Sombra de mi
mente
En la prolongación de su síntoma
Miriam L. Chorne
He parafraseado como título de mi
intervención algo que dice Stephen sobre su hermana en el Episodio 10 del
Ulises: “Wandering rocks”. Tiene, me
parece, una extraña resonancia con la relación de Joyce con su hija Lucía: “Mis ojos me dicen que ella tiene … Rápida,
distante y audaz. Sombra de mi mente.” Es parte del título que D. Hayman,
especialista en Joyce, dio a su texto sobre los papeles de Lucía.
Mi punto de partida era y es una
afirmación de Lacan en el Seminario 23, El sinthome, en la que
refiriéndose a las cualidades que Joyce atribuía a su hija: una genialidad
especial y una capacidad de clarividencia que le permitía conocer “milagrosamente”,
es decir, sin más información, lo que les ocurría a sus amigos, dice que esa
virtud está “en la prolongación de (…) su
propio síntoma”, el de Joyce.
Les hablaré pues de cuál es el síntoma
que Lacan destaca en Joyce. También de algún problema que me suscita y que creo
que al propio Lacan le suscitaba, aunque su tono muchas veces apodíctico lo
vele un tanto. Miller contaba en uno de sus últimos seminarios que la capacidad
argumentativa de Lacan era tan grande que podía convencer de una cosa y de la
contraria, si hacía falta. Trataré de mostrarles que la cuestión de la relación
entre la psicosis larvada, oculta, de un sujeto y su manifestación clara y
abierta en la enfermedad de un allegado constituye una preocupación, un interés
de larga data en Lacan. Y por último, but not least, procuraré analizar cómo
podemos entender el término “prolongación del síntoma” . Lo haré, con muchas
limitaciones ya que si es una noción fundamental y sugerente respecto del
problema de la transmisión de la psicosis no es un verdadero concepto definido
de manera clara.
¿Quién era Lucía
Joyce?
Sabemos lamentablemente poco sobre Lucía,
sobre todo poco de esa información subjetiva, detallada, singular, tan crucial
para un analista. Sabemos que había nacido en Trieste el 26 de julio de 1907 y
que murió en una clínica psiquiátrica en Inglaterra el 12 de diciembre de 1982.
Todos los biógrafos de Joyce y Nora coinciden en algunos pocos datos sobre su
nacimiento en una maternidad de caridad, mientras Joyce estaba a su vez
internado por una fiebre reumática en otro hospital o en otro ala del mismo.
Según el hermano de Joyce, Stanislaus, de quien se cree que acompañó a Nora en
esas circunstancias, fue esa una enfermedad importante y que le dejaría graves
secuelas. Stanislaus le atribuye los diversos trastornos oculares que
acompañaron a Joyce durante años y que le producirían una cierta invalidez
durante la última parte de su vida.
Lacan ha
señalado que si la pareja de Joyce y Nora constituyó una suerte de suplencia,
especialmente para el autor del Ulises, en cambio, o quizás precisamente por
ello, tuvieron bastante dificultad para incluir en ella a los hijos. Da la
impresión de que aún para Giorgio, el primer hijo y varón, Nora tuvo un lugar
en su deseo, pero la llegada de Lucia con Joyce enfermo, muchas limitaciones
económicas y una relativa soledad en un país que era aún extranjero para ella,
la encontró sin resto. Intentaron suplir algo esta situación trayendo -no sólo
para ayudarlas- unos años más tarde a dos de las hermanas de Joyce desde
Dublín.
Es posible que
el hecho de que su propia madre hubiese abandonado a Nora al cuidado de su
abuela -aunque no sea relacionada por los biógrafos, haya influido en la relación
de Nora con Lucía. También se menciona el ligero estrabismo, que al igual que
una de las hermanas de Nora sufrió Lucía, y que ni Nora, ni Lucía aceptaron
fácilmente, según refieren los numerosos biógrafos.
A estas
condiciones iniciales de la vida de Lucía, deben añadirse las constantes mudanzas
no sólo de casa sino de país que supusieron para los niños permanentes pérdidas
de amigos, de referencias, pero sobre todo cambio de lenguas reiterados. Los
Joyce vivieron además de en Italia, en Suiza, Zurich, donde los niños fueron escolarizados
en alemán y luego en Francia, París, donde debieron aprender el francés. El
inglés naturalmente era una lengua que se hablaba frecuentemente en casa y con
los amigos de los Joyce.
