Cuando recibí la
invitación para participar en este homenaje en memoria de Alberto, pensé
inmediatamente que mi situación sería seguramente similar a la de muchos de los
que están hoy aquí. Lo quería mucho sin conocerlo íntimamente y he lamentado
mucho su pérdida, lo he echado mucho de menos, he extrañado su voz. Se hacía querer.
Yo lo había invitado a compartir desde el Comité de redacción de la revista Cuadernos
de Psicoanálisis la responsabilidad de esa publicación y siempre lo sentí cercano,
a pesar de que su enfermedad le permitió apenas estar presente en nuestras reuniones.
Por eso he
apreciado el envío del Libro de Alberto Estévez y he estado en numerosas
ocasiones leyendo sus textos. Me llamó la atención que tras el primer texto, su
comentario sobre Chesil Beach, un libro que amo particularmente, el
segundo se refería a la experiencia de la muerte de un ser querido. Hablo de su
interpretación de Un hombre en la oscuridad , de Paul Auster. No estuve
en la reunión en que habló de ese libro pero leer el comentario de Alberto me
dio ganas de leerlo. Como la lectura de muchos otros de sus comentarios. Lo
haré seguramente.
Su resumen de Un
hombre en la oscuridad dice: “Un
septuagenario, enfrentado a la oscuridad obsidiana de su habitación a lo largo
de toda una noche de insomnio. Cree haber encontrado una solución para no
recordar a su amada esposa, fallecida poco tiempo atrás: consiste en contarse
historias que él mismo inventa, darles una continuidad, esa es la solución. Una
pequeña historia que consiga alejar los fantasmas.” Y añadía que “hablar de solución parece poco apropiado cuando se trata de los efectos
que la muerte o la dimensión de la pérdida tienen sobre nosotros.” Es extraño
leer lo que decía sobre los efectos de la muerte o la dimensión de la pérdida
hoy.
No sé si podemos
hablar de solución, y sin embargo es verdad que frente al agujero en lo real
que representa la muerte de un ser querido, movilizamos, aunque nunca es
bastante, todo el arsenal simbólico e imaginario a nuestra disposición. Lacan
lo dice bellamente refiriéndose al duelo por Ofelia de Laertes, su hermano y
también al de Hamlet. “El trabajo de duelo se presenta ante todo como una
satisfacción dada al desorden que se produce en virtud de la insuficiencia de
todos los elementos significantes para afrontar el agujero creado en la
existencia.”
Y añade en una
comparación fulgurante que el duelo es una pérdida verdadera, intolerable para
el ser humano. “La relación que está en juego es la inversa de la que promuevo
ante ustedes bajo el nombre de forclusión cuando les digo que lo que es
rechazado en lo simbólico reaparece en lo real.” En ese agujero en lo real
producido por la muerte de alguien muy querido vienen a pulular las imágenes
que conciernen a los fenómenos del duelo. En el caso de Hamlet añade Lacan,
aparece en el primer plano de la tragedia, esa imagen que puede sobrecoger el
alma de todos, el fantasma del padre. En nuestra experiencia más común es la
sensación de haber visto a lo lejos en la calle a quien hemos perdido. O la
idea de contarle algo a alguien, que ya no está. Eso me ha ocurrido viendo en
la calle un hombre joven, elegante y que al apresurar el paso, y alcanzarlo, no
era Alberto.
“A fin de cuentas,” añade Lacan “¿a qué están destinados los ritos
funerarios? A satisfacer la memoria del muerto ¿Y qué son estos ritos sino la
intervención total, masiva, desde el infierno hasta el cielo de todo el juego
simbólico?”
Hay muchos
hallazgos extraordinarios en los escritos de Alberto que nos han enviado y
lamento mucho que la falta de tiempo no nos permita compartir algunos. Pero tal
vez lo que más agradecí fue reencontrar su voz, volverlo a oír abriendo
nuestras tertulias con esa enunciación fuerte, asertiva y sugerente.
No puedo
extenderme mucho más pero permitidme que os recomiende algunos de los textos
que más me gustaron Tierras de Poniente de J. M. Coetzee; Bartleby,
el escribiente de H. Melville; Miss Dorothy Phillips, mi esposa de
H. Quiroga; Indignación de P. Roth; y Al sur de la frontera al oeste
del sol de H. Murakami.
En todos ellos
es un privilegio compartir las reflexiones de Alberto. Reflexiones de una
coherencia que nos revela la lógica del libro comentado. ¿No se descubre acaso
en su descripción de Indignación la estructura misma del Hamlet? Ese
mandato inconsciente del padre -condensado en el temor obsesivo de la muerte
del hijo- obedecido también de manera inconsciente hasta culminar en la
transformación de los designios del padre en el destino del hijo, su marcha
como fusilero a Corea donde finalmente muere. El encuentro con la mujer Olivia,
que hasta en su nombre evoca a Ofelia, y que termina como el objeto degradado
que no se puede amar. Su huída a lo largo de la obra para terminar reconociendo
“yo era mi padre, me había convertido en él”.
En otros casos como en el comentario del libro de Murakami, añade una
sensibilidad que destaca la sensibilidad del autor. Subraya en su amor por la
música el modo singular de composición de la obra: “Es como una línea de
contrabajo a la parte rítmica de la canción, acompaña y sostiene, y si no
estuviera la echaríamos de menos.”
Miriam
Chorne
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