Sobre este impresionante cuento de Heinrich Böll leí
comentarios que hacían referencia a las carcajadas que suscita. No cabe duda de
que la situación y la historia tienen su vertiente jocosa a la que uno no se
puede sustraer. Pero, conociendo al autor, no creo que debamos demorarnos
demasiado en su comicidad, sino decantarnos por la potencia de la locura que
contiene, pues es mucha la tristeza que puede encerrar tanta risa. Yo diría que,
si nos paramos a pensar, la carcajada se nos puede quedar congelada.
No solo en
navidad parece un relato marcado por
el desastre, el sufrimiento, la tragedia y la quiebra emocional y moral relacionada
con aquello que los alemanes no pueden olvidar, y que la humanidad no debiera
olvidar: la devastación que causó la Segunda Guerra Mundial. La tía Milla
parece defenderse del olvido y de la disolución de un ideal humano de bondad y paz.
Desde la locura, desde la repetición extenuante, evoca un ritual de paz y
hermandad que, si alguna vez tuvo sentido, si alguna vez pareció cargado de
humanidad, ahora se muestra vacío, escenificado en un teatro de títeres que
repiten doblemente, y maquinalmente, la palabra paz: “Paz, paz”.
¿Qué puede significar el uso insistente y extemporáneo de un ceremonial religioso como la Navidad para ilustrar la caída de un linaje? Hay que decir que ya no se trata de la Navidad, sino de una repetición por fuera de la conmemoración religiosa. Al respecto, dice Böll en una carta a su novia fechada el 17-Junio-1941:
“Cualquier
monotonía, si no es litúrgica o sacramental, es asesina, mata la fantasía:
porque se necesita tanta fuerza para defenderse de ella, que a la fantasía no
le queda ninguna fuerza para ejercitarse; tan sólo se puede custodiarla y
esperar que no muera del todo... A veces me siento completamente desesperanzado
ante esta eterna uniformidad… A veces me siento desconsolado y desesperanzado
delante de esta montaña inmensa de monotonía, de eterna y terrible uniformidad”
¿No consuena esta reflexión de Böll con el cuento que
nos ocupa? ¿No se están defendiendo todos los familiares de la tía Milla de una
monotonía, ya no litúrgica o sacramental, sino asesina? ¿No quedó muerta para
siempre la fantasía de un mundo pacífico, escrita en la ficción navideña?
¿Puede volverse a ejercer esa ficción navideña de paz y hermandad, o tiene el
mismo valor, después de lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial? Tristemente, ¿no
es más verdadera la desesperanza, el escepticismo acerca de la bondad de lo
humano, que la posición de aquellos pobres inocentes, como la tía Milla, que siguen
ejerciendo esos ideales y, por supuesto, que la posición de tantos otros que no
quieren saber nada del mal que anida en lo humano y que tuercen la mirada para
no ver?
Creo que No solo
en Navidad es una parábola cargada con una mordacidad que apunta hacia aquellos
que encarnan el mal, hacia la devastación que ese mal produce y hacia el
intento de borrar, con el olvido, la historia de esa devastación. Y somos
guiados hacia esos lugares, velados en el cuento, a través de unas frases que
están escritas en el comienzo del relato. Porque esas frases, plagadas de
disculpas e ironía, en realidad están mostrando la irritación de alguien que no
puede quitar los ojos del desastre que produjo la guerra:
“Corro el riesgo
de hacerme antipático”, “quiero evitar
el peligro de hacerme antipático”, “tengo
que mencionar un hecho… mi única defensa
es su evidencia”, “cosas poco
agradables… no quiero fastidiar a quienes las vivieron”, “las recuerdo porque la guerra influyó en la
historia que voy a contar” “la
bandera de peligro me impide hablar de otras víctimas” (P. 2) Y termino con
una frase final en la que habla de su pensamiento “estamos encarcelados por la vida”.
