Tuve
muchas dificultades para centrar el relato y encontrar una posición desde donde
articular tantas historias de gran calado, la historia de la narradora, su
sueño, la historia de la familia de Flora, la historia de la madre, las
conjeturas respecto a todas esas historias, etc. Finalmente, consideré que esos
cuatro renglones que abren el cuento, en un sentido, eran muy significativos, y
decidí situar allí el impulso para mi comentario. Me parece que abren a la
multitud de contrasentidos, bien cobijados y resguardados por la estructura del
relato. Además, Amistad de juventud,
en su desarrollo, se presenta como el despliegue de ese sueño primero. Nada se
escribiría de la “misericordiosa” Flora, de su misticismo, de su masoquismo,
incluso de su sadismo, ni de la culpa y locura de Ellie, si no fuese evocado
por la propia “misericordia” y el “misticismo” de la madre y los efectos de
devastación que produjeron sobre nuestra protagonista –la narradora—con toda su
carga de culpa. Porque ella es la
verdadera protagonista, pues en el relato, lo que se pone en juego es la
posición vital de ésta a través de asociaciones relativas a un mundo de
creencias, afectos, “santidades” y perversiones que tocaron su vida. Sin
embargo, todo aparece descentrado, los afectos aparecen transpuestos desde la
escena principal –la relación de la narradora con la madre—a la otra escena, la
de la familia de Flora, y los tiempos y espacios son heterogéneos y
discontinuos, como siempre ocurre cuando de sueños se trata, lo cual coadyuva a
provocar esa confusión que desubica al lector.
“El sueño… era demasiado transparente en su
esperanza, demasiado complaciente en su perdón”.
“Su esperanza… su perdón”. Como si el sueño no tuviese nada que ver con la
narradora, como si esa esperanza y ese perdón viniesen de otro y no se tratase de
su propia expectativa de perdón, o como si esa transparencia y esa complacencia
fuesen actitudes ajenas cuando, en realidad, es su propio deseo el que se pone
en juego. Porque si resulta complicado obtener el perdón del otro muerto –la
madre— el deseo del sueño siempre puede acudir para entregar la redención
añorada. Esa parece ser la esperanza y la complacencia que le cuesta aceptar
como limosna, sin más, en su propio sueño. El perdón hay que trabajarlo
incluyendo en él la verdad. Por eso comienza a relatar la historia del sueño,
un inteligente juego literario entre el saber y el no saber, entre lo propio y
lo ajeno, entre la interioridad y la exterioridad, entre el sí mismo y la
otredad, entre el bien y el mal, observados desde el mandamiento religioso del
amor al prójimo.
Entonces,
para llegar a darle el verdadero sentido al sueño, es necesario que la
narradora asocie algunos recuerdos. El acento se traslada de forma vehemente,
como una primera asociación inmediata, como un relámpago, desde su verdadero
lugar –la relación madre/hija— hacia la historia de la familia de Flora. Allí
vamos a encontrar lo más revelador. Un mundo lleno de descentramientos, de
paradojas, de deseos ocultos, etc., tomando como fundamento el inusitado
ejercicio de amor al prójimo que exhibe Flora. Digo descentramiento, porque la
sensación que uno tiene es que, pese a la magnanimidad de esta mujer, algo
encubierto nos convoca todo el tiempo hacia el reverso de ese altruismo, de ese
amor, de esa fraternidad. Si en esta historia, la función religiosa se presenta
como un mandamiento de amor al prójimo, el juego literario nos hace sentir que
por detrás de esa construcción hay algo muy próximo, inquietante, perturbador,
que nos incomoda como lectores.
Creo
que hay una maniobra muy sutil en este magnífico cuento. Consiste en
emplazarnos en la negación retórica como posibilidad de entrever que la bondad
esconde algo perturbador, aunque ignorado. Es el juego entre saber y no saber.
Cuando se nos presenta a Ellie, se hace hincapié en una negación: Ellie no estaba celosa… Ellie no mostraba la menor inquina…
Pienso que estas construcciones gramaticales armonizan perfectamente con el
juego de ocultamiento que circula por todo el relato. Es decir, el juicio sobre
la verdad se presenta de forma encubierta, usando la negación. Es una forma de
ocultar aquello de lo que no quiere saber: el mal. Pero lo cierto es que, si de
alcanzar la verdad se trata, podríamos prescindir de esta partícula
lingüística: Ellie estaba celosa… Ellie mostraba su inquina... Pues, ¿qué
significado debemos de atribuir a las bromas de Ellie?, ¿qué significado tienen
los cardos en la cama de Robert?, ¿qué significado tiene la mala colocación de
los cubiertos?, ¿qué significado podemos darle al encuentro sexual entre Ellie
y Robert, y a la culpa y posterior enfermedad de la hermana de Flora? En
definitiva, vemos como la partícula “no” es utilizada para encubrir la verdad.