En ese sentido,
más allá del gran amor que sentía Joyce por sus hijos y en particular por
Lucía, podemos decir que no fue enteramente capaz de “cuidarla”. Me recuerda la
frase de Lacan en RSI cuando afirma que “un padre no tendrá derecho al respeto
sino al amor de sus hijos si no está pèreversement
orientado”, es decir, si no hace de una mujer la causa de su deseo y puede
cuidar de los hijos que la pareja engendre. “La normalidad” añade Lacan, “no
constituye la virtud paterna por excelencia” a condición de que sepa mantener
velada la pèreversión que le es
propia. ¿Pudo Joyce?
Curiosamente los
biógrafos nos transmiten otro dato, muy significativo para nosotros analistas y
al que ellos no otorgan mayor importancia, o al menos no comentan de ninguna
manera. Me refiero al hecho de que Lucía durmió con sus padres hasta los 15 años.
Y volvió a hacerlo con motivo de su enfermedad declarada.
Me he preguntado
desde cuándo comenzó a manifestarse la enfermedad de Lucía. Es este un
interrogante muy importante para un analista y no desde luego porque nos interesen
en sí mismas las fechas, sino porque nos habla de qué le ocurría al sujeto en
el momento en que comenzó a mostrar síntomas, nos da pistas sobre los hechos
significativos de su vida.
Hay testimonios
recogidos de que empezó a manifestar comportamientos extraños desde pequeña,
aunque al principio eran atribuidos a la excentricidad. En casi todas las
fotografías muestra muy tempranamente una expresión de ausencia, y esa expresión
no obedece sólo al estrabismo.
En la lectura de
los papeles de Lucía Joyce -los pocos conservados ya que Stephen Joyce, el
nieto del escritor se batió fieramente para conservar la privacidad de su familia,
en particular los pormenores de la enfermedad de Lucía David Hayman la describe
así: “detectamos una extraña pero
poderosa mezcla de capricho, ternura, patetismo y humor. La joven/vieja Issy,
Isolda, la niña “eslabón de clases”, cuyas palabras y conducta constelan
las páginas de Finnegans Wake, bien podría ser la quejumbrosa pero atractiva
sombra de una niña mujer real: Lucía Joyce. Así es que no sólo encontramos a
Nora en los escritos de Joyce. Sobre todo en Finnegans Wake, los estudiosos ven
claramente las huellas de Lucía.
En su modélica
biografía sobre Joyce, Richard Ellman, nos habla de la creciente preocupación
de Joyce acerca de la condición de Lucía, “quien en 1932 manifestaba signos de
esquizofrenia que presumiblemente se habían iniciado durante su
infancia, pero que habían sido desechados por sus padres como signos de
excentricidad infantil. Los siguientes siete años de la vida de Joyce estuvieron
inficionados por un frenético, infeliz y fútil esfuerzo por curarla … A él le
parecía que la mente de ella era como la suya, y pretendía encontrar evidencia
en sus escritos y dibujos de un talento no reconocido.” Joyce decía: “Cualquier
chispa o don que yo poseo ha sido transmitido a Lucía y atizó el fuego en su
cerebro” mostrando de esta manera su auténtica división en cuanto al
diagnóstico de Lucía. A lo que Jung con una metáfora precisa y justa -y tantas
veces citada respondió que ambos padre e hija “se deslizaban al fondo de un
río, sólo que él sabía bucear donde ella se hundía irremediablemente.”
Los estudiosos
de Joyce revelan en las ideas que proponen sobre la locura de Lucía, como un
auténtico papel de tornasol, la pobreza e inanidad de las opiniones “legas
sabias” sobre la pérdida del equilibrio mental. Buscan factores psicológicos
diversos para motivar su psicosis. Se
habría desencadenado debido a su amor no correspondido por S. Beckett,
asistente y discípulo de James Joyce durante esos años. Es una
”explicación” en la que coinciden casi
todos los biógrafos. John Mc Court y también Carol Shloss, académica
norteamericana, de la Universidad de Stanford, que en una visión de sesgo feminista,
la describe como una artista talentosa obligada a vivir al margen de la
creatividad de otro. También B. Maddox, la biógrafa de Nora, atribuye a su
desgraciada vida amorosa -haber sido rechazada por diversos hombres que ella
consideraba sus pretendientes, la dolorosa enfermedad.
Estas
“explicaciones despiertan nuestra consternación ¿Se imaginan cuántas jóvenes
rechazadas habría en nuestras consultas o peor aún en los hospitales psiquiátricos?
Algunos añaden
la razón de su fracaso como artista, en particular su carrera de bailarina.
Quizás podríamos tomar esta cuestión, en
una reflexión menos victimista de la que formula Shloss (según su propio
fantasma), y considerar las dificultades de consolidar la propia subjetividad
cuando las circunstancias de padres demasiado potentes y célebres, geniales
incluso, se interponen. Es interesante señalar, sin embargo, que tras el
fracaso de Lucía en la danza comenzó a dedicarse al dibujo y Joyce consiguió
que ilustrara las letras de un libro - es decir que se dedicara a la caligrafía
- pagando incluso de su bolsillo el trabajo aunque figuraba como una
remuneración del editor.
