Lo terrible, la ficción y la amistad
Así he decidido
titular mi homenaje a Alberto. ¿Cómo llegué a concluir este título? Explicarlo
será mi manera de celebrar este encuentro dedicado a Alberto.
Acepté con
entusiasmo la propuesta de Miguel y Gustavo de recordar a Alberto. Me gustó la
idea de inspirarnos en los textos que él había escrito a lo largo de estos
años: poner en juego la escritura de Alberto a la hora de recordarlo.
Abro el archivo
con los escritos de Alberto, ¿cómo elegir?, ¿qué palabras podrán guiar mi
personal aportación al homenaje a Alberto? Reviso los títulos de la cantidad de
obras que mi amigo presentó en Literatulia, entre ellos llaman la atención
cinco libros cuya lectura supuso para mí una conmoción: Chesil Beach, El baile, Indignación, Bartebly, y El mapa y el territorio.
Leo los
comentarios que ha hecho Alberto a estos libros. Con algunos amigos me ocurre
que, cuando leo sus escritos, reconozco su estilo y, por momentos, la lectura
de sus textos hace resonar en mi cabeza su voz, la cadencia de su hablar, su
estilo, y las palabras escritas en la pantalla o en el papel me permiten
rememorar de manera vívida la presencia material de la persona ausente. Esto me
ocurre mientras leo y releo las palabras de Alberto. Me produce alegría poder
tenerlo presente así con ayuda de sus escritos.
Me pregunto,
¿qué es lo que hace que estas novelas sean especiales para mí?, ¿por qué me
sobrecogen estos relatos y no otros?, ¿por qué me conmueven estos autores y no
otros? Encuentro un significante que sirve de hilo para hilvanar todos ellos:
“Lo terrible”. Estas obras me estremecen porque en ellas se presenta para mí,
desde distintas perspectivas, “lo terrible”.
Recuerdo que, en
una ocasión, leí o tal vez escuché que en la ficción se busca aquello que da
forma al particular fantasma de cada quien. Se siente placer, se encuentra
satisfacción en las ficciones que sintonizan con el armazón personal fabricado ad hoc por cada uno de nosotros para
protegernos de lo Real. Por eso disfrutamos de la ficción porque sostiene,
alimenta, adorna nuestro fantasma y, en el mejor de los casos, lo trasciende en
una obra de arte, lo transforman en una forma bella y talentosamente ordenada
que nos ayuda a asumir ese hueso duro de la existencia que para mí era nombrado
como “lo terrible”. “Terrible” como la muerte prematura de una amigo apreciado
y valioso como Alberto.
Alberto era para
mí, además de un compañero de Escuela, un amigo. ¿Qué es un amigo? No hablamos
mucho en psicoanálisis de la amistad. Me extraña. La amistad, como la ficción,
es otra manera de tratar “lo terrible”, pero así como la ficción podemos usarla
para que no haga más que redoblar el soliloquio interior que nos arma; el
amigo, por muy cercano que sea, siempre hace de un modo u otro obstáculo a la
repetición de uno mismo. Un amigo es un interlocutor en el más estricto sentido
de la palabra, alguien con el que se pueden compartir pedacitos del mundo
interior y del que se espera que se entremeta en ese mundo para sacarnos de
nuestro ensimismamiento con una interpretación, con un chiste, con un consejo,
con una identificación, con una distracción, con una confidencia, con su
complicidad. Querer estar allí con alguien para eso, eso es para mí la amistad
y con Alberto eso se daba.
Alberto ya no
está aquí en persona, pero por suerte, gracias a la invitación de Miguel y
Gustavo, lo encontraba allí en sus textos para seguir siendo aún mi amigo
interlocutor, obstáculo a la repetición de mí misma.
Así que allí
donde yo veía en Chesil Beach “lo
terrible” que hay para cada uno en hacerse con su sexualidad y poder a partir
de ello encontrarse con una pareja, Alberto me decía: “¡Cómo puede cambiar el
rumbo de una vida en un instante! Se puede buscar una fórmula para alcanzar lo
que se desea”.
Donde yo me
recreaba en las consecuencias “terribles” del odio, del desencuentro entre la
madre y la hija de El baile, Alberto
me decía: “No es fácil transitar la intensidad de las vínculos que unen a
madres e hijas”.
O ponía palabras
al vacío terrible que me procuró la lectura de Bartebly, confiándome que a él le produjo algo cercano al espanto,
que le dejó seco dificultándole más de lo habitual la tarea de enfrentarse a la
página en blanco para hacer la presentación del libro en Literatulia.
También me hacía
poner el énfasis en el peso que la rabia y el orgullo puede tener nuestras decisiones
y sacarme una vez más de mi gusto por “lo terrible” del destino del
protagonista de Indignación.
Y, ¿cómo no alegrarme
de que Alberto me recordase el valor de la creación y de la compañía de los
buenos objetos, allí donde la acerada soledad parece imponerse y separarnos
definitivamente del mundo como le ocurre al protagonista de El mapa y el territorio?
En fin, gracias,
Alberto, por haberme dejado tus palabras escritas. Y gracias, Miguel y Gustavo,
por darme la oportunidad de volver a hablar con mi amigo a través de sus
textos.
Esperanza
Molleda
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