sábado, 28 de diciembre de 2013

Amistad de Juventud de Alice Munro. Comentario de Miguel Alonso

Tuve muchas dificultades para centrar el relato y encontrar una posición desde donde articular tantas historias de gran calado, la historia de la narradora, su sueño, la historia de la familia de Flora, la historia de la madre, las conjeturas respecto a todas esas historias, etc. Finalmente, consideré que esos cuatro renglones que abren el cuento, en un sentido, eran muy significativos, y decidí situar allí el impulso para mi comentario. Me parece que abren a la multitud de contrasentidos, bien cobijados y resguardados por la estructura del relato. Además, Amistad de juventud, en su desarrollo, se presenta como el despliegue de ese sueño primero. Nada se escribiría de la “misericordiosa” Flora, de su misticismo, de su masoquismo, incluso de su sadismo, ni de la culpa y locura de Ellie, si no fuese evocado por la propia “misericordia” y el “misticismo” de la madre y los efectos de devastación que produjeron sobre nuestra protagonista –la narradora—con toda su carga de culpa. Porque ella es la verdadera protagonista, pues en el relato, lo que se pone en juego es la posición vital de ésta a través de asociaciones relativas a un mundo de creencias, afectos, “santidades” y perversiones que tocaron su vida. Sin embargo, todo aparece descentrado, los afectos aparecen transpuestos desde la escena principal –la relación de la narradora con la madre—a la otra escena, la de la familia de Flora, y los tiempos y espacios son heterogéneos y discontinuos, como siempre ocurre cuando de sueños se trata, lo cual coadyuva a provocar esa confusión que desubica al lector.     

El sueño… era demasiado transparente en su esperanza, demasiado complaciente en su perdón”.

Su esperanza… su perdón”. Como si el sueño no tuviese nada que ver con la narradora, como si esa esperanza y ese perdón viniesen de otro y no se tratase de su propia expectativa de perdón, o como si esa transparencia y esa complacencia fuesen actitudes ajenas cuando, en realidad, es su propio deseo el que se pone en juego. Porque si resulta complicado obtener el perdón del otro muerto –la madre— el deseo del sueño siempre puede acudir para entregar la redención añorada. Esa parece ser la esperanza y la complacencia que le cuesta aceptar como limosna, sin más, en su propio sueño. El perdón hay que trabajarlo incluyendo en él la verdad. Por eso comienza a relatar la historia del sueño, un inteligente juego literario entre el saber y el no saber, entre lo propio y lo ajeno, entre la interioridad y la exterioridad, entre el sí mismo y la otredad, entre el bien y el mal, observados desde el mandamiento religioso del amor al prójimo.

Entonces, para llegar a darle el verdadero sentido al sueño, es necesario que la narradora asocie algunos recuerdos. El acento se traslada de forma vehemente, como una primera asociación inmediata, como un relámpago, desde su verdadero lugar –la relación madre/hija— hacia la historia de la familia de Flora. Allí vamos a encontrar lo más revelador. Un mundo lleno de descentramientos, de paradojas, de deseos ocultos, etc., tomando como fundamento el inusitado ejercicio de amor al prójimo que exhibe Flora. Digo descentramiento, porque la sensación que uno tiene es que, pese a la magnanimidad de esta mujer, algo encubierto nos convoca todo el tiempo hacia el reverso de ese altruismo, de ese amor, de esa fraternidad. Si en esta historia, la función religiosa se presenta como un mandamiento de amor al prójimo, el juego literario nos hace sentir que por detrás de esa construcción hay algo muy próximo, inquietante, perturbador, que nos incomoda como lectores. 

Creo que hay una maniobra muy sutil en este magnífico cuento. Consiste en emplazarnos en la negación retórica como posibilidad de entrever que la bondad esconde algo perturbador, aunque ignorado. Es el juego entre saber y no saber. Cuando se nos presenta a Ellie, se hace hincapié en una negación: Ellie no estaba celosaEllie no mostraba la menor inquina… Pienso que estas construcciones gramaticales armonizan perfectamente con el juego de ocultamiento que circula por todo el relato. Es decir, el juicio sobre la verdad se presenta de forma encubierta, usando la negación. Es una forma de ocultar aquello de lo que no quiere saber: el mal. Pero lo cierto es que, si de alcanzar la verdad se trata, podríamos prescindir de esta partícula lingüística: Ellie estaba celosaEllie mostraba su inquina... Pues, ¿qué significado debemos de atribuir a las bromas de Ellie?, ¿qué significado tienen los cardos en la cama de Robert?, ¿qué significado tiene la mala colocación de los cubiertos?, ¿qué significado podemos darle al encuentro sexual entre Ellie y Robert, y a la culpa y posterior enfermedad de la hermana de Flora? En definitiva, vemos como la partícula “no” es utilizada para encubrir la verdad.

