Este cuento de Heinrich Böll, como otros del mismo
autor, me remiten a Thomas Mann, otro autor alemán con una vida familiar muy
trágica. No me refiero solamente al Thomas Mann de La montaña mágica, probablemente lo más conocido de él y, también, un
texto de encierro, claustrofóbico. La
montaña mágica es, efectivamente, una metáfora del mundo encerrado en esa
montaña. Me refiero a otro texto, Los Buddenbrook, escrito antes de la Segunda Guerra
Mundial y que nos narra la historia de la decadencia de una familia. De alguna
manera, lo que Thomas Mann escribe es la demolición interna de esa familia.
Böll lo traslada a la inmediata posguerra.
Zacarías, en la apertura de esta tertulia, ha citado a
Hoffman. Efectivamente, en ese texto de Freud se cita a Hoffman, en dos cuentos
que son un ejemplo de lo siniestro, El
hombre de la arena y Los elixires del
diablo, en donde están presentes el fenómeno del doble y, muy especialmente,
la compulsión a la repetición.
En No solo en
navidad de Heinrich Böll se hace una reiterada apelación a la paz, y esta también
es una compulsión a la repetición así como una negación. En psicoanálisis se
sabe que en la negación está implícito lo reprimido. Creo que Böll ha tenido la
extraordinaria agudeza de no mencionar los peores fantasmas del nacional
socialismo, el Holocausto, el asesinato masivo, la sumisión del conjunto del
pueblo alemán al nacionalsocialismo. Esta sumisión es lo que se ha dado en
llamar responsabilidad colectiva del pueblo alemán. Yo no estoy de acuerdo en
la definición de responsabilidad colectiva, creo que no hay una responsabilidad
colectiva porque no hay una subjetividad colectiva, creo que hay una
responsabilidad individual. Independientemente de esto, creo que hay una
complicidad colectiva, la hubo en el concepto de la historia alemana a partir
de 1933 cuando el nacional socialismo llega al poder, hasta después de acabar
la guerra.
Hay que recordar que en Alemania, no solamente por una
política de los aliados, vencedores de la Guerra, lo que se llamó desnazificación
fue una pura fachada. Porque una cosa es el proceso de Nuremberg, y otra la
enorme cantidad de funcionarios, jueces, burócratas, policías, que habían
servido durante el nacionalsocialismo y que continuaron sirviendo al nuevo “estado
democrático alemán”. Porque los aliados necesitaban de esos personajes para
sostener ese estado en funcionamiento y, fundamentalmente, para que sirvieran
de contención a la Unión Soviética.
Sostengo entonces que en este cuento está presente,
con o sin mencionarlo, todo esto que estoy comentando. Cosas que no se
mencionan si no es a través de la ironía del autor. Hay cosas de las que no se
puede hablar. Böll no le pone nombre a la guerra, al Holocausto, a la
complicidad, sin embargo, todos estos elementos están presentes en el texto,
por eso termina siendo verdaderamente amargo.
Como decía, está presente la compulsión a la
repetición, el aspecto terrorífico y siniestro del doble y el silencio impuesto
y auto impuesto, justamente en la estúpida convicción de que al no mencionar
los horrores estos han dejado de existir. Porque, efectivamente, en todos los
personajes está lo que los griegos llamaban kakon,
es decir, la parte maligna que llevamos dentro y que, afortunadamente, no todos
sacamos. Por eso Platón decía que la diferencia entre los buenos y los malos
radica en que los buenos se limitan a imaginar lo que los malos llevan a la
práctica. El kakon, esa parte maligna,
era uno de los argumentos por los cuales Freud decía que era imposible amar a
los demás como a uno mismo. Y es algo que está presente en el cuento.
Luis Seguí
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