Como siempre, para mí esta tertulia es una fiesta que
nunca se repite y que produce lo contrario de lo siniestro. Y porque tengo
cierta querencia por una parte de mi trabajo, observo que los niños, en este
cuento, aparecen como figuras casi de adorno. Voy a tomar un párrafo del cuento
en el que los niños jugaban con muñecos y carritos de madera en un rincón del
cuarto:
“Estaban pálidos
y parecían cansados. Verdaderamente, creo que habría que preocuparse de ellos.
Tengo que advertir a la familia de las posibles consecuencias que este esfuerzo
tan poco normal puede causar en
el ánimo infantil. Aunque cierta disciplina no hace ningún daño, me parece que
en este caso se ha exagerado la nota”.
Pensaba en esa “cierta disciplina” y en hacer de los
niños un elemento casi decorativo. Este cuento me evocó una película de Bergman,
El huevo de la serpiente, y algunas
escenas de esa película, una para mí particularmente impactante. El huevo de la serpiente es una película
sobre los albores del nazismo, y la llamó así porque el huevo de la serpiente
es transparente y se puede ver en él, en el embrión, lo que va a ser el reptil
adulto. Y en la escena a la que me refiero, los niños están siendo reclutados
para ser futuros SS. Cantan con sus angelicales voces, cada vez más enfervorizados,
cada vez más alto, hasta que son una sola voz. Es lo que planteaba Luis Seguí
en su intervención, la responsabilidad siempre es individual, pero de lo que se
trataba allí era de borrar a cada niño para que fueran el niño ario que se
necesitaba. Y para ello era preciso cierta disciplina, algo de lo que el
gobierno alemán y las empresas alemanas siguen haciendo alarde. Todos hemos
visto y escuchado las propagandas recientes de Lufthansa, Mercedes Benz,
haciendo alusión a la precisión alemana.
El cuento me parece
extraordinario y premonitorio ahora que, de nuevo, periodísticamente está de
moda Irak. Cuando digo periodísticamente está de moda, precisar que hay muchos
conflictos terriblemente sangrientos, pero sólo se enumeran los que interesan periodísticamente.
Cuando comenzó la guerra de Irak, en el entonces Ateneo Freudiano que compartía
con algunos compañeros que están aquí, volvimos a leer ¿Por qué la guerra? y Consideraciones
sobre la guerra y la muerte. Parecía que Freud estaba anunciando, cada vez,
lo que cada día después iba ocurriendo respecto de la guerra de Irak. Este
cuento, en ese punto, me parece como los textos freudianos.
En el momento actual vemos
imperar cierta disciplina. En nuestra sociedad vemos la disciplina de voto a la
que aluden los partidos, que se siguen diciendo republicanos, la disciplina que
exige la Unión Europea, la disciplina fiscal, todas las disciplinas que ignoran
por completo los efectos devastadores que esto tiene sobre cada uno de los
sujetos, sobre los pueblos, y el sufrimiento que esto supone.
Tenemos, entonces, la
cuestión de la disciplina y de los niños. Los niños son el futuro, pero están
presos de un mecanismo que se repite y del que parece que ilusoriamente
participan. Me refiero a todos nuestros pequeños gadgets con este poder machacar al compañero que tienen al lado
mientras juegan, virtualmente, a un juego humanitario.
Respecto del
comentario acerca de las mujeres, al personaje de Mila no lo pondría sólo de
lado de las mujeres, sino en la posición de aquellos sujetos que ejercen una
tiranía absoluta sobre los demás valiéndose de la enarbolación de su
sufrimiento. Me recuerda, por ejemplo, cuando muchas de las anoréxicas exhiben
ante el otro su hueso, su apariencia cadavérica, imponiéndole una inmovilidad
absoluta por el horror. Y es lo que decía Rosa López en su intervención, acerca
de esa voluntad inquebrantable. Es algo que quebranta a todos los demás, pero
sabe lo que quiere y lo consigue.
Por otro lado, y por
último, decir que cuando detrás de la máscara hay otra máscara, lo único que
puede aparecer es el horror. En ese juego, que parece el de la Ninoska porque
dentro de una muñeca hay otra, no se tata solamente los papeles que cada uno
representaba, sino que había actores representando esos papeles. Me parece que
el cuento es tan rico, que tiene infinidad de vertientes, por ejemplo, la
explotación de estos actores.
Pero quiero recalcar
que los niños son los personajes a quienes menos atención se les prestaba. Solo
uno de los familiares tenía que estar siempre, era el único de verdad, los
demás eran actores. Sin embargo, a los niños se les obligaba siempre a estar
allí. He visto muchos documentales acerca de la guerra y sobre los personajes
nazis. Allí salen los hijos de los jerarcas nazis, y esos hijos también iban a
ser inmolados. Así como se barrió a los niños no arios, también sus propios
hijos, fuera de ese mundo de cartón que querían puro, fueron sacrificados sin
ningún miramiento. Todo eso me causa el horror de esa implacabilidad del
mecanismo que funciona como la máquina de Kafka, que escribía sobre el cuerpo
del sujeto indiferente a la subjetividad.
Graciela Kasanetz
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