El cuento No sólo en Navidad fue leído por Heinrich
Böll en una reunión del Grupo 47 en noviembre de 1952. Böll formó parte de este
movimiento literario alemán que se propuso escribir sobre la problemática
situación de la posguerra. Por ello este cuento tiene la urgencia de una
intervención sobre la realidad presente. De ahí quizás el empuje, incluso el
forzamiento de obligar a ver, que el texto explicita. Con ello voy a comenzar.
El narrador de No sólo en Navidad mira, o más bien,
espía dos veces por una rendija el interior de la casa de su tío. Se trata
primero de la rendija de la cerradura, después, de la rendija de una cortina. Lleva
hasta ese extremo su curiosidad y, con ello, nos hace naturalmente sus cómplices.
Sucede al principio, cuando es sorprendido, al acercarse a la casa de su tío, por
unos cánticos navideños fuera de época, avanzado el mes de marzo del 47. Y se
repite al final del relato, cuando se acerca a observar la estampa última en la
que culmina la deriva loca de la familia. El primer descubrimiento fue hasta
divertido, el último es, sin embargo, pavoroso. A través de la mirada ha irrumpido
lo grotesco y nos confiesa no poder soportarlo. De alguna manera él es nuestros
ojos. Conviene, pues, detenerse primero en el hábil lugar en el que el autor
coloca al narrador.
El diálogo
inevitable que como lectores establecemos con los cuentos nos lleva a producir
interpretaciones. Finalmente uno acaba priorizando ésta o aquélla. No creo que
se trate de elección, más bien sería un reconocimiento o una construcción que
trata de mitigar, nombrando o evitando, la afectación producida. El cuento No sólo en Navidad no presenta
inicialmente grandes dificultades. Creo que, en sus líneas generales, será
fácil que coincidamos, pero casi me parece más interesante mostrar el camino
que nos lleva a tal o cual interpretación. En mi caso, creo que me dejé guiar
por el particular y reiterado uso de lítotes, de atenuaciones destinadas a
intensificar y focalizar nuestra atención, en general mediante el uso de dobles
negaciones implícitas. Pensé en ponerlas en serie para ver si respondían a la
misma lógica. Entremos un poco en el detalle. Con las tres primeras será
suficiente. La primera aparece en la segunda frase del texto, el narrador va a
calificar los síntomas de decadencia,
y nos confiesa no atreverse a emplear aún
la palabra “desastre”. Además, ese “aún” juega también su papel al abrir
una brecha temporal que desdobla la referencia al desastre. Retomaré la
temporalidad más adelante. De momento, fijémonos en el núcleo del uso de este tropo,
en ese no me atrevo a emplear,
primera negación, que precede a la palabra cuya negatividad es sólo implícita,
“desastre”. ¿Qué consigue? ¿Qué muestra? Escoge la figura literaria que muestra
el velo, apuntando así a la verdad. Y lo consigue precisamente porque respeta
la naturaleza de ésta, de la verdad, su carácter necesariamente velado, cuya
búsqueda provoca un movimiento de vaivén, un juego de des-ocultamiento que no
puede terminar de ejecutarse, que no alcanza una meta. Otorga así a la palabra
“desastre” una consistencia especial, única.
Más adelante, vuelve
con el mismo procedimiento una segunda vez, cuando nos dice no querer fastidiar al imaginado lector con
la descripción de determinadas cosas poco
agradables, refiriéndose a la guerra. Se ve guiado, en este juego de
ocultación que des-oculta, por un decoro que ha sido, no obstante, puesto bajo
la lupa causal del horror de los acontecimientos. Así, leíamos ya en el primer
párrafo: “El moho de la destrucción ha anidado
bajo la tan espesa como dura costra del decoro…” Concluimos del uso de esta
segunda lítotes (no quiero fastidiar…)
que el camino por el que opta el autor, Böll, es el de molestar: es preciso
fastidiar y saltarse a la torera la costra del decoro, es preciso molestar a
esta sociedad que pretende olvidar su pasado, la guerra. Y un poco más adelante
veremos confirmada esta interpretación cuando insiste que tendrá que callar la
intensidad de los bombardeos para evitar
el peligro de hacerse antipático, añadiendo, con fino humor, que sólo
advierte del aumento de su frecuencia. Misma maniobra literaria destinada, una
vez más, a situar ahí el foco de atención. Hay algo que no se permite decir,
que se quiere ocultar, y esto trae consecuencias. ¿Será una de estas la
repetición de los horrores? ¿Tratará Böll de colocarnos frente a una sociedad
que continúa las funestas dinámicas del pasado más reciente?
Podríamos hacer
una primera lectura del cuento que apuntaría a mostrarnos el irónico retrato de
una familia tradicional, y claramente por extensión, de una sociedad, que se
niega a reconocer el reciente desastre de la guerra. Este desastre negado
adquiere precisamente su peso por ser negado, una negación encaminada a velar
la responsabilidad en lo acontecido. Entonces la palabra desastre puede dar el salto temporal, –en el texto mismo,
recordemos el uso de aquel “aún”–, y referirse a la metamorfosis producida en
la familia, metamorfosis que somos obligados a presenciar, precisamente por
haber apartado la vista de aquel desastre inicial. Se trata, pues, de desvelar
el desastre inicial a partir del desastre final. Es en este trastocado tiempo
segundo en el que vivimos, un tiempo cuya marca remite a un pasado. Tenemos,
entonces, un desastre actual bajo la forma de una mueca, de una deformidad, del
siniestro efecto de irrealidad de una familia sumida en un interminable
ceremonial, cuyos protagonistas terminan siendo sustituidos por dobles. Una
familia, o una sociedad, que no ha asumido su pasado, provocando una deriva que
altera el marco mismo de la temporalidad.
