En
algún lugar me enteré de que la autora era madre, y escribía en la hora de la
siesta, cuando sus hijos dormían. De tal manera, se acostumbró a escribir muchas
de manera rápida, y en forma de cuentos cortos. Por otro lado, decían que sus
cuentos daban para novelas, pues todo estaba muy resumido. Es decir, en sus
relatos pasan muchas cosas y hay muchos detalles en los que hay que detenerse.
En
un primer momento pensé que se trataba de una hija que está hablando con una
madre. Pero también leí, cuando le dieron el Nobel, que una mujer, al leer sus cuentos,
se siente identificada con algún aspecto de los mismos. Algo de ellos toca casi
siempre a alguna mujer. Particularmente, el personaje que más me impactó fue Flora,
aunque me parece un poco masoquista. La presentan como religiosa, dentro de una
religión heredada por la familia, pero al respecto, ella no hace mostración de nada, no cuenta
nada de sí. Todas son suposiciones de los demás. A la maestra le plantea que hiciese
lo que quisiera hacer, que ella no tenía que amoldarse a las exigencias de la
religión. Entonces, me dio la impresión de una religiosa medio liberal, que no
se lo toma muy en serio.
Por
otro lado, en la cuestión de sentirse tocado por algún aspecto del relato, pensé
que a esta mujer siempre se le iba creando una situación de las peores de la
vida, ser el tercero excluido. Una cosa que remite a tiempos pasados, sin
embargo ocurre. Podríamos decir: “Es lo que hay”. Pero sigue adelante, y ese
aspecto me pareció admirable. Era una especie de religiosa, compasiva, que no
se complicaba la vida aún estando en la posición del tercero excluido. Me
pareció algo así como la budista perfecta, es decir, hay lo que hay, y está
todo bien. Flora, por tanto, es el personaje que más me impactó en este relato.
Graciela
Amorín
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