Otra explicación
atribuye la locura de Lucía al alejamiento de su hermano, tan central en la infancia
y juventud de la joven. Giorgio se enamoró y se casó muy joven, con una
heredera americana, algunos años mayor que él, Helen Kastor. Habría sido según
esta opinión la “pérdida” de su hermano al que había estado muy unida y la
desesperación de que él le daba a Helen, el hijo que ella, Lucía, deseaba tanto
tener.
Mucho más
interesante resulta la propuesta de José M. Alvarez, como no podría ser de otra
manera. En un capítulo añadido a su versión corregida y aumentada de los Estudios
sobre la Psicosis este autor ofrece un magnífico y documentado estudio que
lleva por título precisamente “Las locuras de Joyce y Lucía”. Manifiesta como
motivo desencadenante de la psicosis el repentino y sorprendente anuncio que
Joyce realizó a sus hijos en 1931 de que su madre y él iban a casarse. Con esta
declaración, Joyce les estaba diciendo a Giorgio y Lucía que eran hijos
ilegítimos.
Sin embargo
aunque sin duda la problemática del linaje tiene gran importancia en la
constitución subjetiva (es innegable su interés simbólico y legal en sentido
amplio) considero que no hay ningún determinismo necesario, ineluctable. Se
puede hacer con la ilegitimidad muchas cosas. Lucía Joyce, por otra parte,
había manifestado su desequilibrio mental muchos años antes. Estudiosos tan notables
como Hellman señalan que ya en la infancia había mostrado signos de
desequilibrio mental. En todo caso, sin duda a los 15 años, es decir varios
años antes del anuncio de la boda por parte de Joyce ya hay numerosas
manifestaciones de su locura. En cambio me parece verdaderamente crucial otro
aspecto que señala Alvarez, la creencia de Joyce en la clarividencia de Lucía y
lo que manifiesta del tipo de relación entre ellos. Volveré luego sobre este
punto.
¿Joyce estaba
loco?
Es el título del
capítulo V del Seminario sobre El sinthome y es una pregunta que Lacan
le dirige explícitamente a Jacques Aubert -uno de esos muchos universitarios estudiosos
que el autor de Ulises había predicho que se ocuparían durante cientos de años
de su obra. Aubert asistía y participaba en el seminario de Lacan, además de mantener una larga e
intensa relación con él acerca de Joyce. Le enviaba las novedades que aparecían
sobre el autor irlandés y fue quien lo invitó a abrir un Symposium sobre Joyce.
La pregunta de Lacan acerca de la locura de Joyce es una pregunta verdadera,
no retórica.
Se la plantea con el suficiente rigor como para dejar de lado los llamados por
la psiquiatría “rasgos paranoicos” para apoyar su presunción diagnóstica limitándola
a los elementos estrictamente psicoanalíticos.
En efecto,
aunque Lacan no deja de lado los sentimientos de persecución de Joyce, su
querulancia, su inclinación a entablar procesos judiciales, ni su difícil
carácter, es sobre otro tipo de fundamentos que explora el diagnóstico.
Se interroga
sobre el elemento megalomaníaco ligado a su cualidad de creador, que constituía
casi una certeza, se consideraba “el Artista”, “The artist”, con el particular
matiz que tiene el artículo definido inglés. El que se asociaba a su vez con la
idea de ser un redentor que tenía la misión de dar nacimiento a la “conciencia
increada de su raza” - son sus propias palabras, aunque puestas en boca de
Stephen al final del Retrato del artista adolescente.
Podría añadir,
por mi parte, aún otro rasgo sorprendente cuando se leen las innumerables biografías
dedicadas a Joyce, al menos a mí me admira, y sin embargo nadie hace hincapié
en este rasgo: el hecho de haber conseguido que numerosos mecenas se ocuparan
de subvenir a sus necesidades y las de su familia. También la naturalidad con
la que Joyce no sólo recibía esas ayudas sino el sentimiento que transmitía de
que tenía “derecho” a recibirlas. Incluso, como en el caso de su hermano Stanislaus,
cuando él mismo sufría penurias para que Joyce y su familia vivieran mejor
-relativamente que él. Espero que se entienda que no estoy haciendo un juicio
moral, sino señalando un rasgo psíquico peculiar.
Podría
considerar también la posición subjetiva de burla e irreverencia hacia las más
diversas creencias e instituciones. En particular, su “non serviam”, jamás me doblegaré,
que le hizo incluso volverse contra algunos de los que lo ayudaron, por ejemplo
el poeta Yeats o Lady Gregory.
