El cuento que hoy nos ocupa me trajo a la
memoria uno de Cortázar, titulado La salud de los enfermos, que
tiene una semejanza con el de Heinrich Böll en cuanto a la complicidad
familiar. Muere un hijo, y el conjunto de la familia se pone de acuerdo para no
contar la verdad a la madre, manteniendo una ficción que dura mucho tiempo, de
tal manera que vemos como ese esfuerzo por mantener la farsa va llevando a una
suerte de catástrofe familiar.
Respecto al
relato No solo en navidad, me limitaré a señalar algunos puntos que
considero interesantes sobre la manera en que Böll construye su
mensaje, y nos lo hace llegar a través de frases tan
"inocentes".
Hay una frase escrita
algo más adelante de la que señaló Zacarías. Él destacó el significante “desastre”.
A mí me impactó una frase que tiene una potencia muy evocadora:
“Parece que
hubiese sido fácil evitar que ocurriera la catástrofe”.
Es decir, de la
palabra “desastre” pasamos a la “catástrofe”, que ya es un paso
más. Y una línea después dice:
“Deberíamos
habernos dado cuenta de que había algo que no marchaba bien”.
Lo interesante es
cómo va añadiendo ciertos significantes a estas frases que, evidentemente,
podrían aplicarse a muchas cosas distintas. En psicoanálisis existe lo que
llamamos un significante amo, es decir, un término, una palabra, que en el
discurso (abierto a la multiplicidad de sentidos), en algún momento permite
revelar un sentido oculto. Después de las dos frases que acabo de
mencionar, aparece es palabra terrible, que los alemanes extrajeron de su
tradición poética y que la retorcieron hasta convertirla en el significante
mayor del espíritu de esa época. Me refiero a la palabra “patria”:
“El adorno del
árbol de Navidad, debilidad inofensiva aunque curiosa, está muy extendida en
nuestra patria”.
Al presentarse estas
tres frases de entrada, me parece que el autor señala una dirección unívoca en
cuanto a la lectura. “Patria”, en la lengua alemana se dice Heimat,
que literalmente significa algo así como “el sitio del hogar”. Y en la
palabra Heimat está, justamente, el hogar, lo íntimo, y deriva
en un adjetivo que es "heimlich", que quiere decir lo cálido, lo
propio, lo que nos envuelve en lo conocido. Y, por supuesto, esa misma
raíz Heim, que en definitiva es el Home inglés, la
encontramos en el adjetivo "unheimlich", que significa
"siniestro". No voy a abundar en esto porque Luis Seguí lo señaló muy
bien en su intervención. Freud, en su ensayo Lo siniestro, mostró
una forma singular de revelación de algo íntimo que debería haber permanecido
oculto. Y precisamente, desde esta perspectiva, que no excluye otras lecturas
posibles, podemos encarar el relato como la transformación de algo íntimo y
familiar en una manifestación de lo siniestro.
Hay una ironía
finísima con la que Böll marca el relato, ustedes lo han señalado, pero voy a
avanzar un poco más en la frase:
“Aunque corro el
riesgo de hacerme antipático, tengo que mencionar un hecho, y mi única defensa
es su evidencia. Durante los años 1939 y 1945 estuvimos en guerra”.
Y ahora quiero
señalar la frase que realmente me ha impactado por la finura y la manera de
construir el texto. Dice:
“En la guerra se
canta, se pegan tiros, se habla, se lucha, se pasa hambre y se muere, y se
echan bombas. En fin, pasan cosas poco agradables con cuya relación no quiero
fastidiar a quienes las vivieron”.
Tomo esto como un
ejemplo de la manera en que trabaja el escritor y la estrategia literaria que
emplea. En lugar de tomar el cuento en su totalidad, tomo ejemplos para señalar
por qué este autor no es un autor más, sino un verdadero genio. Es
interesante que diga que “En la guerra se canta, se pegan tiros, se habla,
se lucha, se pasa hambre y se muere”. Fíjense con qué sencillez se hace un
repaso de lo que es una guerra. Pero lo interesante es que cuando uno piensa en
la guerra, lo primero que se le viene a la cabeza son los tiros. Pero él
empieza por decir que en la guerra “se canta”. Una estrategia
extraordinaria que muestra, verdaderamente, la increíble profundidad metafísica
de este autor. Porque los tiros no surgen de manera espontánea, no brotan de la
nada, sino que necesitan de un discurso que los argumente, que los fundamente y
justifique. Los tiros no son la expresión de una barbarie, de un odio y una
furia primitiva, sino que proceden del canto. Y eso es lo que el cuento
recuerda con una insistencia intencional: el canto es la quintaesencia de lo
más sublime del alma alemana. Sabemos que para Freud, entre lo sublime y lo
execrable hay una barrera tan delgada que uno no se puede asombrar de que la
fraternidad encierre, al mismo tiempo, una invocación a la maldad más
abyecta.
