora con un amigo suyo en el
momento en que se conocieron y con las posteriores peticiones de perdón por su
desconfianza y su declaración de amor. A estas primeras cartas Nora no le
contesta. Luego van apareciendo algunas primeras insinuaciones de tipo obsceno.
Y llama la atención como va solapando denominaciones acerca de Nora como “santa, ángel” junto con otras como “pícara”.
En el periodo
que estuvo Joyce en Trieste reanudaron sus relaciones sexuales, y Joyce fue
descubriendo un insólito placer en todo lo relacionado con los excrementos.
Nora aceptó la extravagancia de Joyce y supo manipularla para protección y
satisfacción propia. Le proporcionó un dominio sobre él que, en cierto modo,
compensó el poder que ejercía sobre ella. En la carta del 13 de diciembre se le
declara totalmente rendido:
“Nunca (con la palabra subrayada cuatro
veces) volveré a dejarte”
Es en el segundo
viaje cuando ya escribe las cartas más obscenas, algunas girando fundamentalmente
en relación a la temática escatológica.
De las cartas
que Nora escribe a Joyce disponemos, solamente, de algunas de la primera época.
Las escribe sin puntos ni comas, a excepción de la que se dice que copió de un
libro. Las que escribió en aquellas semanas tan intensas que Joyce pasó en
Dublín, nunca han salido a la luz. Sin embargo, Joyce reproduce tan fielmente
las palabras de Nora en las cartas que de él se han publicado, que no es
difícil reconstruirlas. Se iniciaron con la franca declaración por parte de
ella, a finales de noviembre de 1909, de que “ansiaba follar con él” (pg. 200).
Durante el
primer viaje a Irlanda, en la carta del 22 de agosto, Joyce le pide a Nora que
le escriba una carta, que él no se atreve a ser el primero en escribir, dice: “Una carta para los ojos solo”. Respecto
a esto Brenda Maddox dice:
“A juzgar por la correspondencia posterior de
Joyce, Nora satisfizo su deseo. Lo habría entendido. Aproximadamente en el
mismo momento en que Joyce llegaba a Galway (….) Nora, en Trieste, también se
sentaba a la mesa, seguramente después de acostar a su hijita, cogía la pluma y
escribía a Joyce una carta obscena” (pg. 189)
Y agrega:
“Es posible hacerse una idea de la carta de
Nora a través de la carta de Joyce del 31 de agosto de 1909, en la que éste
reconoce que ella ha demostrado comprender la necesidad que él tenía de ver por
escrito palabras gruesas, pese a que le disgustaba oírlas de viva voz; a través
de la carta del 2 de septiembre, donde él se permite, por primera vez,
referencias sexuales explícitas y de la del 3 de diciembre, en la que reconoce
que Nora lleva el timón en la correspondencia obscena”. (pg. 729)
Sigue diciendo
la biógrafa de Nora:
“En la carta del 20 de diciembre, Joyce dio
rienda suelta a sus fantasías anales más floridas (…) Aquella misma carta que
registraba su orgasmo, marcó también el momento crucial de su correspondencia.
A partir de ese momento Joyce emergió a la superficie de sus cartas y en esa
superficie comenzaron a flotar imágenes idealizadas de la familia y del hogar
(…) Las cartas sucias habían terminado para siempre, y Nora y Joyce ya no
volvieron más a aquél género de correspondencia” (pg. 205)
Hipótesis a
partir de las anteriores intervenciones
Miguel Ángel
Alonso, en su intervención acerca de Dublineses,
hablaba del significante “parálisis”.
Esto me hizo pensar en algo que encontró Joyce en Nora, su decisión, su acto,
una especie de antídoto frente a la parálisis. También se ha hablado de la importancia
que para Joyce tenía la mirada y la voz como objetos pulsionales. Creo que en
el encuentro con Nora le atrapa su voz y su pelo rojizo, del que luego habla en
las cartas en varias ocasiones.
Carmen Bermúdez
Notas
* Esta referencia
a la paginación y las siguientes se encuentra en la biografía acerca de Nora,
de Brenda Maddox.
** Las cartas de
Joyce a Nora están recopiladas por Ellman en el volumen al que se hace
referencia en la bibliografía.
Bibliografía
Ellmann, R., Cartas escogidas. James Joyce.
Vol. I. Ed. Lumen, Barcelona, 1982.
Ellmann, R., James Joyce, Anagrama, Barcelona, 2002.
Lacan, J., Seminario XXIII: El sinthome, Paidós,
Buenos Aires, 2006.
Maddox, B., Nora, Plaza & Janés Editores, S.A.
Barcelona, 2001.
Meyer, A., Nora, una voz que hizo escritura,
Jornadas de la EOL sobre sexualidad.
Schejtman, F.
(compilador), Elaboraciones lacanianas
sobre la psicosis, Grama Ediciones, Buenos Aires, 2012.
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