“La gente se muere, ocurre todos los días y
seguirá sucediendo hasta el final de los tiempos”. Pero este peregrino
mundo no cesa de girar.
Con esta
sencilla evidencia, recogida de la boca del protagonista de “Un hombre en la
oscuridad”, abrió Alberto nuestra segunda tertulia, dedicada a Paul Auster.
Y añadía: “Estoy solo en la oscuridad, me cuento
historias que me evitan pensar en cosas que prefiero olvidar. Mis pensamientos derivan
hacia las cosas que no quiero pensar. Invento historias para ahuyentar los
fantasmas que me acechan. Pero, a veces, olvido lo que quiero recordar y
recuerdo lo que prefiero olvidar”.
Y hoy, aunque yo preferiría que no fuera así, nos reunimos
aquí para recordar a Alberto. Yo diría que hoy, nos convoca la figura literaria
de Alberto.
El primer día de
la presentación de este espacio, nuestro compañero nos decía que el proyecto de
Liter-a-tulia vio la luz gracias a un deseo que lo impulsó; el de Gustavo, el
de Miguel Ángel, el suyo. Además, expresaba su confianza en que el saldo fuera
positivo y estuviera pleno de interés. Hoy podemos decir que ese objetivo está
cumplido con creces. Lo que en 2007 comenzó como una idea difusa, se pudo materializar en octubre de 2008 y él
nos habló de su satisfacción por poder presentar este espacio. Un lugar abierto
al privilegio de darle la palabra al sujeto.
Más adelante,
hablando del libro de Irene Nemerosky, nos dijo que la madre de Antoinette no
se atrevió a jugar su propio deseo a la hora de organizar el baile. Contrariamente
a ella, Alberto sí que se lo jugó. Se lo jugaba cada viernes, aquí, con
nosotros.
También nos
habló de la doble vertiente del deseo y de la incertidumbre de las primeras
citas. Y nosotros, tuvimos el honor de dar juntos aquellos primeros pasos. Alberto,
nos contaba mucho de sus sentimientos a lo largo de nuestras citas. Nos
transmitía el sentido que daba a los relatos. Y a mí, eso me gustaba.
En relación a la novela “La carretera” nos habló del par belleza horror, como algo
presente en la vida, y nos decía que, en
su caso, ese frío inhumano que invadía toda la obra también le alcanzaba a él,
dejándole los pies helados mientras leía, porque sentía que cualquiera de
nosotros podría ser el protagonista. Pero, a pesar de las dificultades que surgían en esa
escalofriante novela, Alberto nos dijo que le parecía una narración optimista. Optimista
porque había fuego y ese fuego simbolizaba el deseo. Hablaba del fuego y del
deseo como de algo que está en el interior de cada uno de nosotros y nos guía y
nos ayuda a continuar. A seguir adelante.
Para mí, es
evidente que Alberto siempre sabía
buscar el lado más optimista de cada relato. En otro hito de nuestro camino
viajamos con el elefante del último libro de Saramago. Cuando Saramago estaba
“entre esto y aquello” y en algún momento más próximo de “aquello que de esto” Alberto
concluyó sobre ese viaje que si cada cual hiciera lo que puede, y respetara los
sentimientos ajenos … el mundo sería mejor.
Considero que
Alberto, a su manera, contribuyó a
dejarnos un mundo mejor: el del intercambio de las palabras, el de la escucha
de los otros, el de los encuentros posibles.
Uno de los días
que vino José María Merino, Alberto nos dijo que Lázaro resucitó porque le
hablaron “de buenos modos”. Y aunque Alberto se haya ido y ya no pueda volver, siempre nos quedarán sus “buenos modos” y sus
palabras. Su ausencia evocará una cierta presencia en este espacio que alentó a
nacer y su recuerdo, y el entusiasmo que
le caracterizaba, permanecerá entre nosotros cada vez que nos reunamos.
A mí, el
recorrido con Alberto se me ha hecho muy corto pero me quedo con el buen sabor
de haber sabido aprovecharlo.
Son curiosas las
posibilidades que nos brinda el après coup. Por ejemplo nos permite rememorar
que Alberto, en relación al relato de “Los muertos” de Joyce, subrayó que es “mejor pasar audaz al otro
mundo en el apogeo de una pasión que
marchitarse consumido funestamente por la vida”.
“Pese a la enfermedad, la desgracia, el cansancio
Llevar
en la mirada una pasión,
Que
la vida nos duela,
Que
sea frágil y hermosa, como una nieve oscura
Cayéndote
en los ojos”.
María
Lizcano
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