Ninguno de estos
rasgos constituyen sin embargo elementos definitivos acerca del
diagnóstico. Enumeremos pues aunque sólo
sea someramente algunos de los estrictamente
analíticos, y que además provienen de la singularidad del caso Joyce mas que de
criterios clasificatorios -como no dejan de serlo las categorías psiquiátricas
mencionadas antes.
En primer lugar,
Lacan considera que el síntoma de Joyce es su manejo peculiar del lenguaje. Y
que este síntoma parte de que “su padre era carente, radicalmente carente. No
habla más que de eso.” Por boca de Stephen, en Ulises, Joyce sostiene, “El
padre es una ficción legal”. Asimismo cuando nacen sus hijos, Joyce que no
había querido casarse, los anota como suyos devaluando este acto con la
declaración de que ser padre es una cuestión puramente legal.
Asimismo, en Ulises,
Stephen responde a la búsqueda de hijo de Bloom, “muy poco para mí, después del
padre que he tenido, ya estoy harto, no más padre”.
La utilización
de la topología para conceptualizar la estructura subjetiva, un desarrollo muy
importante en la enseñanza de Lacan, en particular la de los nudos, había
comenzado tres seminarios antes, en el final del Seminario Aún y el
encuentro con el caso de Joyce le resultó tan ejemplar para ilustrar esta
perspectiva que le preguntó sorprendido a Aubert si cuando lo invitó, como ya
he dicho, a inaugurar el Symposium sobre Joyce,
era porque conocía sus desarrollos topológicos. Aubert respondió que
cuando lo había invitado todavía no se había publicado el Seminario Aún, por
lo que su convocatoria sólo podía considerarse una feliz coincidencia.
La idea de que
existía un defecto del anudamiento borromeo de la estructura subjetiva en el
caso de Joyce que provenía de la carencia paterna y que sólo el haber encontrado
una “solución” a través de hacerse un nombre mediante su actividad artística lo
había “salvado” de la psicosis le permite a Lacan avanzar en cuanto a su investigación
con los nudos.
Sólo es posible
resolver el problema de la indistinción -llega a decir Lacan- pasando del nudo
borromeo de tres al nudo de cuatro, designando ese cuarto término gracias a su
lectura de Joyce como el sinthome. Sin este cuarto elemento, pues “no es un
privilegio estar loco”. Tenemos aquí una nueva presentación del conocido aserto
lacaniano “la psicosis es la normalidad”.
Es un nuevo modo
de pensar la psicosis y la normalidad. A la inversa de la psiquiatría que había
considerado la psicosis como el efecto de un déficit o un deterioro, Lacan
propone que es sólo porque algo se añade que hace las veces de cuarto nudo
(puede ser implícito) que no estamos locos. Y en el caso de Joyce permitidme
repetirlo para asentar nuestro punto de partida es “por querer darse un nombre”
que Joyce logró compensar la carencia paterna. El padre será algo a fabricarse
artificialmente con una materia por completo ambigua: su arte. “Es un arte
-dice Lacan- para el que conviene el nombre de sinthome”.
En todo caso,
Lacan considera la propia escritura de Joyce para señalar que este autor padece
una suerte de imposición de la palabra. Evoca al respecto una presentación de
enfermos de la semana anterior al dictado de su seminario, en la que el
paciente había denunciado que sufría de “palabras impuestas” o “emergentes”. Estas
palabras se inmiscuían en su pensamiento más íntimo, sin que el enfermo pudiese
reconocerse como su enunciador. Es este un síntoma propio de la psicosis, que
G.de Clérambault, maestro en psiquiatría de Lacan, supo destacar a lo largo de
sus diversos escritos.
Lacan, retoma el carácter intrusivo de la
palabra y en una de esas inversiones magistrales a las que nos tiene
acostumbrados, comenta “Es lo que el paciente formula por sí mismo, y que
parece totalmente sensato en el orden de una articulación que se puede llamar
lacaniana ¿cómo no sentimos todos nosotros que las palabras de las que
dependemos nos son impuestas? Es en lo
que aquel que se llama un enfermo va algunas veces más lejos que el que
llamamos un hombre normal. La cuestión es por qué el hombre llamado normal no
percibe que la palabra es un parásito, una imposición, es la forma de cáncer de
la que el ser humano está afligido.” Podemos decir que el enfermo asistía al
discurso del Otro, pero bajo una forma directa, sin el apaciguante
desconocimiento de la inversión que nos hace creer que hablamos, cuando somos
hablados.