Comparto la visión de
que la tía encarna el espíritu ciego de toda una nación. No sólo no quiere
saber nada, sino que representa el no saber en su pureza más absoluta. Dice en
una frase:
“Se hizo todo lo
posible para que no se viera el cruel espectáculo de la destrucción”
Voy a tomar otro
ejemplo de cómo Böll construye su ironía. Dice:
“Mi tía Mila
empezó de nuevo con la historia del árbol de Navidad. Esto era inofensivo.
Incluso la terquedad con que se empeñó que todo fuera como antes, sólo hizo que
sonriéramos”
Esta exhortación a “que
todo fuera como antes”, es una manera extraordinariamente satírica, diría
muy sutil y desapercibida, que el autor introduce para nombrar la
ideología de la tragedia, de la ideología alemana, que era la ideología del
retorno, del regreso a la esencia, uno de los ingredientes fundamentales de ese
caldo de podredumbre que millones de seres bebieron con una avidez fanática.
Por supuesto, tenemos otro ingrediente indispensable, el de la complicidad,
sobre todo la complicidad familiar. Hay una primera fase de duda, pero luego
todos acaban por consentir. Esa Navidad de pesadilla no habría sido posible sin
una complicidad, y el concurso de una serie de elementos que forman un
engranaje perfecto, ese rasgo sobresaliente del espíritu alemán que es la
eficiencia.
Voy a evocar ahora la
página donde vemos cómo todo esto se va organizando y
"profesionalizando", como lo dice el propio autor:
“Mi primo
Johannes, que es un hombre lleno de iniciativas y que tiene excelentes
relaciones en todos los ambientes comerciales, descubrió la sociedad Suderbaum,
que se dedica al negocio de la de árboles de Navidad, una actividad muy
remuneradora, y que gracias a los nervios de mis parientes ha obtenido grandes
beneficios. Pasado medio año se concertó un contrato con la compañía Suderbaum
con un descuento importante, y se comprometió a hacer que su experto en abetos,
el doctor Alfast, estudiara exactamente el caso para que tres días antes de que
el abeto viejo resultara inservible, llegara el nuevo y pudiera estar preparado
a tiempo. Además, se guardaba en la bodega una provisión de dos docenas de
enanos y tres ángeles. Una cuestión que aún no se ha resuelto es el problema de
los dulces”.
Me parece una
condensación extraordinaria de lo que llegó a ser la monstruosa maquinaria que
hoy resurge con formas más elegantes. Por supuesto, todo eso al servicio de una
causa suprema, hacer que todo aquello parezca "normal", que es la
palabra más utilizada por la mayoría de los alemanes. Tras el fin de la guerra
se les entrevistó y se les interrogó acerca de lo sucedido, y las respuestas
revelaron dos cosas fundamentales. La primera, que el noventa por ciento decía
“no sabíamos”, y la segunda, es el modo en que todo aquello acabó por
introyectarse como normal.
Podría
extenderme en muchos otros ejemplos, pero les voy a traer un pequeño regalo que
quiero leer, un regalo del propio Heinrich Böll. Me refiero a la carta que le
escribió al párroco Von Meyenn, director de la Central Radiofónica de la
Iglesia. Von Meyenn le había reprochado que el relato No solo en
Navidad era una crítica fría, despiadada, poco constructiva y
desconectada de la realidad del ser humano. Y es así como Böll le
responde:
Carta
abierta al párroco Von Meyenn (1953)*
Estimado
señor párroco Von Meyenn
Permítame
agradecerle en primer lugar su amable crítica, escrita desde una profunda
preocupación por mi cuento No sólo en
Navidad (editado por “studio Frankfurt” de la Frrankfurter Verlagsanstalt)
y publicada en el Servicio de Prensa Evangélica (edp) en forma de una carta
abierta dirigida a mí.
Usted
escribe primero que yo sucumbí a la tentación de olvidar la realidad del ser
humano en aras de una verdad abstracta; pocas líneas después, empero, prosigue:
“Usted ha escrito una mordaz sátira a la época contemporánea dentro de los
límites de una crítica responsable a nuestra cultura. Estaba usted en su
derecho. Y también la forma elegida era legítima. En consecuencia, usted no
sólo estaba en su derecho, sino que también tenía toda la razón.”