Estas frases señalan el empeño decidido de Heinrich
Böll por contar la Historia. Escriben el tesón de una posición ética. Dice que
corre el riesgo de hacerse antipático, al respecto podríamos preguntarnos: ¿qué
riesgo puede haber en contar una locura bastante convencional como la de la tía
Milla? Sólo puedo concretar un riesgo si pienso la historia como una parábola acerca
de algo más comprometido. En realidad, toda esa “antipatía”, ese “correr
riesgos”, ese “fastidiar”, harían
alusión a la denominación peyorativa de “escritura
de los escombros” vertida por “las
máquinas de opinión” contra aquellos escritores, entre los que se
encontraba Heinrich Böll, que contaban los desastres producidos por la Gran
Guerra.
“Los primeros ensayos
literarios hechos por nuestra generación a partir de 1945 han sido calificados
como literatura de los escombros, intentando de ese modo descalificarla. No nos
hemos defendido contra esa denominación porque era la correcta: efectivamente,
los seres humanos acerca de los cuales escribíamos, vivían entre escombros,
salían de la guerra, hombres y mujeres heridos en la misma medida, los niños
también”. (Heinrich Böll. Profesión de fe en la literatura de los escombros,
1952)
Böll dice que sí, que su literatura es la de los
escombros que dejó la guerra. Y la familia de la tía Milla escenifica un cuento
sobre los escombros. Escombro es, por ejemplo, la maquinal e irónica “paz, paz” pronunciada doblemente por el
títere colocado en el arbolito de Navidad. Escombros son los sátiros y obscenos
actores escenificando una impostura de lo humano. Escombros son esos dulces duros
o diluidos hechos para la fantasía, no para la monotonía. Escombro es la
diáspora familiar provocada por la ruptura de los lazos simbólicos fundamentales.
Esos son los escombros de la guerra.
En su artículo ¿Somos
culpables?, expresa Böll el contraste entre la posición ética de la Literatura de los escombros y la de
aquellos aliados de la pulsión de muerte que lanzan ese improperio, esa
afrenta, esa nominación peyorativa. Dice allí Heinrich Böll:
“No confiemos en la paz: las máquinas forjadoras de opinión están ahí, todavía ofrecen sólo cosas inocentes, fraguan prejuicios que es verdad que
se agotan en lo comercial pero ya se graban en nuestro cerebro. Se necesita una
fuerza tremenda para resguardar el pensamiento y la capacidad de recordar
frente al poder de estas máquinas de
opinión. Podría llegar un día en que no fuera más políticamente oportuno
dar a los crímenes del pasado el nombre que les corresponde: recién entonces
podremos demostrar cuánto significa para nosotros la libertad”.
También podemos pensar el cuento como disolución de
las ficciones que construye la humanidad. Vemos que los rituales humanos, y
hasta los delirios, son ficciones que cumplen la función de anclaje y construcción
de lazos sociales. Las “máquinas de
opinión”, tantas veces representantes del mal, diluyen esas ficciones
destapando el agujero del abismo para dar pábulo al absolutismo de la pulsión
de muerte, o para propiciar el olvido de la historia.
“Estamos
encarcelados por la vida” dice en el final del cuento. Quizá la locura en
que vive la familia de la tía Milla simbolice la condena de los humanos,
representando al Sísifo que ha de cargar con la culpa correspondiente a no haber
sabido conservar la palabra, no haber sabido conservar la ficción, no haber
entendido su fragilidad y la de los rituales con los que construimos el mundo para
sostenernos dignamente en la existencia. Y, por supuesto, carga con las
consecuencias de que no entendamos el mal que anida en lo humano.
Si ya en los momentos inmediatamente posteriores a la Gran
Guerra, las máquinas forjadoras de opinión denominaban a Heinrich Böll como uno
de los paradigmas de la Literatura de los
escombros, eso quiere decir que la pulsión de muerte no duerme ni siquiera en
los momentos inmediatos a la tragedia. Si no hacemos caso a eso, efectivamente,
estamos encarcelados, o lo que es lo mismo, condenados a repetir la historia y
convertirnos en escombros.
Me estremezco sólo de pensar los lugares de
intersección que este cuento me sugiere en relación con el mundo actual. En
verdad, la carcajada se me congela.
Miguel Ángel Alonso
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