Sin embargo
aunque Lacan evoca al paciente de esa presentación de enfermos, el Señor
Primeau, y lo relaciona con el manejo del lenguaje de Joyce, está claro para
cualquiera las diferencias entre la imposición de palabra en uno y otro. Joyce
parece haber tenido la sospecha de que el lenguaje era parasitario, era
impuesto, de lo cual testimonia su escritura, crecientemente, hasta el límite
de lo posible. Pero consiguió también con su voluntad de ciframiento,
utilizando toda clase de recursos, hacer de
su texto un modo de liberarse del parásito de la palabra, aunque para
ello haya llevado su escritura hasta los límites de lo legible. Joyce introduce
el escrito como “noparaleer”, dice Lacan.
Es interesante,
en este sentido, contrastar la entrega por parte de Joyce a la descomposición
del lenguaje, que alcanza incluso a la pérdida de la identidad fonatoria, con
la lucha que comunican ciertos psicóticos por mantenerse apegados a la unicidad
del enunciado. El esfuerzo de un paciente paranoico por mantenerse en la letra
de lo dicho, por ejemplo, le hacía casi imposible la relación social si había
más de un interlocutor. La equivocidad aumentaba si el tono era de broma,
porque ya no podía asegurar la coincidencia entre el enunciado y la enunciación.
Es lo que le ocurre al Sr. Primeau. Su lucha contra el sentimiento de la
imposición del lenguaje lo lleva a la desesperación.
Y es esta una
diferencia fundamental en cuanto a la posición de Joyce y la de la psicosis con
referencia al lenguaje. Son numerosos los estudiosos de la obra de Joyce que
han subrayado la búsqueda consciente - lo llaman su técnica, incluso, su
poética como la denomina Umberto Eco - de esta casi disolución del inglés.
Luchar contra el
infierno de los infiernos
Así, el propio
Joyce se presenta como un desabonado voluntario, diligente y consciente de
serlo. En Stephen hero, Joyce hace decir a Stephen que “Estaba decidido
a luchar con todas las fuerza del alma y del cuerpo contra todo lo posible de
consignar en lo que ahora consideraba el infierno de los infiernos -la región,
expresado de otro modo - en la que todo resulta obvio.”
La evidencia,
ligada al sentido común, de la que resulta que todos pensemos un poco igual,
que todos repitamos el mismo disqueours, dice Lacan jugando con la homofonía de
que en el discurso común se oiga siempre el mismo disco. El joven Stephen -Joyce
emprende su carrera de escritor con la intención de rechazar lo que es
evidente, lo que indica consenso o acuerdo. Y es esta una posición radical de
odio e incluso de asco a todas las convenciones que lo llevó a mantener un tono
constante de irreverencia y burla hacia las más diversas creencias e
instituciones. Pero la afirmación antes citada de Stephen hero surge
precisamente en un pasaje en el que Joyce está hablando del tesoro de las
palabras y del lenguaje, y en el que nos transmite su sorpresa hipnotizada por
las conversaciones más banales. Leyendo estas páginas, puede observarse que le
hipnotizan porque da a las palabras un valor que trasciende lo dicho en el contexto
común.
Luchar contra la evidencia, tal es su
consigna de artista, a situar del mismo lado que lo que él llama las epifanías.
Esas epifanías, que tanto han dado que hablar -sobre todo en nuestra comunidad,
utilizadas casi como prueba de psicosis.
Se construyen en Joyce de un modo muy simple: toma una frase escuchada y la
extrae de lo que habitualmente se llama su contexto y que le proporciona un
sentido, que es un sentido banal. Aparece claramente que se trata de una
técnica que va del dos, el dos necesario en la escritura mínima para definir un
contexto , es decir S1 -S2 hacia el uno solo aislado. Joyce para construir sus
epifanías rompe el contexto de sentido y extrae ese objeto, lo aísla como S1.
Ese fragmento de discurso así aislado empieza a revelar algo, más o menos
inefable. Las epifanías no dejan de evocarnos algo próximo a ciertos fenómenos
elementales de la psicosis: por ejemplo las frases interrumpidas de Schreber.
Aunque aquí no se trata de fenómenos elementales sino de una técnica literaria.
El hecho de que lo imaginario permanezca ausente, que el sentido se ponga en suspenso
en las epifanías es sostenido por Joyce con una teoría estética: las relaciona
con la “claritas”, la tercera cualidad de lo bello según Santo Tomás de Aquino,
lo que permite que la cosa se revele en su esencia, en su quididad.
Pero aunque las
epifanías muestran la carencia en cuanto a la significación, la ruptura con lo
imaginario no se ha consumado. Lo imaginario - al igual que en el episodio del
castigo tomado por Lacan para hablar de la particular relación de Joyce con su
cuerpo, “no pide sino marcharse”- pero sin embargo algo lo retiene. Por otra
parte de su carácter enigmático se deposita para Joyce una significación: su
vocación de artista.