Le
ruego que me perdone, pero creo ver aquí una contradicción. En el fondo usted
dice que mi sátira es satírica, abstracta; me concede el derecho de escribirla,
pero objeta a la vez que—según las leyes de la sátira—es abstracta. Ahora bien,
su objeción de que he olvidado “la realidad del ser humano en aras de una
verdad abstracta” se adentra en el campo filosófico y teológico; y pese a que
no soy filósofo ni teólogo, sino un escritor para quien el arte no lo es todo,
creo que en filosofía y teología es necesario elucidar las cosas en lo
abstracto antes de evaluarlas “en aras de la realidad del ser humano”. Y como
escritor, reivindico para mí el derecho de decir las cosas desde un punto de
vista abstracto, al igual que deseo que los pintores, escultores y compositores
sigan conservando el derecho de decir las cosas de forma abstracta.
Como
escritor debo ofrecer, en la medida de lo posible, la verdad abstracta en una
forma pura; no puedo darme por satisfecho con productos mezclados. A mi juicio,
una verdad es una verdad, válida tanto en los seminarios como para todos
aquellos que tienen oídos para oír.
Desde
luego, para mí no se trataba de describir el caso clínico de la “tía Mila”, ni
de difamar el mensaje cristiano de la Navidad; al contrario: Mi propósito era
dilucidar ese insoportable bullicio que gira en torno de la Navidad, opuesto a
cualquier sentimiento humano y sólo existente en función del lucro. Con el
sentimiento alemán se pueden hacer excelentes negocios; y quien se pasea por
las calles de una gran ciudad en la época del adviento, realmente puede llegar
a sentir angustia: Recomendaría poner sobre la boca de esos angelitos que
ofrecen zapatos, jabón y chocolate una pancarta con las palabras del gran
cristiano que fue Chesterton: “la publicidad es el pordiosero de los ricos.
Comprad tal y tal cosa quiere decir: dadme más dinero, dadme mucho más dinero
de lo que tengo” ¡Imagínese, señor párroco, un adviento sin publicidad! De
hecho, sería como la aparición de la paz en las calles de nuestras ciudades.
Por
otra parte, debo expresar mi más decidida oposición a todo cuanto usted escribe
sobre el cumpleaños de Stalin y los alemanes en la zona oriental. Y me opongo
con mayor decisión cuanto que percibo en toda su carta un sentimiento de
sinceridad y de seria preocupación. En efecto, siento angustia cuando leo “que
el árbol de Navidad alemana con sus canciones navideñas” es al otro lado un
asunto de vida o muerte y que, por consiguiente, resulta sospechoso, si no
arriesgado, escribir una sátira contra las costumbres navideñas alemanas. Casi
todos los alemanes que vienen del otro lado huyendo de la inhumanidad reinante
consideran extraordinaria la libertad en la República Federal, pero muchos se
encuentran también aterrorizados ante la asquerosa prosperidad que reina aquí.
Siento angustia cuando oigo o leo las palabras “el sentimiento alemán” pues no
puedo dejar de imaginarme a aquel hombre sensible que amaba a sus hijos, les
regalaba chocolate y era capar de experimentar compasión por los animales que
sufren, pero a quien todo ese sentimiento no le impedía cumplir con su deber en
un campo de concentración, de una forma incondicional y con esa brutalidad que
tan cercana estaba a su sensibilidad; un deber que consistía en asesinar a
seres humanos porque así lo ordenaba la ley. Sin duda, estimado señor párroco,
es usted consciente de estos peligros cuyo fundamento es el parentesco entre el
sentimentalismo y la brutalidad, pues ambas son formas de manifestación del
corazón sensiblero. Y para volver a los alemanes de la zona oriental, le puede
asegurar lo siguiente (incluso estoy dispuesto a darle nombres: poco antes de
Navidad vinieron a visitarme dos refugiados del otro lado a quienes regalé
–sabiendo muy bien lo que hacía—mi cuento No
sólo en Navidad, como obsequio de despedida; algunos días más tarde recibí
de ellos una carta en la que me confesaban, por un lado, la fuete impresión que
les había producido el cuento; y me señalaban, a la vez, que su familia no
había cantado la canción Noche de paz desde 1945. Este hecho extraordinario, el
hecho de que, precisamente al otro lado, una familia no haya cantado esta
canción desde 1945 me fortaleció, justo cuando comenzaba a sentir temor ante la
emisión de la radio NWDR, prevista para fin de año.
El
coraje de los señores del la NWDR al permitir la lectura de este cuento el 30
de diciembre me pareció francamente admirable. No sé si yo mismo –el
escritor—hubiera tenido el coraje de hacerlo, pero no creo que pueda ser
perjudicial conmocionar un poco esa autosuficiencia restaurada de nuestra
Alemania Occidental
Atentamente,
su Heinrich Böll
* Heinrich Böll: "Más allá de la literatura". Editorial Bruguera, Barcelona, 1986
* Heinrich Böll: "Más allá de la literatura". Editorial Bruguera, Barcelona, 1986
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