Parte
de las cosas que se han dicho aquí no las entiendo, incluyo en ello algunas de
las que yo mismo he dicho. Pero hay una cosa muy sencilla, hay literatura
porque la mundialización es una patraña abominable. Es decir, el mal local, el
mal de vivir aquí y ser yo, jamás pasará a la historia. Hay Literatura por esta
cuestión. Y por tanto, la hay para, en vez de lo que hace la mundialización,
que es sobreponer un bien al mal, sacar un bien del mal, y tutear al mal. En
ese sentido, me parece que siempre que hay literatura, hay un amor estúpido que
le da lo que no tiene a quien no lo ha pedido. Convierte en santo a cualquiera.
La inocencia me parece el colmo de lo afrodisíaco, me suenan bien los
personajes que rozan esta especie de beatitud laica o religiosa que linda con la
estupidez, que es una buena señal para la literatura.
Después,
hay literatura cuando alguien, en este mal local que no tiene traducción
posible en el orden mundial, ha pasado una temporada en el infierno, y si no,
no la hay. Entonces, todos los razonamientos que llevan a una persona a
dibujarla como encantadora y que la hacen deseable para cenar con ella –al
parecer esta mujer— no tienen nada que ver con la literatura. Las escritoras que
vale la pena leer son abominables para los cercanos. No creo que fuese agradable
cenar con María Zambrano, o con Clarice Lispector. Así sin más no sería
posible, quizá con pastillas, y sobre todo con voluntad y amor propio, pero no
creo que sin más, hacer un desayuno con estas mujeres sea sencillito, porque han
pactado con el diablo y saben mucho de él.
Esto
creo que tiene algo que ver con la literatura que perdura. Que haya una persona,
de uno u otro género, que sea encantadora, vale para tomar pastelitos y café
con leche. Lo que falta es lo otro. Hay literatura para que la estupidez local,
de alguna manera se redima desde dentro, sin necesidad de operarse las jorobas.
En este sentido, no entiendo lo de la literatura hecha por mujeres para mujeres.
Admiro profundamente a las escritoras que nombré, las adoro, profundamente
patológicas. María Zambrano, Clarice Lispector, no escribían para mujeres, es
más, no escribían como mujeres, es más, dudo que fueran humanas mientras
escribían.
Ignacio
Castro
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