Pero
hay otros lugares en los que la negación se muestra insistente:
“Sentía no haberla ido a ver en
tanto tiempo, sin que eso quisiera decir que me sintiera culpable, sino que sentía haber guardado un fantasma”
Construcciones
que inducen la sospecha. Creo que, a la vista del relato, podríamos suprimir
perfectamente también esta retórica negativa:
“Me
sentía culpable por no ir a verla…”
La
narradora “siente” por tres veces, como si repitiese en un ritual de
imputación: “por mi culpa, por mi culpa,
por mi grandísima culpa”. Demasiadas sonoridades muy singulares como para
que el lector no se sienta convocado hacia otros lugares más acá de los
divinos.
Por
otro lado, creo que la palabra “Hermana” toma para sí un lugar central y
simbólico en el relato. La gran hermandad familiar es un nido de víboras. Los
familiares tan cercanos, nos parecen extranjeros los unos con respecto a los
otros. Es decir, la palabra hermana, cargada de connotaciones familiares, aquí
encierra en sí mismo una gran contrasentido, pues a la vez que sitúa al prójimo
como el otro más próximo, íntimo y familiar, se muestra en un grado de perversión
que convoca el estrago, la locura, la culpa y hasta la muerte. Sólo la divina Flora permanece en
pie. Pero claro, es que ella parece que no tiene cuerpo. ¿O sí?
Estamos
en la pregunta: ¿Tiene cuerpo Flora? Diría que la función religiosa de
enaltecimiento del amor al prójimo que ejerce Flora está perfectamente
identificada con su falta de deseo y de pasión corporal. El deseo corporal es
el abismo, el monstruo que Flora no desea despertar. Pero el amor a Dios parece
ocultar un auténtico clamor. Flora es una mujer que parece poseída únicamente
por un amor intellectualis Dei, pero
alejada de todo amor terrenal, gozoso, soportando por ello todo tipo de
calamidades, humillaciones y renuncias que parecen no tener fin. Es su
masoquismo moral.
Pero
hay otro pequeño detalle que parece indicarnos que Flora sí sabe del cuerpo,
aunque a la vez, lo ignora. Su relato divino está tan arraigado, que jamás
podría gozar de ese cuerpo. Es un motivo más de ese juego entre saber y no
saber que circula en todo el relato como otro de los pares paradójicos. Nos
situamos, entonces, en el momento en que Flora lee los salmos ante el lecho de
su hermana enferma. Es una actitud que, por el sentimiento que manifiesta la
madre de la narradora, y ésta misma, nos evoca algo del sadismo, por el efecto
de división que parece producir en Ellie: “leyendo
en voz alta su venenoso libro”, “los
extraordinarios tormentos”. Amor, masoquismo y sadismo, un collage literario
escrito en cada uno de los seres que pueblan Amistad de juventud.
El
amor al prójimo es un conglomerado que amalgama la lógica descriptiva del
relato Amistad de juventud. Los
pequeños detalles como las negaciones, los sentimientos, las repeticiones, se
sitúan, en esa lógica, como manchas que rompen la armonía, y que nos dejan
entrever que por debajo de todo el amor y el altruismo, circula una corriente
impetuosa de indignidad.
Esta
reflexión creo que queda refrendada por las propias conjeturas de la narradora,
en la confección imaginaria de su propia novela sobre Flora y la descripción
que hace de su relación con la madre, pero también cuando, finalmente, dice
que, “por supuesto, estoy pensando en mi
madre”. Lo que la misericordia de la madre ve blanco, ella lo pinta de
negro. Esa fue la huída de la narradora ante el estrago que la propia
“misericordia” materna podía provocar en ella. Pero el poso de culpa es el
precio que ha de pagar por su huída.
El
sueño: “Demasiado transparente en su
esperanza, demasiado complaciente en su perdón”. En efecto. Pero esa
verdad, únicamente puede saberse con certeza, a posteriori. Por ejemplo,
escribiendo un cuento.
Miguel
Ángel Alonso
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