Yo
no voy a juzgar si Alice Munro merecía el Nobel, porque el cuento es lo único
que leí de ella. Pero creo que quien la comparó con Chéjov le hizo un flaco
favor, pues éste es uno de los más grandes cuentistas que existieron nunca.
Pero es sin duda un mérito muy grande el que tiene este cuento. Hace horas que
estamos hablando de él, y lo hacemos admitiendo que esta es una realidad, que Flora
ha existido, que la narradora nos está contando una historia que le contó su
madre y que la narradora es la escritora, cuando sabemos que es un personaje
más allá de lo que haya tenido que ver con su biografía, es la historia que
está narrando, lo cual quiere decir que tiene un mérito sin duda en ese sentido.
Por
otro lado, está todo en relación con la madre, un diálogo, yo diría, en buena
medida, en torno a la sexualidad. Ella dice en un momento Robert “se lo hizo” a
Ellie, o “se lo hizo” a Atkinson, y ese “se lo hizo” no lo hubieran dicho su
madre ni Flora. Hace entrar ahí aquello de lo que no se puede hablar en ese
universo que describe, que no sé si es cameroniano o no, porque por momentos se
dice que las particularidades de Flora exceden las exigencias de la religión.
De
cualquier manera, hay tres versiones de Flora. La más extensa es la que la
narradora cuenta y que parece ser la versión de la madre, donde Flora es la
mujer que goza en su abnegación, y donde nunca se hace jugar un papel a Robert
en la escena; en la otra escena está su pelea con la madre, donde aparece la Flora
sobre la que ella piensa escribir, y en la que se presenta en otra vertiente,
pues se posiciona en un goce sadomasoquista y, de algún modo, aparece como un
personaje demoníaco; y está finalmente una Flora que tiene que ver con que
pasan años, para la narradora también, y que es una Flora que ella imagina como
una mujer más autónoma, más independiente, que incluso podría hasta tener una
relación con un hombre. Es una Flora que aflora.
Luis
Teskiewicz
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