Alberto, el apasionado
Alberto y yo no
tuvimos una relación de contarnos intimidades, pero compartimos muchos años de
nuestras vidas, lo que hizo surgir entre nosotros un gran cariño.
Lo conocí antes
de que él comenzara sus estudios universitarios, cuando yo era compañera de su
hermano mayor en la consulta de la que más adelante formó parte.
Hemos compartido
acontecimientos personales de nuestras vidas, unos alegres, otros más tristes,
y he podido ser testigo de cómo él se fue convirtiendo en un psicoanalista con
un deseo muy decidido y también de cómo se fue gestando esta tertulia.
Recuerdo
especialmente el día en que me contó cómo le había surgido el nombre:
Liter-a-tulia y que iba a patentarlo, animado por sus compañeros en este
proyecto. Recuerdo verlo leyendo los textos que iban a ser comentados y su
creciente entusiasmo por las lecturas. A partir de ahí ya no dudé qué regalarle
por su cumpleaños: un buen libro.
Fue llevando
adelante este gran producto de su vida, acompañado de Gustavo y Miguel, sus
grandes amigos y colegas.
Desde esos
comienzos, hasta la última intervención que hizo en público en el curso de
verano Lengüajes, organizado por Sergio Larriera, Alberto mostraba la pasión y
el entusiasmo por una lectura de un texto. Vino en esa ocasión, a pesar de
estar ya muy cansado, a compartir con
nosotros su nueva lectura de uno de los
relatos que había trabajado anteriormente en Liter-a-tulia, Los muertos, de James Joyce. Y este es
el texto que he elegido para mi intervención.
En su comentario,
Alberto nos habla del efecto “mágico” de haber leído nuevamente este relato y
hacer en esta ocasión una lectura diferente, como si se tratara de otro texto y
él fuera otro lector.
Y nos dice:
“Cuando el peso de la vida hace desaparecer todo rastro de pasión, de deseo, en
el sujeto, entonces es posible que esta magia a la que aludo no se produzca y
nos encontramos con estos sujetos que son lineales, que son así y serán así
hasta el final de sus días… son sujetos que están vivos, pero también un poco
muertos”, haciendo alusión al protagonista del relato, Gabriel.
La lectura que
hace Alberto del texto de Joyce está salpicada de la pasión por la vida que nos
ha transmitido nuestro amigo hasta sus últimos días.
Como lo hace
también al reproducir en su escrito el poema del andaluz Juan Peña, inspirado
en el relato joyceano:
Pese
a la enfermedad, la desgracia, el cansancio
Llevar
en la mirada una pasión,
Que
la vida nos duela
Que
sea frágil y hermosa, como una nieve oscura
Cayéndote
en los ojos
Y, por último,
quisiera reproducir otra de las frases que me impactó de esta nueva lectura que
hizo Alberto de Los muertos: “Mejor pasar audaz al otro mundo en el apogeo
de una pasión, que marchitarse consumido funestamente por la vida”.
Carmen
Bermúdez
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