sábado, 28 de diciembre de 2013

Amistad de Juventud de Alice Munro. Comentario de Gustavo Dessal

Me gustaría comenzar mi comentario contándoles brevemente los entresijos de la elección de este cuento de Alice Munro, porque son divertidos. Algún tertuliano, no recuerdo quién, nos había hablado de esta autora que sólo conocíamos de oídas. Pero ninguno de los que organizamos la tertulia, ni Alberto Estévez, ni Miguel Alonso, ni yo mismo, habíamos incursionado en su obra. Investigamos en ella, y Miguel se tomó el trabajo de introducirse en alguno de sus libros de cuentos. Una vez realizada su lectura nos escribió diciendo que se había sentido profundamente decepcionado, que no comprendía por qué esta mujer había llegado a ocupar el lugar que ocupaba en la literatura, etc., etc. Pocos días después le dan el Premio Nobel, ante lo cual Miguel nos confesó que no sabía muy bien si tirarse por un barranco o abandonar por completo toda relación con la literatura. Realmente, esto dio lugar a un intercambio de correos muy divertido. En uno de ellos les preguntaba si habían visto la rueda de prensa que Alice Munro había dado, donde se la notaba muy conmovida. Los periodistas no sabían por qué ella solo atinaba a decir, con lágrimas en los ojos, "Michael Angel, Michael Angel…".  La razón era que la pobre mujer estaba desolada porque se había enterado de las críticas de Miguel Ángel.

La cuestión es que, ya por curiosidad, empezamos los tres a meternos en el tema, y leímos este cuento. Debo decir que yo rompí una lanza a favor de este relato, pero obviamente, por uno solo no puedo juzgar la obra de un autor. Y sin atreverme a restarle méritos a la autora, confieso que los otros relatos de Amistad de juventud no me engancharon en absoluto.

Sin embargo, este cuento sí me interesó. A pesar de que -en mi opinión- no constituye un gran relato, me parece que hay en él algo muy bien logrado. En primer lugar, tiene el valor de ser extraordinariamente caleidoscópico. Por ejemplo, la primera pregunta que me planteo cada vez que abordo un relato o una novela –quizá sea éste un vicio propio de mi oficio—es "¿Quién habla?". Aquí es difícil dar una respuesta inmediata. Aparentemente, la que habla es la hija, ella sería la narradora. Pero nos encontramos con una primera objeción. El cuento hace tan creíble el personaje de la hija, que damos por válido que ella ha escrito la historia que la madre le contó. Pero eso, que parece evidente, esconde al verdadero sujeto de la enunciación, que está más allá de todos los personajes. 

La segunda objeción: Si nos ponemos en la tesitura de que es la hija la que cuenta una historia que la madre ha vivido, nos encontramos con que sabe demasiado. Es decir, la narradora se confunde con lo que se denomina la voz omnisciente. La hija sabe de la historia como si realmente hubiera estado allí, incluso sabe mucho más que la propia madre. Relata cosas que ni siquiera la madre, habiendo estado un año entero, podría llegar a saber. Evidentemente, ahí hay un juego que todo el tiempo nos confunde. ¿Quién está hablando? ¿Habla la hija? Si es la hija quien habla, ¿cómo puede saber tanto de esta historia? ¿Está narrando la historia que le contó la madre o recreando esa historia según su imaginación? 

Resulta muy complicado responder a la pregunta "¿Quién habla?". En ese sentido, creo que la autora ha utilizado una técnica narrativa muy lograda. Efectivamente, a través de la historia de Flora, de Ellie, de Robert y la enfermera Atkinson, madre e hija se dicen algo entre ellas. Esa es mi lectura: se dicen algo entre ellas, aunque lo que se dice no es nada demasiado explícito, sino más bien alusivo.

Alguien dijo hace un momento que había algo fallido en el relato. Pero lo que parece fallido, para mí es su acierto. En efecto, uno no alcanza a entender qué es lo que se dice, aunque hay alusiones ya contenidas en el sueño. Me parece que lo logrado del relato es que la autora consigue que uno perciba que la historia es totalmente secundaria, que mediante ella los lectores sabemos que madre e hija se dicen algo, cosas muy fuertes e importantes. Al respecto, es una frase extraordinaria la del comienzo:

El sueño… era demasiado transparente en su esperanza, demasiado complaciente en su perdón”.

Y sin embargo, no acabamos de saber qué se dicen. Eso lo podemos considerar como el fracaso del cuento, o por el contrario como lo más logrado. El éxito del cuento sería ponernos frente a la percepción de que entre madre e hija circula algo que no alcanza verdaderamente a ponerse en palabras, y es lo que constituye el drama de su relación. 

Respecto del papel de los hombres en el relato, no se trata solo de que Robert sea un hombre prácticamente inexistente. Ocurre lo mismo con el padre de la narradora, de cuya vida no tenemos ningún dato, salvo que la maestra está preparando la boda. Pero la hija no dice ni una sola palabra sobre su padre.