Otro estudioso
de la obra de Joyce responsable de la introducción a la edición bilingüe de
Anna Livia Plurabelle, el profesor Francisco García Tortosa, nos habla del modo
de “construcción” de su texto por parte de Joyce. El capítulo 8 de la Parte I,
pasó por 17 fases o versiones diferentes, suponiendo cada una de ellas la
revisión, por ampliación de la anterior. “La primera está escrita en lo que se
podría llamar estilo tradicional y relata la conversación de dos lavanderas que
mientras lavan ropa en el río, sacan los trapos sucios de Anna Livia y de su
marido Earwicker. El diálogo se desarrolla en una lengua marcadamente
coloquial, en la que las únicas irregularidades vienen dadas por el idiolecto
de las protagonistas y por su incultura. La estructura esencial de este primer
texto permanece inalterada en las versiones siguientes. Lo que sucede es que
Joyce va añadiendo cientos de ramificaciones a la idea original. En fases
sucesivas construye sobre la trivialidad de una anécdota un microcosmos de la
mujer, el fluir y el devenir de la vida.”
En la página 84
y 85 de esta introducción García Tortosa ejemplifica cómo se va tornando el
texto más y más complejo. Así la distancia entre las lavanderas se agranda de
tal modo que apenas consiguen oírse, la explicación inmediata podría estar en
que el río Liffey se ensancha considerablemente en su desembocadura, o que la
transformación que sobre ellas se cierne comienza a entumecer sus sentidos. “Cae la noche y estas dos mujeres parece que
se convierten en árbol y piedra o, al menos, que comparten la insensibilidad
del reino mineral y la vida inconsciente del vegetal. La mutación de las
lavanderas, aparte de incluirlas en la rotación cíclica de Vico, las introduce
en un complicado círculo de símbolos y alusiones. El árbol y la piedra representan
uno de los temas más repetidos en Finnegans
Wake, ya que su sentido final es el de vida y muerte, aunque las ramificaciones
a las que da lugar alcanzan formas laberínticas.”
(…)
“Lo que interesa resaltar no es tanto el lado
erudito de las distintas revisiones de “Anna Livia”, sino cómo se va
enriqueciendo la idea original, por medio de la acumulación de referencias y
relaciones, hasta que encuentra su lugar en el gran mosaico de la obra. Al cargarse
de complejidad, el estilo se va oscureciendo con el fin de adaptar el contenido
a la forma.”
El ejemplo
típico que ilustra el modo de trabajo de Joyce se encuentra en la inclusión de
nombres de ríos en este capítulo. El río donde las mujeres lavan es el Liffey,
que atraviesa Dublín pero si Earwicker es todos los hombres y Anna Livia todas
las mujeres, el río Liffey tendrá que representar a todos los ríos del mundo.
Aunque es evidente que Joyce desde el primer borrador tenía en cuenta el principio
de universalidad, las formas que ese principio podía tomar eran casi infinitas.
Incluir nombres de ríos era una posibilidad y lo cierto es que el capítulo tuvo
que pasar por ocho revisiones antes de que su autor se decidiera por esta
opción. “Había sido publicado en dos
revistas y fue en la tercera cuando el episodio comienza a llenarse de nombres
de ríos”.
“Cientos de ríos discurren por el texto. Creo
que se mueve”, le escribía Joyce a Harriet Weaver, en octubre de 1927.
En una nota de
su crítica al Ulises, Jung (“Ulises” un monólogo - publicado en Estudios Psicoanalíticos
2) afirma “Esto que en los dementes es
involuntario, es en Joyce intención artística preconcebida, mediante la cual la
riqueza y el profundo sentido grotesco del pensamiento onírico llega a las
superficies sensibles, con exclusión de la fonction du réel, es decir, de la adecuada conciencia. De aquí
la preponderancia de los automatismos espiritual e idiomático y el completo
descuido de comunicabilidad y de sentido correspondiente.”
Y añade en otra
página de su crítica “Incluso para el
profano sería fácil advertir la analogía entre el estado mental de la
esquizofrenia y el Ulises. (…) si bien cabría resaltar que falta un indicio característico
de los enfermos mentales: la estereotipia. (…) La exposición es lógica y
fluida, todo se mueve, no hay nada rígido. El conjunto es arrastrado por un río
subterráneo y vivo que muestra una tendencia
a la unidad y una elección rigurosa: signo inequívoco de que existe una
voluntad personal unitaria y una intención que se dirige a su meta.Las
funciones espirituales no se manifiestan espontáneas o sin elección, sino
sometidas a un severo control.”
