En
primer lugar quiero decir que esta mujer, Alice Munro, viene de una familia que
tenía unos conocimientos. De hecho, ella dice que muchas de sus historias han
sido escritas por sus familiares, su padre, su hermana. Parece ser que tenía
una fuente de inspiración, por decirlo así, y posiblemente este cuento sea una
de esas historias que ella ha cogido de su familia.
Y
efectivamente, como tan bien planteaba Gustavo, creo que de ciertas cosas no se
habla. Hay una señora en mi pueblo, beata, de la que nos reíamos cuando éramos
muy niños. Vestía siempre una falda negra que le llegaba hasta los tobillos, parece
que no se la quitó en toda su vida. Iba todos los días a misa, y se encargaba
de arreglar y adornar al Santo que se sacaba en procesión. No me imagino a esta
señora contándole ciertas cosas a su hermano pequeño, y no me imagino
contándole ciertas cosas porque, seguramente, eran cosas que no se podían
contar. Por supuesto, no se casó jamás.
Flora
me ha recordado mucho a esta señora. Encuentro que en algunas cosas de su vida
es admirable. Pero me parece que en la relación con los hombres, no es que
elija no tener una relación con ellos. Es una impedida. Sencillamente, no puede.
¿Por qué no puede? Eso no nos lo dice el cuento. Pero es curioso que no haya
una conversación de Flora respecto a este Romano de La casa de Bernarda Alba, este Robert. Yo pienso que la autora,
sencillamente, lo deja de manera intencionada para que nosotros hagamos el
diálogo. Nosotros tenemos que hacer el diálogo con el cuento. No la autora. La autora
no nos propone otra cosa que un diálogo con el cuento. Y me parece admirable
que la literatura proponga las cosas de tal manera que cada uno pueda hacer su
propio diálogo respecto de una determinada escritura.
En
este sentido, el autor que nombraba Ignacio Castro, Richard Ford, o este
conjunto de escritores del llamado realismo sucio, en realidad, como se nos
decía en la anterior tertulia, muestran, no cuentan. Esta mujer tiene un poco
de esto, es moderna en ese sentido. Y creo que se gana el Nobel muy
merecidamente.
Y
es que estamos ante un cuento, desde mi punto de vista, que a la hora de
enjuiciarlo hemos de tener en cuenta que está desarrollado en muchísimo tiempo,
lo cual permite una narradora omnisciente, y por otro lado, una narradora
personal. Son las dos historias de las que llevamos hablando prácticamente todo
el tiempo. Y como lo hace con tanto tiempo, resulta que no necesita hablar de
cosas de muchísima interioridad. Habla de cosas que han pasado, de manera que es
la acción la que está moviendo. No es la psicología interna del vamos a contar
lo que pasa por dentro de las personas. Lo que hace es todo lo contrario, contar
lo que ha pasado. Flora se va con el caballo, qué guapa estaba, y así
prácticamente todo el relato. Excepto al final, cuando ella, que hace de
narradora de su propia historia, se mete un poco más en honduras personales e íntimas.
Concretamente habla del personaje de Robert, todo el cuento presente pero que
no aparece apenas.
En
este sentido, creo que utiliza muy bien el tiempo, este juego literario que
consiste en mostrar, sencillamente mostrar las cosas. Pero además, las muestra
maravillosamente bien, porque sin los cameronianos, desde mi punto de vista, este
cuento no tiene sentido. Son ellos los que ponen los límites al conjunto de
cosas que pueden pasar. Ponen los límites a la casa, una casa sin electricidad,
son los que ponen los limites a lo que se puede hacer, únicamente el domingo se
pueden hacer cosas que no sean de trabajo, pero en el resto del tiempo tienes
que hacer cosas de trabajo en un plan muy de Séneca, no encuentro exactamente otra
palabra.
Quiero
decir que esto, Alice Munro lo hace magistralmente bien. No puede contar. Hay
cosas de las que no se habla, y en la vida real es así. Pero qué maravilla que
no se hablen y, sin embargo, las cosas que aquí, después de un tiempo, hemos
hablado y adivinado. Y yo creo que todas estaban en el cuento.
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