Una vez leído el relato, me vino a la mente lo que dijo un escritor español cuyo nombre no recuerdo. Se trataba de un decálogo de las cosas que no se deben hacer en la literatura. Entre ellas aconsejaba no contar sueños, pues le parecía que se utilizan cuando el escritor no sabe cómo solucionar una situación. Creo que es una cosa un poco exagerada. Shakespeare contó algunos sueños que no están nada mal, y no digamos Borges. Y Alice Munro nos sorprende con el saber que posee sobre la función del sueño. ¿Qué quiere decir cuando afirma que ese sueño es demasiado "trasparente en su esperanza"? Quiere decir –no sé si Munro leyó a Freud o lo sabe por su intuición de poeta— que los sueños son realizaciones de deseos. ¿Cuál es el deseo que supuestamente realiza este sueño? El deseo de que la madre esté viva y en mejores condiciones que en la realidad del recuerdo. Sin embargo, la narradora es lo suficientemente sensible como para comprender que el sueño se detiene en un punto. Y ese punto nos abre la puerta hacia otra escena. ¿En qué punto se detiene? En que resulta "demasiado transparente en su esperanza". Es demasiado obvio el sentido del sueño: qué hermoso ver a mi madre viva, mejor de lo que la recuerdo y, encima, con un intercambio personal más fructífero del que hemos tenido durante años. No hay que confiarse en el contenido manifiesto.

Por otro lado, el sueño plantea: “demasiado complaciente en su perdón”. ¿Qué es aquello que la hija tiene que perdonarle a la madre y que, por lo visto, no perdona, pero que se dice a través de la historia de las otras mujeres? En efecto, el lector no alcanza a saberlo. Eso es lo fallido, pero pienso que no tanto desde el punto de vista literario, sino por el hecho de que hay cosas que no pueden ser dichas. Por tanto, el relato hablaría, también, de aquellas cosas que a veces pueden ser esenciales en una vida, pero que nunca se pueden llegar a decir del todo, se "medio-dicen".

Para finalizar, quisiera añadir algo sobre el personaje de Flora. Me interesa destacar lo siguiente. En una primera lectura me la representaba en su abnegación, privándose de todo, llevando una vida que gira en torno a la privación, el sacrificio, incluso cierto masoquismo. Sin embargo, cuando leí el cuento por segunda vez, me formulé lo que voy a plantearles a continuación. Tenemos la tendencia natural, por la época a la que pertenecemos y por la historia que nos precede, a imaginar que la subjetividad ha sido siempre la misma desde los tiempos de los griegos hasta nosotros. Es decir, que la gente sentía, pensaba, actuaba, más o menos de la misma manera que lo hacemos hoy en día. Sin embargo, sabemos –porque hay personas que se han ocupado de estudiar la cuestión— que nos asombra la falta de reacción por parte de Flora porque tendemos a creer que ella debe pensar y sentir como nosotros. No podemos concebir un tiempo que, sin embargo, existió. Tuvieron que pasar muchos siglos para que nuestra subjetividad se construyera, un tipo de subjetividad que se podía permitir formular preguntas sobre el sentido de su existencia, sobre la felicidad y la infelicidad. Es decir, la gente corriente no se planteaba esas cosas. Comenzaron a planteárselas a partir de un determinado momento, situado y fechado históricamente, y para ello debieron intervenir una gran cantidad de factores que contribuyeron a formar esa subjetividad. Factores que, entre otras cosas, hicieron posible la invención el psicoanálisis. Una persona acude a un psicoanálisis porque se ve asediada por preguntas a las que no puede responder. Es inimaginable que una persona, en el siglo XIV, fuera a buscar psicoanálisis, porque la vida era como era y a nadie se le ocurría plantearse nada. Había un poderoso discurso que daba sentido a todo. La idea fundamental era el destino, apuntalado por el discurso religioso, y la gente asumía su existencia. En este sentido, la gran metáfora, muy lograda, es cómo Flora acomete, una vez al año, una limpieza general. Hay que hacer una serie de cosas, pone la casa patas para arriba, desarma todo y asume su tarea como algo automático. Estaba por casarse, la hermana se cruza en el camino y la traiciona… Uno puede indignarse y preguntar cómo Flora pudo tragarse esa historia, por qué no se dividió, o se suicidó, o mató a la hermana a al novio, pero también hay que pensar que había épocas en donde la gente no se preguntaba nada, sino que aceptaba la existencia como un conjunto de acciones cuyo único propósito era llegar a la noche, acostarse, dormir, y permitir que la vida se extendiese un día más.

Introducir en el corazón del cuento este modelo de subjetividad "a-subjetiva", es lo que hace girar esta danza de distintos personajes que se van sucediendo a partir de la figura de una mujer, Flora, que ya no es ni sacrificada, ni abnegada, ni ama ni no ama. Es alguien que no se pregunta nada, no se plantea nada, no porque sea una enferma mental, una débil mental, sino porque hubo un tiempo, que no podemos siquiera imaginar, donde la gente vivía así. Lo más extraordinario -y para nosotros inverosímil-  es que todavía hoy existen muchas regiones del mundo donde la gente vive de esta manera.


Gustavo Dessal

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