Veamos qué vía
de expresión toma en el texto. El desencadenamiento de los acontecimientos se
produce cuando la tía se niega a prescindir del velo con el que ella tapa toda
realidad. Digamos que convierte la excepción y lo que esta representa, en
norma, en un continuum, en una
repetición sin salida. Árbol de navidad, tintineo de los doce enanitos, ángel
susurrando “paz, paz”, cántico navideño. Ceremonia en bucle, mundo sin falta
donde sólo podrán vivir los definitivamente tarados, los que se creen su papel,
ella y el anciano párroco. Del “sólo en Navidad” hemos pasado al “no sólo en
Navidad”; de la excepción del goce, al goce como ley. Sí, no se trata solamente
de no querer ver, se trata del ejercicio continuado, como señala el primo
Franz, de un abuso. La tía ejerce obstinadamente este abuso, para ella es
preciso someter a todos a este juego. Al menos a “los nuestros”, dado que en
los márgenes siempre puede quedar esa marginalidad que compacta el grupo. Como
veíamos, una vez más, el autor apunta a la responsabilidad de aquellos que se
someten.
No voy a
extenderme sobre las derivas de los personajes. Sobre su situación inicial ya
insinúa el autor lo suficiente cuando dice no querer exponer aquí los pecados
políticos de sus parientes. Abiertamente, su nazismo. Tampoco me detendré en
los pecados económicos. Sí me gustaría, en cambio, apuntar algo sobre la figura
del colaborador necesario. No olvidemos que Böll no deja a la tía sola, otra
figura tan fuera como ella del devenir de la historia la acompaña. El católico
escritor no se olvida de dar así un zarpazo al colaboracionismo de la jerarquía
católica. ¿Cómo interpretarlo? Es posible que Böll quisiera retomar la combativa
actitud de Franz, el boxeador incomprendido; algo de ello se entrevé al inicio
del texto, se trata de cómo aunar piedad y lucha, un asunto a repensar,
anticipando polémicos posicionamientos de Böll en el futuro. Al contrario que
Franz, el escritor optará por negarse a colgar los guantes. No obstante el
interés de estos temas, lo que finalmente más me atrapó fue el aspecto
literario, la manera de mostrar la deriva, sobre todo el papel que juega en el
relato el perfeccionamiento de los mecanismos.
Antes de
mostrarla me gustaría decir algo sobre la fecha elegida, ese punto de fractura
de la historia y de la temporalidad misma, producido justo el día de la
Candelaria. La fiesta de la Candelaria conmemora originariamente en el
calendario cristiano la Presentación de Jesús en el Templo. Esta fecha, el 2 de
febrero, pone fin al período navideño, transcurridos 40 días del nacimiento de
Jesús. Para lo que nos ocupa, quizás no sería erróneo pensar que esta fecha supone
un modo de entrada en sociedad, algo que pone un límite claro a la, hasta
entonces, exclusividad del vínculo familiar del recién nacido. El 2 de febrero
marca un cambio de época, anunciando un renacer futuro. Constituye el fin de la
excepcionalidad y es por ello el día del arrebato de la tía. Enemiga de toda
diferencia, de toda novedad, ella se niega a salir del letargo navideño. Quizás
no resulte sorprendente que esta fecha fuera la elegida para el curioso ritual
del día de la marmota, costumbre al parecer originariamente ligada a granjeros
alemanes, popularizada tras su emigración a Norteamérica. También puede no ser del
todo casual que la deriva de la familia, que es un verdadero trastocamiento en
el orden de la temporalidad provocado por la no asunción de algo traumático, se
produzca de una manera que recuerda a la conocida película Atrapado en el tiempo.
Retomo ahora el
aspecto más puramente literario de esta deriva. No sólo en Navidad es un cuento de Navidad transformado en cuento
de terror siguiendo los conocidos pasos de Hoffmann, sobre todo en dos aspectos
esenciales. Ambos articulan una pregunta sobre lo vivo, ¿qué da vida a lo vivo?,
pero se percibe que hay algo más, un excedente que desborda esta pregunta.
Tenemos primero lo referente a los extraños mecanismos que animan los adornos
navideños, mecanismos que les dan esa extraña vida. Algo que atrapa al
observador, capturando su mirada, haciéndola objeto y devolviéndola como tal
desde la escena. Y tenemos también, todo un despliegue de la figura del doble, en
forma de sustitutos, que se va apoderando, poco a poco, de toda la estampa
familiar. Ambos referentes de Hoffmann se articulan en este relato de una
manera harto singular, donde la figura del doble es introducida siguiendo paso
a paso el perfeccionamiento de un modelo mecánico. Hay, en el camino hacia el
simulacro, un juego de ensayo y error, de progreso en el vaciamiento de la
vida, que culmina en la introducción de las figuras de cera que sustituyen a
los niños. La pavorosa metamorfosis ha concluido. No se puede olvidar que se
trata de una nación, la alemana, que presume de ser sistemática en la
ordenación y realización del trabajo. El tío Franz es buen ejemplo de ello. Naturalmente,
es el éxito del mecanismo lo que termina provocando el horror, el sentimiento
de lo siniestro, de lo unheimlich,
especialmente al conservarse inmodificado el personaje que representa la
negación por excelencia, la tía Milla. Personaje cuya felicidad depende,
justamente, de evitar el surgimiento de lo diferente. Ella encarna a la perfección
el “lo mismo”. Nada nuevo debe acontecer. La repetición de la mentirosa estampa
navideña, cuyo emblema máximo será la cantinela tecnológicamente milagrosa que
vela el horror, “paz, paz”, ha de sonar sin interrupción. No obstante, ese
“nada nuevo debe acontecer” no hace sino provocar los monstruosos retornos que
eclipsan nuestro presente.
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