Pero hay otros lugares en los que la negación se muestra insistente:

Sentía no haberla ido a ver en tanto tiempo, sin que eso quisiera decir que me sintiera culpable, sino que sentía haber guardado un fantasma”

Construcciones que inducen la sospecha. Creo que, a la vista del relato, podríamos suprimir perfectamente también esta retórica negativa:

Me sentía culpable por no ir a verla…

La narradora “siente” por tres veces, como si repitiese en un ritual de imputación: “por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa”. Demasiadas sonoridades muy singulares como para que el lector no se sienta convocado hacia otros lugares más acá de los divinos. 

Por otro lado, creo que la palabra “Hermana” toma para sí un lugar central y simbólico en el relato. La gran hermandad familiar es un nido de víboras. Los familiares tan cercanos, nos parecen extranjeros los unos con respecto a los otros. Es decir, la palabra hermana, cargada de connotaciones familiares, aquí encierra en sí mismo una gran contrasentido, pues a la vez que sitúa al prójimo como el otro más próximo, íntimo y familiar, se muestra en un grado de perversión que convoca el estrago, la locura, la culpa y hasta  la muerte. Sólo la divina Flora permanece en pie. Pero claro, es que ella parece que no tiene cuerpo. ¿O sí?

Estamos en la pregunta: ¿Tiene cuerpo Flora? Diría que la función religiosa de enaltecimiento del amor al prójimo que ejerce Flora está perfectamente identificada con su falta de deseo y de pasión corporal. El deseo corporal es el abismo, el monstruo que Flora no desea despertar. Pero el amor a Dios parece ocultar un auténtico clamor. Flora es una mujer que parece poseída únicamente por un amor intellectualis Dei, pero alejada de todo amor terrenal, gozoso, soportando por ello todo tipo de calamidades, humillaciones y renuncias que parecen no tener fin. Es su masoquismo moral.

Pero hay otro pequeño detalle que parece indicarnos que Flora sí sabe del cuerpo, aunque a la vez, lo ignora. Su relato divino está tan arraigado, que jamás podría gozar de ese cuerpo. Es un motivo más de ese juego entre saber y no saber que circula en todo el relato como otro de los pares paradójicos. Nos situamos, entonces, en el momento en que Flora lee los salmos ante el lecho de su hermana enferma. Es una actitud que, por el sentimiento que manifiesta la madre de la narradora, y ésta misma, nos evoca algo del sadismo, por el efecto de división que parece producir en Ellie: “leyendo en voz alta su venenoso libro”, “los extraordinarios tormentos”. Amor, masoquismo y sadismo, un collage literario escrito en cada uno de los seres que pueblan Amistad de juventud

El amor al prójimo es un conglomerado que amalgama la lógica descriptiva del relato Amistad de juventud. Los pequeños detalles como las negaciones, los sentimientos, las repeticiones, se sitúan, en esa lógica, como manchas que rompen la armonía, y que nos dejan entrever que por debajo de todo el amor y el altruismo, circula una corriente impetuosa de indignidad.   

Esta reflexión creo que queda refrendada por las propias conjeturas de la narradora, en la confección imaginaria de su propia novela sobre Flora y la descripción que hace de su relación con la madre, pero también cuando, finalmente, dice que, “por supuesto, estoy pensando en mi madre”. Lo que la misericordia de la madre ve blanco, ella lo pinta de negro. Esa fue la huída de la narradora ante el estrago que la propia “misericordia” materna podía provocar en ella. Pero el poso de culpa es el precio que ha de pagar por su huída.

El sueño: “Demasiado transparente en su esperanza, demasiado complaciente en su perdón”. En efecto. Pero esa verdad, únicamente puede saberse con certeza, a posteriori. Por ejemplo, escribiendo un cuento.  


Miguel Ángel Alonso

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