Podría citar más
extensamente o a más autores en apoyo de la afirmación que estoy considerando
de que la interrogación de Lacan sobre la locura de Joyce es verdadera y no
retórica. Incluso podría citar a Lacan mismo, cuando refiriéndose a la cuestión
de la relación de Joyce con la palabra suscita la duda de si la disolución del
lenguaje en Joyce constituía una manera de dejarse invadir por las propiedades
esencialmente fonéticas de las palabras, por su polifonía o más bien era un modo
de liberarse del parásito de la palabra. Y me importa mucho señalarlo porque a
lo largo de los años esta pregunta se ha ido olvidando en beneficio de una
decantación hacia el diagnóstico de psicosis, sin más.
Si sostenemos
que Joyce consigue con su arte y al darse un nombre construir un sinthome que
le permite mantener unidos los tres registros ¿Podemos sin embargo ver en su
modo de escribir la huella de lo que su escritura busca dominar? Así lo creo y
por eso la relación con Lucía y la enfermedad de Lucía cobran nueva luz, son un
revelador de lo que en Joyce está presente aunque regulado por su esfuerzo
creador.
Clarividencia de
Lucía
Un rasgo fundamental lo constituye la
indudable esquizofrenia de Lucía y la dificultad de Joyce para aceptarla.
Durante mucho tiempo creyó -como ya he dicho que su hija era “un ser fantástico” veía en ella “la maravilla natural”, con su propio lenguaje
privado. “Yo lo entiendo”, decía respecto de ese lenguaje, “o al menos la mayor parte”. Además
existía una fuerte identificación con Lucía. Le confesó de manera muy
conmovedora a Mercanton “A veces me digo
a mí mismo que cuando salga por fin de esta noche oscura (la escritura del
Finnegans wake) ella también se curará”.
Francisco G.
Tortosa refiriéndose a este aspecto de la relación de padre e hija escribió que
Joyce hacía suya la enfermedad de Lucía y se identificaba con ella. Cuando Jung
quiso mostrarle los rasgos esquizofrénicos de una de las cartas de Lucía, Joyce
rebatió cada una de las aseveraciones diciéndole que las contradicciones y distorsiones
en el lenguaje de Lucía no eran sino el reflejo de las que el mismo empleaba en
Finnegans Wake. Eran además, en su opinión, una muestra de la profunda intuición
sobre los mecanismos y juegos de la lengua. Joyce creía que Lucía había heredado
su genialidad y que ese era el motivo de su comportamiento peculiar.
Antes me referí
al excelente trabajo de José M. Alvarez y a la finura de su análisis acerca de
la creencia de Joyce en la clarividencia de Lucía.
Por ejemplo,
considera hasta qué punto este rasgo que Joyce atribuye a su hija entronca con
el nombre elegido para ella, Lucía “la
que porta la luz” y también el nombre de la santa protectora de los ciegos
y los que tienen problemas de la vista. Joyce padeció durante muchos años de
los ojos y tuvo que sufrir muchas operaciones de la vista. Por su parte, Lucía
padeció delirios de observación. En particular creía que Joyce la vigilaba.
Cuando un amigo de los Joyce viajó a Francia para comunicarle la muerte de su
padre, Lucía le dijo exasperada “¿Qué
hace bajo tierra espiándonos a todos? Que salga de una vez”.
Para J.M.
Alvarez “si hay algo verdaderamente loco
en Joyce es su convicción respecto de la clarividencia de su hija.”
Es mi opinión
que frente a este síntoma todos los señalados por los biógrafos e incluso
nuestro esfuerzo por leer más psicoanalíticamente los datos de su biografía
palidecen. Este tiene una contundencia y un rigor analítico propio.
Me voy a permitir recordarles que en la
lección en la que Lacan analiza esta creencia o convicción de Joyce evoca al
paciente de la presentación de enfermos del viernes anterior. Ya lo he mencionado
cuando me referí a la imposición de palabras que Lacan considera que sufrían
ambos. Pero creo que a Lacan le interesa especialmente este caso porque este
enfermo en su agravamiento se convierte, según sus propias palabras en telépata
emisor.
Me parece que
según la psiquiatría podríamos definir este proceso como fenómenos de transparencia.
Pero lo que importa es la “prolongación” en el mismo paciente del síntoma de
las palabras impuestas y la telepatía.
No voy a entrar
en la complejidad de los antecedentes que podemos encontrar en la enseñanza de
Lacan desde sus mismos inicios respecto de la idea de transmisión de la
psicosis, pero quiero señalar que es un problema que lo preocupó constantemente.
