Me gustaría comenzar
mi comentario contándoles brevemente los entresijos de la elección de este
cuento de Alice Munro, porque son divertidos. Algún tertuliano, no recuerdo
quién, nos había hablado de esta autora que sólo conocíamos de oídas. Pero
ninguno de los que organizamos la tertulia, ni Alberto Estévez, ni Miguel
Alonso, ni yo mismo, habíamos incursionado en su obra. Investigamos en ella, y
Miguel se tomó el trabajo de introducirse en alguno de sus libros de cuentos.
Una vez realizada su lectura nos escribió diciendo que se había sentido
profundamente decepcionado, que no comprendía por qué esta mujer había llegado
a ocupar el lugar que ocupaba en la literatura, etc., etc. Pocos días después
le dan el Premio Nobel, ante lo cual Miguel nos confesó que no sabía muy bien
si tirarse por un barranco o abandonar por completo toda relación con la
literatura. Realmente, esto dio lugar a un intercambio de correos muy
divertido. En uno de ellos les preguntaba si habían visto la rueda de prensa
que Alice Munro había dado, donde se la notaba muy conmovida. Los periodistas
no sabían por qué ella solo atinaba a decir, con lágrimas en los ojos,
"Michael Angel, Michael Angel…". La razón era que la pobre
mujer estaba desolada porque se había enterado de las críticas de Miguel Ángel.
La cuestión es que, ya
por curiosidad, empezamos los tres a meternos en el tema, y leímos este cuento.
Debo decir que yo rompí una lanza a favor de este relato, pero obviamente, por
uno solo no puedo juzgar la obra de un autor. Y sin atreverme a restarle
méritos a la autora, confieso que los otros relatos de Amistad de
juventud no me engancharon en absoluto.
Sin embargo, este
cuento sí me interesó. A pesar de que -en mi opinión- no constituye un gran
relato, me parece que hay en él algo muy bien logrado. En primer lugar, tiene
el valor de ser extraordinariamente caleidoscópico. Por ejemplo, la primera
pregunta que me planteo cada vez que abordo un relato o una novela –quizá sea
éste un vicio propio de mi oficio—es "¿Quién habla?". Aquí es difícil
dar una respuesta inmediata. Aparentemente, la que habla es la hija, ella sería
la narradora. Pero nos encontramos con una primera objeción. El cuento hace tan
creíble el personaje de la hija, que damos por válido que ella ha escrito la
historia que la madre le contó. Pero eso, que parece evidente, esconde al
verdadero sujeto de la enunciación, que está más allá de todos los
personajes.
La segunda objeción:
Si nos ponemos en la tesitura de que es la hija la que cuenta una historia que
la madre ha vivido, nos encontramos con que sabe demasiado. Es decir, la
narradora se confunde con lo que se denomina la voz omnisciente. La hija sabe
de la historia como si realmente hubiera estado allí, incluso sabe mucho más
que la propia madre. Relata cosas que ni siquiera la madre, habiendo estado un
año entero, podría llegar a saber. Evidentemente, ahí hay un juego que todo el
tiempo nos confunde. ¿Quién está hablando? ¿Habla la hija? Si es la hija quien
habla, ¿cómo puede saber tanto de esta historia? ¿Está narrando la historia que
le contó la madre o recreando esa historia según su imaginación?
Resulta muy complicado
responder a la pregunta "¿Quién habla?". En ese sentido, creo que la
autora ha utilizado una técnica narrativa muy lograda. Efectivamente, a través
de la historia de Flora, de Ellie, de Robert y la enfermera Atkinson, madre e
hija se dicen algo entre ellas. Esa es mi lectura: se dicen algo entre ellas,
aunque lo que se dice no es nada demasiado explícito, sino más bien alusivo.
Alguien dijo hace un
momento que había algo fallido en el relato. Pero lo que parece fallido, para
mí es su acierto. En efecto, uno no alcanza a entender qué es lo que se dice,
aunque hay alusiones ya contenidas en el sueño. Me parece que lo logrado del
relato es que la autora consigue que uno perciba que la historia es totalmente
secundaria, que mediante ella los lectores sabemos que madre e hija se dicen
algo, cosas muy fuertes e importantes. Al respecto, es una frase extraordinaria
la del comienzo:
El sueño… era
demasiado transparente en su esperanza, demasiado complaciente en su perdón”.
Y sin embargo, no
acabamos de saber qué se dicen. Eso lo podemos considerar como el fracaso del
cuento, o por el contrario como lo más logrado. El éxito del cuento sería
ponernos frente a la percepción de que entre madre e hija circula algo que no
alcanza verdaderamente a ponerse en palabras, y es lo que constituye el drama
de su relación.
Respecto del papel de
los hombres en el relato, no se trata solo de que Robert sea un hombre
prácticamente inexistente. Ocurre lo mismo con el padre de la narradora, de
cuya vida no tenemos ningún dato, salvo que la maestra está preparando la boda.
Pero la hija no dice ni una sola palabra sobre su padre.
