A un hombre del deseo
Leer de seguido
todos los textos de Alberto me ha servido para confirmar por una nueva vía, lo
que tuve el privilegio de conocer escuchando sus palabras en el diván. Dude si
debía explicitar aquí y ahora que durante años he sido la analista de Alberto
Estévez, pero me autorice a hacerlo apoyándome en su propio deseo pues sabía
que quiso testimoniar sobre su experiencia como analizante, del mismo modo que
lo hizo como analista.
Su deseo por
conocer la verdad del inconsciente, por asumir la responsabilidad de su vida y
por sostener una respuesta optimista frente a las contingencias más duras, sin
por ello caer en la negación, se sostuvo sin ambages hasta el último día de su
vida, en el que, a pesar de la gravedad de su estado, no canceló su sesión de
análisis. Mi único mérito ha consistido en acompañar su impresionante deseo de
seguir pensándose y quedarme un paso por detrás de sus palabras que con la
enfermedad se habían liberado de las ataduras de esos fantasmas que nos llevan
a sufrir por pequeñas tonterías.
El ser hablante
tiene estas paradojas, enfrentado al amo absoluto que es la muerte, deja de
temer lo que hasta el momento le atormentaba. Alberto avanzó exponencialmente
en su análisis y en el de sus pacientes, a los que me consta atendió hasta unos
días antes de su fallecimiento. Salía muy poco, no tenía fuerza para ver a los
amigos, ni para asistir a Literatulia aunque era su lugar más querido, pero no
cejó en seguir analizando a sus pacientes y a sí mismo.
Era conocedor de
que su enfermedad podía llevarle a la muerte, pero no quiso perder el optimismo
propio de un sujeto deseante. Es con este genuino optimismo, que estando
advertido de lo peor sigue ligado al deseo, con el que me he encontrado leyendo
sus textos. Mencionará algunos fragmentos para demostrarlo (los subrayados son
míos)
En el primer libro
que comentamos Chesil Beach de McEwan, Alberto enfoca
ese punto decisivo en toda vida en el que se cruza la contingencia inesperada
con la respuesta posterior del sujeto.
Leyendo una
entrevista reciente del autor McEwan, este confesaba su obsesión por una
idea: cómo puede cambiar tu vida en un solo momento.
Sabemos que esa
escena por sí sola no tiene la potencia de cambiar una vida, ya que pasado ese
momento, al día siguiente, la siguiente semana, podría haber buscado la fórmula
Me gusta mucho esta
expresión “buscar la fórmula” acuñada por Alberto y
utilizada en varia ocasiones sin que la haya tomado prestada ni de Freud, ni de
Lacan. Solo me evoca el poema de Rimbaud titulado “Vagabundos” en el que habla
de encontrar el lugar y la fórmula, pero estoy segura
que él la extrajo de su propio bien decir. Buscar la fórmula es una bella
manera de hablar de la posición ética de un sujeto frente a lo real de la
existencia, la manera de responder a las contingencias azarosas de la vida,
siendo que Alberto se situaba siempre del lado del deseo.
La carretera de
Comarc Maccarthy
Para terminar,
quizá por seguir en la dinámica de querer provocar, quisiera decir que la
novela me pareció no sólo bella, también optimista. Ya lo pensé de
la de Auster por mucho que repitiera “la vida es decepcionante”,
aquí también lo pienso, hay un elemento que me lo hace ver así: el fuego.
Claramente metafórico de otro elemento, como no, simbólico: el deseo.
¿Dónde está? ¿Es de verdad? Le pregunta el niño. El fuego está en tu
interior, le dice, y será lo que te guíe y el responsable de que tengas buena
suerte y continúes sin peligro.
Más allá de que
eso se cumpla en la novela, creo que la dimensión del deseo que trata de
rescatar el autor es la de “seguir adelante”. ¿No es esa una forma
optimista y positiva de encarar la vida?
“El viaje del
Elefante” de Saramago
Un viaje que
muchos pensamos tiene resonancias de otro viaje, aquel que estando hospitalizado
estuvo a punto de hacer entre esto y aquello, pero no me
gustaría dar la impresión de que el viaje dejó en mí una sensación de
pesimismo, todo lo contrario, aunque no sea aconsejable confiar demasiado en la
naturaleza humana lasfórmulas para poder hacer un buen viaje están
en el libro, el respeto por los sentimientos ajenos es la mejor condición para
una próspera y feliz vida de relaciones y afectos. No debemos olvidar que si
Lázaro resucitó fue porque le hablaron de buenos modos, tan simple
como eso.
Los que conocimos
íntimamente a Alberto sabemos que ejerció siempre el respeto por los
sentimientos ajenos y el arte de hablar de buenos modos
Libro de cuentos
de Jose María Merino
¿Hay esperanza para
el sujeto en un sistema cómo el que recrea la obra? Nosotros ya tenemos una
respuesta, modesta, se llama Liter-a-tulia, un espacio en el que gozamos del
privilegio de darle la palabra al sujeto.
“El baile” de
Irene Nemiroski
Se trata del
deseo. Y este es el paso que como sujeto ha de abordar: desde la posición de
objeto que trata de colmar el deseo de su madre, o como gusta decir a su madre,
ser una buena hija, hasta poder convertirse en el objeto del deseo del varón.
Desde luego que no es poco, pero ese pobre mamá con el que la autora ha
decidido finalizar la obra, nos llena de esperanzas.
“Instrucciones
para salvar el mundo” de Rosa Montero
Una Humanidad
dividida entre los que disfrutan y los desasosegados y tras el recorrido del
relato acompañando a sus protagonistas, y como por ensalmo, la división de la
Humanidad se nos transforma entre los que saben amar y los que no saben.
Ciertamente el papel del amor resulta una clave singular en el devenir de
muchos sujetos; sería muy atrevido adscribirse al grupo de los que saben amar
ignorando lo que alguien cercano pudiera decir a ese respecto, pero de algo no
hay duda: el amor es uno de los ingredientes principales por los que algunos
podemos declararnos dichosos de vivir.
Querido Alberto,
desde aquí afirmo que tú si podías adscribirte al grupo de los que saben amar y
la prueba inequívoca de ello es el amor que supiste provocar en todos
nosotros (muchos), que seguimos llorando tu perdida.
Rosa
López
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