Así por ejemplo en la constatación que anota en su tesis de que la eclosión del
delirio y el encierro en el aislamiento de la madre de su paciente Aimée,
ocurrió justamente tras los sucesos psiquiátricos en los que se vio involucrada
su hija. De igual manera, en el ejemplo princeps del texto “De una cuestión preliminar a todo
tratamiento posible de la psicosis”, conocido en nuestra comunidad como el
de la injuria “marrana”, están también
en juego una pareja de madre e hija. En el célebre análisis del crimen de las
hermanas Papin, también en el comienzo de su andadura, vuelve a interrogarse
sobre la posibilidad de que se tratara de una folie à deux. En todo caso y más
allá de las discusiones acerca de si se trataba de verdadera transmisión de la
enfermedad o de mera covariación del delirio, Lacan afirma en su tesis que “no puede dejar de impresionarnos la
frecuencia de los delirios a dúo que reúnen a madre e hija o a padre e hijo”.
¿Podemos añadir que también entre padre e hija? Sostiene en el mismo texto, la
tesis, que esos delirios “aún esperan su explicación”.
En la
consideración de la creencia de Joyce en la clarividencia de Lucía me parece
que Lacan da un paso más al hablar de “prolongación”,
y que como he dicho antes por eso le interesa hablar del Sr. Primeau para quien
la telepatía es la “continuación” de
su síntoma de las palabras impuestas. Pero ¿cómo entender de un modo preciso y
riguroso la prolongación del síntoma de Joyce en su hija? No está muy claro. ¿En
qué consiste la prolongación?
Es por lo que he
buscado una respuesta posible en una distinción que Lacan nos ofrece en RSI,
con otros propósitos, para ver si nos ayuda a afinar o concretar cómo entender
esta noción. Me refiero a su consideración de la creencia. En este texto retoma
en relación a la definición que está buscando de una mujer síntoma de un hombre
la diferencia respecto de la creencia cuando se trata de la psicosis.
A partir de la
cuestión de la repetición del síntoma, Lacan propone - y permitidme que os cuente
en esta ocasión detalladamente cómo lo hace para ver si consigo transmitir una
diferencia que es crucial para el tema - que lo que se repite en el síntoma es
la interrogación sobre la no relación, que esa búsqueda de que la relación
sexual exista hace que una mujer sea en la vida de un hombre algo en lo que él
cree. Cree que hay una -y añade algunas veces dos o tres - pero lo interesante
es que él no puede creer más que en una.
En francés
existe una diferencia entre dos expresiones “croire à” y “croire y"
o “Y croire”. La primera es creer en
… como cuando decimos creer en los reyes magos, mientras que “Y croire” se refiere a creer en alguien
en tanto sujeto, es decir que puede decir algo que sea verdad o mentira. La
fragilidad de este “y croire"
lleva a que -para tapar, velar que la relación sexual no existe, que lo que una
mujer dice, al igual que un síntoma, necesita ser descifrado, se le crea. De la misma manera como se cree en
las voces, el psicótico cree lo que le dicen.
Me voy a permitir citar ampliamente lo que
dice Lacan porque es un punto difícil y a la vez fundamental. Afirma que “Creerle a una mujer es un estado extendido,
a Dios gracias, porque eso nos proporciona compañía, ya no estamos solos. Es
por lo que el amor es precioso, raramente realizado, sólo dura un tiempo, como
todos sabemos, y de esta fractura del muro lo que nos suele quedar es un
chichón en la frente.”
El problema es
que creer que hay una puede a menudo llevar a creer que hay “la”, “La mujer”,
lo que constituye una creencia falsa. En la Conferencia sobre el síntoma, en
Ginebra, Lacan dice “Hay mujeres, pero La mujer es un sueño del hombre”
Es la misma
diferencia que está presente en la cura analítica. Cuando alguien viene a
vernos con su síntoma, cree en él. Si nos pide nuestra ayuda es porque cree que
el síntoma es capaz de decir algo que es necesario descifrar. Lacan lo llamó
sujetosupuestosaber y constituye la dimensión simbólica de la transferencia,
necesaria para que haya apertura del inconsciente. Este proceso es posible si
hay división del sujeto, es decir si el sujeto admite que la significación se
le escapa y consiente en pedirle a otro, el analista, un saber que existe en su
inconsciente, el del sujeto. En la psicosis la dificultad radica en que quien
sabe, quien tiene la certeza, es el propio sujeto, precisamente porque las
voces se lo dicen.
Volvamos con esta diferencia a Joyce y a
la creencia en la clarividencia de su hija. Cree que ella sabe, que puede saber
lo que les pasa a otros, o lo que les va a pasar de manera extrasensorial. De
un modo semejante a cómo cree el loco a sus voces.
En la relación con Lucía, Joyce muestra
ausencia de división y hace existir la relación sexual, lo que ella dice no
requiere interpretación, no hay enigma en sus palabras, ella sabe y él le cree.
Miriam Chorne
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