Una vez leído el
relato, me vino a la mente lo que dijo un escritor español cuyo nombre no
recuerdo. Se trataba de un decálogo de las cosas que no se deben hacer en la
literatura. Entre ellas aconsejaba no contar sueños, pues le parecía que se utilizan cuando
el escritor no sabe cómo solucionar una situación. Creo que es una cosa un poco
exagerada. Shakespeare contó algunos sueños que no están nada mal, y no digamos
Borges. Y Alice Munro nos sorprende con el saber que posee sobre la función del
sueño. ¿Qué quiere decir cuando afirma que ese sueño es demasiado
"trasparente en su esperanza"? Quiere decir –no sé si Munro leyó a
Freud o lo sabe por su intuición de poeta— que los sueños son realizaciones de
deseos. ¿Cuál es el deseo que supuestamente realiza este sueño? El deseo de que
la madre esté viva y en mejores condiciones que en la realidad del recuerdo.
Sin embargo, la narradora es lo suficientemente sensible como para comprender
que el sueño se detiene en un punto. Y ese punto nos abre la puerta hacia otra
escena. ¿En qué punto se detiene? En que resulta "demasiado transparente
en su esperanza". Es demasiado obvio el sentido del sueño: qué hermoso ver
a mi madre viva, mejor de lo que la recuerdo y, encima, con un intercambio
personal más fructífero del que hemos tenido durante años. No hay que confiarse
en el contenido manifiesto.
Por otro lado, el
sueño plantea: “demasiado complaciente en su perdón”. ¿Qué es aquello
que la hija tiene que perdonarle a la madre y que, por lo visto, no perdona,
pero que se dice a través de la historia de las otras mujeres? En efecto, el
lector no alcanza a saberlo. Eso es lo fallido, pero pienso que no tanto desde
el punto de vista literario, sino por el hecho de que hay cosas que no pueden
ser dichas. Por tanto, el relato hablaría, también, de aquellas cosas que a
veces pueden ser esenciales en una vida, pero que nunca se pueden llegar a
decir del todo, se "medio-dicen".
Para finalizar,
quisiera añadir algo sobre el personaje de Flora. Me interesa destacar lo
siguiente. En una primera lectura me la representaba en su abnegación,
privándose de todo, llevando una vida que gira en torno a la privación, el
sacrificio, incluso cierto masoquismo. Sin embargo, cuando leí el cuento por
segunda vez, me formulé lo que voy a plantearles a continuación. Tenemos la
tendencia natural, por la época a la que pertenecemos y por la historia que nos
precede, a imaginar que la subjetividad ha sido siempre la misma desde los
tiempos de los griegos hasta nosotros. Es decir, que la gente sentía, pensaba,
actuaba, más o menos de la misma manera que lo hacemos hoy en día. Sin embargo,
sabemos –porque hay personas que se han ocupado de estudiar la cuestión— que
nos asombra la falta de reacción por parte de Flora porque tendemos a creer que
ella debe pensar y sentir como nosotros. No podemos concebir un tiempo que, sin
embargo, existió. Tuvieron que pasar muchos siglos para que nuestra
subjetividad se construyera, un tipo de subjetividad que se podía permitir
formular preguntas sobre el sentido de su existencia, sobre la felicidad y la
infelicidad. Es decir, la gente corriente no se planteaba esas cosas.
Comenzaron a planteárselas a partir de un determinado momento, situado y
fechado históricamente, y para ello debieron intervenir una gran cantidad de
factores que contribuyeron a formar esa subjetividad. Factores que, entre otras
cosas, hicieron posible la invención el psicoanálisis. Una persona acude a un
psicoanálisis porque se ve asediada por preguntas a las que no puede responder.
Es inimaginable que una persona, en el siglo XIV, fuera a buscar psicoanálisis,
porque la vida era como era y a nadie se le ocurría plantearse nada. Había un
poderoso discurso que daba sentido a todo. La idea fundamental era el destino,
apuntalado por el discurso religioso, y la gente asumía su existencia. En este
sentido, la gran metáfora, muy lograda, es cómo Flora acomete, una vez al año,
una limpieza general. Hay que hacer una serie de cosas, pone la casa patas para
arriba, desarma todo y asume su tarea como algo automático. Estaba por casarse,
la hermana se cruza en el camino y la traiciona… Uno puede indignarse y
preguntar cómo Flora pudo tragarse esa historia, por qué no se dividió, o se
suicidó, o mató a la hermana a al novio, pero también hay que pensar que había
épocas en donde la gente no se preguntaba nada, sino que aceptaba la existencia
como un conjunto de acciones cuyo único propósito era llegar a la noche,
acostarse, dormir, y permitir que la vida se extendiese un día más.
Introducir en el
corazón del cuento este modelo de subjetividad "a-subjetiva", es lo
que hace girar esta danza de distintos personajes que se van sucediendo a
partir de la figura de una mujer, Flora, que ya no es ni sacrificada, ni
abnegada, ni ama ni no ama. Es alguien que no se pregunta nada, no se plantea
nada, no porque sea una enferma mental, una débil mental, sino porque hubo un
tiempo, que no podemos siquiera imaginar, donde la gente vivía así. Lo más
extraordinario -y para nosotros inverosímil- es que todavía hoy existen
muchas regiones del mundo donde la gente vive de esta manera.
Gustavo
Dessal
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