lunes, 28 de septiembre de 2015

Homenaje a Alberto Estévez. Intervención de Miriam Chorne

Cuando recibí la invitación para participar en este homenaje en memoria de Alberto, pensé inmediatamente que mi situación sería seguramente similar a la de muchos de los que están hoy aquí. Lo quería mucho sin conocerlo íntimamente y he lamentado mucho su pérdida, lo he echado mucho de menos, he extrañado su voz. Se hacía querer. Yo lo había invitado a compartir desde el Comité de redacción de la revista Cuadernos de Psicoanálisis la responsabilidad de esa publicación y siempre lo sentí cercano, a pesar de que su enfermedad le permitió apenas estar presente en nuestras reuniones.

Por eso he apreciado el envío del Libro de Alberto Estévez y he estado en numerosas ocasiones leyendo sus textos. Me llamó la atención que tras el primer texto, su comentario sobre Chesil Beach, un libro que amo particularmente, el segundo se refería a la experiencia de la muerte de un ser querido. Hablo de su interpretación de Un hombre en la oscuridad , de Paul Auster. No estuve en la reunión en que habló de ese libro pero leer el comentario de Alberto me dio ganas de leerlo. Como la lectura de muchos otros de sus comentarios. Lo haré seguramente.

Su resumen de Un hombre en la oscuridad dice: “Un septuagenario, enfrentado a la oscuridad obsidiana de su habitación a lo largo de toda una noche de insomnio. Cree haber encontrado una solución para no recordar a su amada esposa, fallecida poco tiempo atrás: consiste en contarse historias que él mismo inventa, darles una continuidad, esa es la solución. Una pequeña historia que consiga alejar los fantasmas.”  Y añadía que “hablar de solución parece poco apropiado cuando se trata de los efectos que la muerte o la dimensión de la pérdida tienen sobre nosotros.” Es extraño leer lo que decía sobre los efectos de la muerte o la dimensión de la pérdida hoy.

No sé si podemos hablar de solución, y sin embargo es verdad que frente al agujero en lo real que representa la muerte de un ser querido, movilizamos, aunque nunca es bastante, todo el arsenal simbólico e imaginario a nuestra disposición. Lacan lo dice bellamente refiriéndose al duelo por Ofelia de Laertes, su hermano y también al de Hamlet. “El trabajo de duelo se presenta ante todo como una satisfacción dada al desorden que se produce en virtud de la insuficiencia de todos los elementos significantes para afrontar el agujero creado en la existencia.”

Y añade en una comparación fulgurante que el duelo es una pérdida verdadera, intolerable para el ser humano. “La relación que está en juego es la inversa de la que promuevo ante ustedes bajo el nombre de forclusión cuando les digo que lo que es rechazado en lo simbólico reaparece en lo real.” En ese agujero en lo real producido por la muerte de alguien muy querido vienen a pulular las imágenes que conciernen a los fenómenos del duelo. En el caso de Hamlet añade Lacan, aparece en el primer plano de la tragedia, esa imagen que puede sobrecoger el alma de todos, el fantasma del padre. En nuestra experiencia más común es la sensación de haber visto a lo lejos en la calle a quien hemos perdido. O la idea de contarle algo a alguien, que ya no está. Eso me ha ocurrido viendo en la calle un hombre joven, elegante y que al apresurar el paso, y alcanzarlo, no era Alberto.

A fin de cuentas,” añade Lacan  “¿a qué están destinados los ritos funerarios? A satisfacer la memoria del muerto ¿Y qué son estos ritos sino la intervención total, masiva, desde el infierno hasta el cielo de todo el juego simbólico?”

Hay muchos hallazgos extraordinarios en los escritos de Alberto que nos han enviado y lamento mucho que la falta de tiempo no nos permita compartir algunos. Pero tal vez lo que más agradecí fue reencontrar su voz, volverlo a oír abriendo nuestras tertulias con esa enunciación fuerte, asertiva y sugerente.

No puedo extenderme mucho más pero permitidme que os recomiende algunos de los textos que más me gustaron Tierras de Poniente de J. M. Coetzee; Bartleby, el escribiente de H. Melville; Miss Dorothy Phillips, mi esposa de H. Quiroga; Indignación de P. Roth; y Al sur de la frontera al oeste del sol de H. Murakami.

En todos ellos es un privilegio compartir las reflexiones de Alberto. Reflexiones de una coherencia que nos revela la lógica del libro comentado. ¿No se descubre acaso en su descripción de Indignación la estructura misma del Hamlet? Ese mandato inconsciente del padre -condensado en el temor obsesivo de la muerte del hijo- obedecido también de manera inconsciente hasta culminar en la transformación de los designios del padre en el destino del hijo, su marcha como fusilero a Corea donde finalmente muere. El encuentro con la mujer Olivia, que hasta en su nombre evoca a Ofelia, y que termina como el objeto degradado que no se puede amar. Su huída a lo largo de la obra para terminar reconociendo “yo era mi padre, me había convertido en él”.  En otros casos como en el comentario del libro de Murakami, añade una sensibilidad que destaca la sensibilidad del autor. Subraya en su amor por la música el modo singular de composición de la obra: “Es como una línea de contrabajo a la parte rítmica de la canción, acompaña y sostiene, y si no estuviera la echaríamos de menos.” 

Miriam Chorne

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